ARTE: Camilo Minero, El Salvador ▪︎ Romeo G. Osorio
El pintor Camilo Minero, Premio Nacional de Cultura de El Salvador 1996. |
Por ROMEO GILBERTO OSORIO
Se puede asegurar sin incurrir en falsas apreciaciones, que la tendencia pictórica predominante en la pintura salvadoreña de los años cincuenta lo constituye el realismo social. Asimismo, su exponente más fiel y perseverante es el maestro Camilo Minero, cuya distinguida trayectoria ha sido finalmente reconocida en El Salvador al recibir el Premio Nacional de Cultura de 1996.
Nacido en 1917, en Zacatecoluca, Departamento de La Paz, Camilo Minero hace sus primeros estudios con el maestro Marcelino Carballo y más tarde en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. En 1956 sale becado a México, donde realizará estudios de muralismo en el Instituto Politécnico Nacional y de grabado en el célebre Taller de Gráfica Popular, volviendo a su patria en 1960. A su regreso a El Salvador es cofundador de la Casa del Arte (1965-1973) y profesor del Taller de Artes Plásticas de la Universidad de El Salvador, donde permanecerá hasta el año de 1979. Posteriormente, debido al conflicto bélico que se desarrolla en El Salvador, parte al exilio, y reside en Nicaragua donde permanece activo en la agrupación cultural CODICES, hasta su regreso al país después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1992.
Perteneciente a la llamada «Generación del 44», sus miembros constituyeron la última promoción destacada de la extinta Escuela Nacional de Artes Gráficas «Carlos Imery», cuyos graduados dominaron eventualmente el ámbito pictórico en El Salvador hasta la década de los cincuenta; llegando más tarde varios de ellos, a convertirse en directores de la misma institución, como en el caso de los maestros Cáceres Madrid y el puntillista José Mejía Vides.
Fuertemente influenciado por el indigenismo mexicano, el estilo de Camilo Minero transita hacia un reduccionismo material que desemboca en la utilización exclusiva de amarillos y ocres aplicados sobre fondos negros. De brochazos gruesos y espontáneos, cuya textura recuerda las incisiones de las cuchillas sobre la madera en la xilografía —su otro medio favorito—, éstos sugieren que tanto el lienzo como el grabado constituyen un contrapunto emulativo en el desarrollo de su técnica. Esta predilección monocromática que caracteriza casi toda su obra, articula una superposición de planos convergentes que tienen como objetivo la rendición de la figura humana como tema central. Consecuentemente, por sus lienzos desfilan campesinos en sus labores, sindicalistas en reunión (¿o conspirando?), tumultos de gente abordando buses, mujeres, niños y obreros... una cotidianidad que Camilo Minero se aferra en documentar por medio siglo. Y aun cuando la mayor parte de sus contemporáneos gravitan en la misma línea del expresionismo social realista, Camilo es el único que lo hace desde una posición genuina de compromiso. O como anota el poeta José Roberto Cea: "Camilo Minero ha sido el más consecuente de su generación, en su manera de pensar y hacer su obra, sobre todo aquella que manifiesta su visión del mundo."
Se puede asegurar sin incurrir en falsas apreciaciones, que la tendencia pictórica predominante en la pintura salvadoreña de los años cincuenta lo constituye el realismo social. Asimismo, su exponente más fiel y perseverante es el maestro Camilo Minero, cuya distinguida trayectoria ha sido finalmente reconocida en El Salvador al recibir el Premio Nacional de Cultura de 1996.
Nacido en 1917, en Zacatecoluca, Departamento de La Paz, Camilo Minero hace sus primeros estudios con el maestro Marcelino Carballo y más tarde en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. En 1956 sale becado a México, donde realizará estudios de muralismo en el Instituto Politécnico Nacional y de grabado en el célebre Taller de Gráfica Popular, volviendo a su patria en 1960. A su regreso a El Salvador es cofundador de la Casa del Arte (1965-1973) y profesor del Taller de Artes Plásticas de la Universidad de El Salvador, donde permanecerá hasta el año de 1979. Posteriormente, debido al conflicto bélico que se desarrolla en El Salvador, parte al exilio, y reside en Nicaragua donde permanece activo en la agrupación cultural CODICES, hasta su regreso al país después de la firma de los Acuerdos de Paz en 1992.
Perteneciente a la llamada «Generación del 44», sus miembros constituyeron la última promoción destacada de la extinta Escuela Nacional de Artes Gráficas «Carlos Imery», cuyos graduados dominaron eventualmente el ámbito pictórico en El Salvador hasta la década de los cincuenta; llegando más tarde varios de ellos, a convertirse en directores de la misma institución, como en el caso de los maestros Cáceres Madrid y el puntillista José Mejía Vides.
Fuertemente influenciado por el indigenismo mexicano, el estilo de Camilo Minero transita hacia un reduccionismo material que desemboca en la utilización exclusiva de amarillos y ocres aplicados sobre fondos negros. De brochazos gruesos y espontáneos, cuya textura recuerda las incisiones de las cuchillas sobre la madera en la xilografía —su otro medio favorito—, éstos sugieren que tanto el lienzo como el grabado constituyen un contrapunto emulativo en el desarrollo de su técnica. Esta predilección monocromática que caracteriza casi toda su obra, articula una superposición de planos convergentes que tienen como objetivo la rendición de la figura humana como tema central. Consecuentemente, por sus lienzos desfilan campesinos en sus labores, sindicalistas en reunión (¿o conspirando?), tumultos de gente abordando buses, mujeres, niños y obreros... una cotidianidad que Camilo Minero se aferra en documentar por medio siglo. Y aun cuando la mayor parte de sus contemporáneos gravitan en la misma línea del expresionismo social realista, Camilo es el único que lo hace desde una posición genuina de compromiso. O como anota el poeta José Roberto Cea: "Camilo Minero ha sido el más consecuente de su generación, en su manera de pensar y hacer su obra, sobre todo aquella que manifiesta su visión del mundo."
ARTE: Camilo Minero (ESA).´Niña durmiendo´ / Foto: Internet. |
Trazando su trayectoria desde sus inicios precarios exhibiendo en las calles de San Salvador, Cea nos señala que Camilo es "uno de los pocos pintores salvadoreños que se preocupa por escribir sobre la pintura en El Salvador". A veces entablando polémicas que nos recuerdan las sostenidas por la escuela mexicana (vis-à-vis Rivera vs. Siqueiros): "Los pintores no figurativos en Centro América son como las costureras. Ellos tienen los ojos puestos en las modas de París y Nueva York... un arte impersonal que no es más que la expresión creativa de una lamentable ignorancia estética."
Observaciones como ésta, más que increpar la obra de sus contemporáneos, nos revelan en cambio, tensiones inherentes al oficio como producto de la época. En efecto, se puede observar en la obra de Camilo Minero que tanto el diseño como la aplicación expresionista de la pintura, ambos tienden a deslizarse hacia el abstraccionismo. Pero a diferencia del caso clásico de Picasso, que recurre a la figura hierática cuando el cubismo sintético heredado de Cezànne amenazaba con deslizarse hacia el abstraccionismo puro, en la obra de Camilo Minero, en cambio, todo subterfugio estilístico tiene como objetivo único la ilustración de la condición humana, o literalmente, a juzgar por la preferencia del color ya mencionada, iluminarla; lo que atestigua la fuerte inclinación humanista de su oficio.
Observaciones como ésta, más que increpar la obra de sus contemporáneos, nos revelan en cambio, tensiones inherentes al oficio como producto de la época. En efecto, se puede observar en la obra de Camilo Minero que tanto el diseño como la aplicación expresionista de la pintura, ambos tienden a deslizarse hacia el abstraccionismo. Pero a diferencia del caso clásico de Picasso, que recurre a la figura hierática cuando el cubismo sintético heredado de Cezànne amenazaba con deslizarse hacia el abstraccionismo puro, en la obra de Camilo Minero, en cambio, todo subterfugio estilístico tiene como objetivo único la ilustración de la condición humana, o literalmente, a juzgar por la preferencia del color ya mencionada, iluminarla; lo que atestigua la fuerte inclinación humanista de su oficio.
La transformación capitalista del sistema y sus consecuentes reacomodos durante la última mitad del siglo XX, han tenido para El Salvador repercusiones cataclísmica que han venido a cuestionar hasta la viabilidad de su existencia como nación. La obra de Camilo Minero constituye una visión muy personal, precisamente en este periodo; ilustrando a través de las imágenes de sus protagonistas y herederos, una reflexión humanista firmemente enraizada en su época. En los últimos años, como consecuencia, la expectativa del otorgamiento del máximo galardón cultural era ya motivo de discusión y debate en círculos culturales salvadoreños. Su adhesión y militancia de izquierda lógico complemento de su obra no dejó de pesar sobre el criterio oficial que se aferraba en evadir su nombre por otros de menor trayectoria y trascendencia. Cabrá entonces destacar, que como cronista visual de su época Camilo Minero recibe el Premio Nacional de Cultura a los 80 años de edad, cerrando para el ámbito artístico salvadoreño el siglo XX.
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ROMEO GILBERTO OSORIO, pintor y escultor estadounidense de origen salvadoreño, ex-director artístico del Mission Cultural Center for Latino Arts de San Francisco, California; y Editor de arte de la antigua revista VOCES de California, en donde este artículo fue publicado originalmente.
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