VOCES: De tiempos y hombres ▪︎ Gilberto Aguilar Avilés

ARTE: Carlos Mérida (GUA). ´La Fuga´. 1940.

Con la prosa holgada que le es característica, el historiador salvadoreño Gilberto Aguilar Avilés, en su libro De tiempos y hombres nos presenta una vívida descripción de los hechos que constituyen la saga independentista del Istmo centroamericano y algunos de sus protagonistas; y por extensión, el origen de los destinos actuales de las pequeñas repúblicas mesoamericanas.

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DE TIEMPOS Y HOMBRES

Por GILBERTO AGUILAR AVILÉS


La Primera tribuna de nuestra nacionalidad

La leyenda -siempre más fuerte que la realidad- cuenta que el Padre Delgado salió, sigilosamene, a tocar las campanas de La Merced para despertar al pueblo en la madrugada del 5 de noviembre de 1811. ¡Cómo quisiera que tal escena fuera cierta! Pero no hay pruebas documentadas de este incidente. Autores como Barón Castro, Molina y Morales y Guandique expresamente lo niegan y lo atribuyen a la euforia poética que entre nosotros sustituye el análisis histórico. El Padre Delgado estará en la cima de la proceridad con campanas o sin ellas. El fue cerebro y conductor genial del patriotismo propio y ajeno, no agitador.

Pasado el turbulento día 4 y la vigilia popular nocturna, todos esperaban gravísimos acontecimientos para el 5 de noviembre. A las ocho fueron tocadas las campanas del Cabildo, lo cual reunió a "...todas las personas capaces de sostenerse en pie". Al llegar el Intendente Gutiérrez de Ulloa, acompañado de vecinos españoles y Don José Rossi, jefe militar de la plaza, las reclamaciones se hicieron más violentas. Ya no sólo se reclamaba por la seguridad de los Padres Aguilar y Delgado, sino por los impuestos abusivos, la destitución del Intendente y el desarme de la fuerza pública. La deformada justicia de las multitudes esgrimió rústicas armas, golpeó chapetones y realizó saqueos. El asustado Gutiérrez de Ulloa exigió que la masa enardecida nombrara un diputado que la representara. Una silla en el corredor de Cabildo fue la tribuna; y el diputado un joven de 23 años: Manuel José Arce. Tiempo después, al declarar a un tribunal dijo: "(...) y como sucede en semejantes ocasiones que el pueblo se conforma con lo que está más a mano (...) nombró diputado al declarante quien se creyó en estrecha obligación de auxiliar al gobierno..." Sin embargo, hay testimonios de que sus palabras fueron: "Ya no hay rey, ni tributos, no debe prestarse obediencia, sólo a los alcaldes". Estas frases no son una simple propuesta por los Doctores Delgado y Aguilar, tesis a cuya luz debe interpretarse la gran osadía del Prócer. En efecto, según una antiquísima ley española, si por alguna circunstancia faltara el rey -y no lo había por estar preso en Francia Fernando VII- la soberanía retornaba automáticamente a los pueblos y sus autoridades locales. Arce no mentía: esta pequeña ciudad americana recogía sus propias potestades políticas frente a una España desmoronada, caótica y acéfala.

El golpe se dio: el Intendente fue destituido y quedó bajo la protección de los patricios. Se nombró Alcalde a Don Bernardo de Arce, padre del joven orador. Al atardecer se tranquilizó la ciudad, pero la agitación pasó al ánimo de los Próceres, abocados a las ingentes tareas de organizar el gobierno y apremiar el apoyo de las demás ciudades.

En el sitio en donde este pueblo enardecido clamó aquella mañana, cien años después (1911), la nación levantó el bellísimo y gran monumento de la plaza Libertad. La silla que fue la rústica tribuna de donde se empezó a gestar nuestra nacionalidad se perdió para siempre, así como se pierden, por nuestra irredenta incuria, tantos objetos que estuvieron ligados a nuestro origen.

El Padre Nicolás está muy ocupado en su parroquia...

Hubo muchos próceres en la jornada de noviembre de 1811. Unos por su tesón patriótico y otros por un golpe de ocasión. Cualquiera que haya sido su grado de afiliación a la causa revolucionaria, debemos recordar sus nombres porque el día 6 por la mañana se organizó en San Salvador el primer gobierno autónomo surgido en el vasto territorio del antiguo Reino de Guatemala. Leandro Fagoaga y José María Villaseñor sustituyeron a Don Bernardo de Arce como Alcaldes. Don José María Batres -antiguo burócrata- sustituyó al Intendente depuesto. Ocuparon cargos de autoridad: Domingo Durán, Fernando Silva, Manuel Morales, Secretario al insigne Juan Manuel Rodríguez. José Aguilar y Fernando Palomo recibieron la comandancia militar.

A las alturas del 6 de noviembre era indudable que quienes llevaban finamente la conducción del movimiento eran los Padres Nicolás Aguilar y José Matías Delgado, don Miguel Delgado y Don Benardo Arce; mientras Manuel José Arce, Pedro Pablo Castillo y Domingo Antonio de Lara realizaban urgentes acciones de movilización.

Veintiocho días duró aquel gobierno autónomo de San Salvador, que no fue apoyado por los pueblos, salvo la honrosa excepción de Metapán que se sublevó bajo el liderato de Juan de Dios Mayorga. Podría pensarse que un duro castigo militar esperaba a la ciudad insurrecta de parte del Capitán General del Reino, Don José Bustamante y Guerra, afamado por su crueldad. Pero este hombre supo leer el signo de los tiempos: había llegado la era del criollismo. Así en vez de preparar las armas, oyó el sabio consejo del Ayuntamiento de Guatemala que lo propuso "(...) Enviar a San Salvador una diputación por esta capital con el fin de calmar los movimientos populares ocurridos en aquélla, empleando al efecto todos los medios que la prudencia dicte..."

No tanto por blando corazón, como por maniobra política, Bustamante accedió a poner criollo frente a criollo, posiblemente recordando aquello de que "la cuña para que apriete ha de ser del mismo palo". Además, considerando viejos recelos, era probable que la actitud autonomista de San Salvador también tenía sus pespuntes de antiguatemalismo.

Fueron electos para la misión pacificadora -el diálogo de aquel entoces- Don José de Aycinena y el obeso Regidor Decano Don José María Peinado. Salieron de la ciudad de Guatemala el 19 de noviembre y, como dice con fino humor Barón Castro "(...) Castigando Peinado su cabalgadura con el peso de su inmensa humanidad."

Es el momento de concluir estas evocaciones. Mas, no sin antes consignar un último grandioso incidente: tocó al Padre Delgado la noble misión -compatible con su hidalgo corazón y su gran capacidad para la maniobra política- de ir a encaminar al derrocado Intendente Gutiérrez y su familia hasta Nejapa, brindándoles protección para su camino a Guatemala; y también a encontrar el 3 de diciembre a los ilustres munícipes de Guatemala que llegaban en son de paz a asumir el poder. Este acto aparentemente prosaico, tiene un simbolismo sublime: Delgado despidió en Nejapa al antiguo orden, para abrazar la llegada del poder criollo que 10 años después protagonizó la Independencia.

El Padre Nicolás Aguilar, inflexible rebelde, no fue a encontrar a Aycinena y Peinado aduciendo tener muchas ocupaciones en su parroquia...

Centro Histórico de la ciudad de San Salvador a mediados del siglo XIX. Imagen de Archivo histórico de San Salvador, EL Salvador.

Los otros hombres de noviembre de 1811

Los mayores desengaños para aquellos salvadoreños que promovieron la insurrección de 5 de noviembre de 1811, vinieron de la intransigencia conservadora de San Vicente y San Miguel, ciudades que no sólo rechazaron la complicidad con la rebelión, sino que amenazaron con invadir a la capital provinciana con fuerzas militares.

Oscuros personajes, así como pequeños héroes del bajo pueblo, protagonizaron aquella gesta casi por todos los rumbos de la provincia de San Salvador. Uno y otro bando -conservador y revolucionario- contó con sus portavoces; sus nombres, tan desconocidos entre nosotros, han quedado escritos en los Procesos por Infidencia que siguieron el 5 de noviembre. He aquí algunos momentos casi ignorados de aquel suceso que asustó verdaderamente al coloniato de tres siglos.

San Vicente era un baluarte fiel al régimen colonial. El párroco Manuel Antonio de Molina -quien diez años después tuvo que firmar el Acta de Independencia- combatió la sacrílega acción de San Salvador con palabras como éstas: "Todos estos males son causados por lo infames franceses y su tirano emperador (...) deberíamos unirnos a nuestros hermanos españoles (...) y es posible que no pudiendo hacer esto nos pongamos de parte de Napoleón? Obsérvense en las palabras del Padre Molina la constante tendencia política de ver el origen de los problemas en causas remotas y no en circunstancias inmediatas. El vicentino Tomás Alvaréz dijo "Pues mire que en San Vicente hay mil hombres armados por si no dan los de San Salvador, para darles combate".

San Miguel envió tropas a Apastepeque, en espera de órdenes de Guatemala para atacar a los insurrectos. El Párroco Miguel Angel Barroeta predicó en esta forma: "ya es preciso que deis a conocer que sois españoles, que respetáis a las autoridades legítimas que jurasteis (...) No creáis los falsos colores con que los insurgentes de San Salvador pintan el carácter de nuestros hermanos lo españoles europeos (...). Tres siglos de experiencia son prueba, nada equívoca de interés que ellos han tomado de nosostros". El regidor J. María de Hoyos dijo que: "hasta las mujeres corrieron en tropel alentando a sus maridos, hijos o hermanos queriendo tener parte en sus peligros al atacar a San Salvador". Benito Molina dejó este testimonio: "(...) Un pliego que trajo el correo de San Salvador, considerando al mismo levantamiento que han hecho contra el Intendente y los chapetones, lejos de condescender, inmediatamente al toque de caja y grito de un pregonero se le dio fuego públicamente en la plaza (...)"

En Santa Ana unos cuantos mulatos entre los que se menciona a Juan de Dios Jaco, Francisco Reyna e Irene Aragón, Lucas Morán, Tiburcio Morán y Patrocinio Trejo intentaron apoyar la insurrección, "pero la población indiana a la que pretendieron embaucar no parece haber respondido". Estos pardos alegaron que lo suyo no era un "molote", sino protesta contra impuestos abusivos que caían sobre los pobres como los estancos, las alcabalas, el fondo de reserva y el fondo de pardos. Santa Ana controló el movimiento y pidió que se presentasen voluntariamente y se alistasen todos los que quisieran ser a favor del Rey, de la Religión, la Nación y la Patria".

Zacatecoluca era, posiblemente, la ciudad que tenía más probabilidades de complicidad con San Salvador, por ser su párroco el insigne Prócer José Mariano Calderón. Sin embargo, la acción imprudente del mensajero Pedro Pablo Castillo, al asesinar al coronel español José Gregorio Zaldívar, revertió la situación.

Usulután no se sumó a la insurrección, pero protagonizó muchos disturbios, lindantes con el pillaje, el grito de "Mueran los chapetones y repartamos sus intereses". La dos consignas eran: destitución de los españoles de los cargos de gobierno y supresión de impuestos como los estancos de aguardiente y tabaco, alcabala y reducción de precios de algunos productos. Nuevamente véase en este hecho que las causas de la insurrección fueron malestares immediatos y no el remoto bonapartismo que las autoridades aducían. Domingo Palles e Ignacio Domínguez fueron hechos prisioneros por los insurrectos. En su declaración dijo el señor Palles: "V. A. (...) dictará una de sus acertadas providencias con la cual se corte de raíz tanto mal y se eviten los que en adelante puedan ocurrir(...)".

En San Pedro Perulapán, el Padre Vicente Aguilar con unos cuantos del barrio de abajo exaltó al pueblo, pero fue prontamente atacado a machetazos por furiosos indígenas, capitaneados por el Teniente Manuel Díaz, al grado de tener que huir hacia San Salvador para salvar la vida.

En otros escritos me he ocupado de los Próceres que llenaron la gesta de 5 de noviembre de 1811. Ahora he mencionado a quienes estuvieron en contra de San Salvador, pues quiérase o no, ellos son parte de la historia: fueron los otros hombres del cinco de noviembre de 1811.

Litografía de la Plaza de Armas de San Salvador circa 1900-1910.
Imagen: Ing. Carlos Quintanilla, coleccionista 


San Salvador, enero de 1814

Una noche de enero de 1814 se sirvió buena mesa y se bebió de mejor vino en la casa de párroco de San Salvador, Don Nicolás Aguilar.

¿Motivo? El anciano luchador, no ocultando su tradición revolucianaria, agasajaba a los alcaldes electos por el pueblo dentro del espíritu de la Constitución Española de 1812: Juan Manuel Rodríguez y Pedro Pablo Castillo. Fue turbulento el arribo de los dos Próceres al Ayuntamiento; su elección había sido anulada dos veces por el Intendente Peinado . ¡No era para menos el vino añejo del Padre Nicolás!

En aquellos días, eran nefastos protagonistas de la vida salvadoreña los "Voluntarios de Fernando VII", especie de cuerpo paramilitar dedicado al espionaje, la denuncia y hostigamiento de todo sospechoso de conspirar contra el orden colonial. A mediados de enero de 1814 arreciaron las fechorías de los "Voluntarios", especialmente contra los alcaldes de los barrios y las familias criollas que mantenían contactos subversivos con Guatemala y León. Por entonces, el benemérito Padre Delgado vivía en Guatemala como Diputado. Los líderes indiscutibles de esta ciudad rebelde eran los Padres Aguilar.

Peinado -el obeso intendente que nos quedó después del golpe de 1811- veía el fantasma de la conspiración por doquier, y armó a los "Voluntarios". El 23 de enero fueron apresados varios alcaldes de barrio, acusados de agitadores.

Iban y venían lo próceres, gestionando inútilmente su libertad. El 24 de enero estalló el motín popular capitaneado por Manuel José Arce y Domingo Antonio de Lara. Al anochecer, el Padre Manuel Aguilar mandó a tocar a rebato las campanas de La Merced, por lo que los vecinos más lejanos se incorporaron a la lucha verdaderamente sangrienta y desigual: cuchillos, partesanas, lanzas y viejas espadas contra mejores armas de la Fuerza Pública. Hubo heridos y muertos. Cayeron prisioneros, junto con tantos humildes, Juan Manuel Rodríguez, Santiago José Celis y Crisógeno Pérez. El alcalde Pedro Pablo Castillo -sobre quien pesaba la acusación de haber asesinado a un español en noviembre de 1811- escapó con la ayuda del padre Vicente Aguilar. Una calma aparente llenó la ciudad. Pero el 27 de enero, estalló nuevamente la lucha en la plaza y el mercado. Caen prisioners Arce, Lara y Miguel Delgado.

Se ha dicho que estos sucesos fueron un golpe imprudente, con innecesario derroche de violencia sangrienta. Por los procesos de infidencia sabemos que los próceres sí tenían el plan de establecer un gobierno colegiado. En cualquier caso, el mes de enero de 1814 es otro mojón histórico en el camino hacia la independencia centroamericana.

Estas trágicas ocurrencias iniciaron el momento de martirio de los próceres salvadoreños.

El Pensamiento revolucionario del Padre Manuel Aguilar

Rebelde de gran estatura moral, vehemente oratoria y fuerza intelectual fue el ilustre Presbítero Manuel Aguilar (1750-1819), el verdadero protagonista de las campanadas de La Merced durante la segunda insurrección de San Salvador el 24 de enero de 1814. La Tríada inmortal de esto padres Aguilar fue la perenne amenaza del intendente Peinado, quien en los abatimientos de esos días clama para que viniera a ponerlos en orden el ilustre Padre Delgado, diputado entonces en la capital.

Los sermones del Padre Manuel Aguilar son las primeras muestras de las denuncia social entre nosotros. Ninguno de los próceres tuvo la incendidiaria elocuencia del párroco de la Merced. En marzo de 1813, después de sufrir graves atropellos dijo:

"La primera autoridad es Dios a quien debemos todo respeto y la mayor veneración de nuestras almas. Qué podemos decir, pues, del inicuo proceder de la autoridad militar, que quebranto manifiesto de una ley de siete partidas, y con violación de lo mandado en la bulas de las Papas Benedicto XIV y Gregorio IX, mandó rodear la casa de Dios con tropas, en los últimos acontecimientos y emergencias políticas de esta ciudad, entrando en ella en armas, en persecución de los que para ponerser a salvo de nuevos atropellos habían buscado su amparo (...). Salid un poco del centro de la población, y sólo encontraréis quejas del pueblo oprimido Quién se lamenta de haber sido despojado de su hacienda, en beneficio de un poderoso! Quién de que compelido al pago de una deuda, empleando para ello desusado rigor, no ha logrado a su vez que su deudor, protegido por los poderosos, se le exija siquiera el cumplimiento de sus obligaciones! Padre de familia ha habido, a quien quejándose por haberle prostituido a una hija se le haya respondido por la autoridad que el Rey no quiere mujeres sino hombres. Cuántos infelices hay que gimen en las prisiones, viendo con angustia pasar los días, meses y años, sin que siquiera se les deje ver la causa el castigo que sufren, quizá injustamente, o que si han cometido alguna falta, se deja en perpetuo olvido la causa que la ley manda seguirle (...). De allí viene como lógica conveniencia la revolución, la lucha sangrienta con su séquito de horrores, la persecución, la anarquía".

Sofocada la infortunada insurrección de enero de 1814, Peinado ordenó una misa para el 27 de febrero, a la cual asistieron justos y pescadores, más el Intendente y demás autoridades. Por torpe jugada política, pidió al Padre Nicolás que oficiara; mas, el sermón corrió a cargo de su elocuente hermano Manuel. A las primeras voces del insigne orador, El gobierno en pleno se retira con indignación. Leamos algunas frases del terrible discurso de una de las figuras más grandes de nuestra historia. Dijo el padre Manuel, entre otras cosas y adelantándose a su tiempo: "No sólo no se guarda la Constitución (Española de 1812), no sólo se atropella a quienes tomaron parte de la revolución, embargando sus bienes, sino que se embargan las haciendas de los no culpables, en los cuarteles en donde se les tiene detenidos tampoco concluyen las infamias que contra ellos se cometen (...) las autoridades llamadas a respetar las leyes son las primeras en violarlas inicuamente (...) ¿Cómo se puede exigir moralidad al pueblo, si los llamados al cumplir la ley son los primeros en atropellarla) (...) Sé muy bien por dolorosa experiencia que colocada la autoridad en el camino de las arbitrariedades, no encuentra nada que sea digno de respeto (...) no se me oculta que mis palabras lastimarán a los nuevos Herodes; pero si por decir la verdad se me persigue, estoy dispuesto a marchar nuevamente el sacrificio..."

En dolorosa queja al Capitán General, Peinado decía: "Este es el escandaloso y subversivo discurso que con el pretexto de sermón ha pronunciado en el púlpito el Presbítero Manuel Aguilar, que ha llegado al extremo que no era fácil imaginar".

El 2 de marzo de 1814, el Padre Nicolás despedía a su hermano, quien iba al exilio. Ya en Guatemala recibe la sentencia de prisión de la cual salió cinco años después, gravemente enfermo y con la prohición de volver a San Salvador. Esta Patria, que no ha dado tumba digna a ninguno de sus próceres, no le vio morir. Falleció en Guatemala el 25 de mayo de 1819. Las palabras del Padre Manuel Aguilar tienen un tono de eternidad: "El mismo Dios ha dicho que no puede prevalecer la iniquidad".



GILBERTO AGUILAR AVILÉS nació en El Salvador en 1932. Sociólogo y maestro, es miembro de la Academia Salvadoreña de la Historia y correspondiente de la Academia Puertorriqueña de la Historia. Autor de varios libros, entre ellos: El pensamiento pedagógico universal, Simón Rodríguez: de la utopía americana a la utopía de la educación.


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