VOCES: Eunice Odio, Poeta
La escritora y poeta costarricense Eunice Odio, considerada uno de los baluartes clásicos de la poesía centroamericana del siglo XX. |
El tránsito de fuego de Eunice Odio
En el panorama de la poesía hispanoamericana escrita por mujeres hay algunos nombres que deberían figurar en primera fila. Sin embargo, por varias razones, entre las que cuenta una casi inexistente distribución de textos a nivel internacional, la obra de esas escritoras pasa inadvertida. Una de ellas, es Eunice Odio (San José, 1922 - México, 1974). La riqueza polivalente de sus poemas, dominio de los recursos líricos, universalidad temática y cosmovisión mítica que ensancha los contornos espacio-temporales de sus textos, obligan al estudioso de la poesía de Eunice Odio a darle un lugar prevalente en las letras hispanas.
Eunice fue una escritora autodidacta de vastísima cultura, la cual acumuló a base de abundantes y desordenadas lecturas. Se inició en las letras en 1945, con la publicación de sus primeros poemas en Repertorio Americano, periódico literario fundado y dirigido en Costa Rica por Joaquín García Monge. Dos años después, se le otorgó el prestigioso premio centroamericano de poesía "15 de Septiembre", por su poemario Los elementos terrestres, el cual se publicó en Guatemala, en 1948. A raíz de la acogida que se le dio en ese país y la indiferencia de Costa Rica, se hizo ciudadana guatemalteca. Y años después adoptó la de México.
Zona en territorio del alba, su segundo libro, fue escogido para publicarlo en Argentina en 1953 como representante de la mejor poesía centroamericana de aquel momento. Un año después, terminó su obra maestra, El tránsito de fuego, de cuatrocientas cincuenta y seis páginas, el cual fue publicado en El Salvador en 1957. En este extenso poema Eunice Odio dejó definitivamente cincelada su voz lírica en la geografía de Hispanoamérica.
Los últimos años de su vida en México los vivió en la más lamentable penuria y soledad. Tanto, que en 1974 su cadáver fue hallado en la bañera en estado de putrefacción, después de varios días de muerta. Al recibir tan nefasta noticia, Juan Liscano expresó su indignación en los periódicos de Venezuela porque para él era increíble que en Latinoamérica se desconocieran los textos de Eunice Odio, a quien él calificó de "poeta excepcional, apabullante". Sin embargo, a partir de la antología titulada Eunice Odio - Rescate de un gran poeta, editada por Liscano en 1975, se ha intensificado la recuperación de textos de Eunice. Además, en la actualidad la crítica seria se está ocupando sistemáticamente de su poesía.
Rima de Vallbona
Houston, Texas, agosto de 1999
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EUNICE ODIO
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LOS ELEMENTOS TERRESTRES
Altas proposiciones de lo estéril
por cuyo rastro voy sangrando a media altura
y buscándome
palpándome,
por detrás de la rosa edificada,
sobre la que no tiene orilla ni regreso
y es como lo descubierto recobrado
que acaba el que me sigue y me revele.
Me apoyo en ti,
clima desenterrado de lo estéril
para fundar el aire de la gracia y el asombro;
y el metaloide aciago y desmentido,
primero en rama llega,
y luego en flor el metaloide oscuro,
y en fruto de sabor martirizado,
baja junto a la lengua enajenada,
pasa de mano en mano hasta la altura.
Porque el fruto no es puerto
sin rumbo entre las aguas,
sino estación secreta de la carne;
íntima paz de cotidiana guerra
donde reposa el vientre silvestre y revestido
de accidentes geológicos espesos.
Y la alegría purísima
la honda gracia presente y madurada,
que rebota hasta el fondo de la sangre,
que hace correr y madrugar el pájaros,
y equivocarse de pecho y ponerse,
como ciertas flores,
un corazón de pana en la mañana.
La alegría de caer en inocencia de sí mismo
y disfrutarse junto a otras criaturas
en el descubrimiento de su nombre,
madrugando de pecho para arriba
donde los alimentos perseveran
perdidos para el cielo.
* * *
[De "Tránsito de fuego"]
Declinaciones del monólogo
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo,
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
– Marzo, 1946
* * *
I
Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
sólo veo el día
que entra por tus axilas transparentes
y te desnuda.
Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las dádivas,
los cielos...
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se escribe porque aún no se inventa su
nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).
II
Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.
Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán...
Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.
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