OJO AL ARTISTA. La última imagen: Lalo Borja

Francisco Orrego, poeta. San Francisco 1993 / FOTOS de LALO BORJA

La primera impresión son los rostros. Decenas de ellos. Sabemos que son desconocidos. Mujeres y hombres. Una sonrisa aquí, una mirada allá. Paulatinamente, sobre la pulcritud de la textura comienzan a surgir delicadamente los planos y los relieves, la luz y la sombra, los espacios vacíos, las formas en movimientos suspendido… Y allí están los rostros de nuevo. Inmutables. Perseverando en su inevitabilidad. Hay cierta familiaridad en sus rasgos, en la obstinación de las arrugas; en el inescrutable aspecto de las sonrisas y en la severidad y la sensación de aventura inminente que se advierte en sus ojos. Hay también en ellos una suerte de dignidad sosegada que usualmente oculta grandes ambiciones, y ésa parece ser precisamente la línea de coherencia que los hace únicos.

A primera vista… 

Francisco X. Alarcón, poeta

María Fernanda Cardoso, artista multidisciplinaria


Pero ¿quiénes son esos rostros? ¿Qué tratan de decirme? ¿Dicen algo? Y si dicen algo, ¿qué tiene que ver conmigo? La mirada desafiante de este individuo a quien nunca he visto; ¿qué significa? La melancólica sonrisa ―curiosa combinación de orgullo y miedo― de aquél que mira por la ventana; o la placidez exangüe de aquél otro entrado en años que se yergue erecto como vulnerable monolito dedicado al triunfo de la paciencia sobre el destino; o el fresco semblante, satisfecho y bisoño, del ardor de la juventud. ¿Acaso se trata de mí mismo? No existe en esos rostros nada que así lo indique; sólo indicios de humanidad. No obstante, mi sospecha aumenta en la medida en que descubro en ellos algo que a menudo encuentro en mí mismo; aquello que siempre vuelve para estamparle su inexorable corolario a mi vida. 

Está claro entonces. Es mi humanidad. 

Juana Alicia, muralista

Serge Armand, bailarín y coreógrafo

El hombre sentado a la mesa, con un rostro de ojos singulares que denotan una excepcional confianza y que se alzan de frente, mirando ―¿esperando tal vez?―, manifestando con más densidad ese elemento de humanidad que me impulsa a mirarlo con determinada atención. ¿Qué busco en su rostro? Y la verdad es que no hay una transición natural ostensible que lo lleve de una inexistencia anterior al ser que ahora se revela ante mis ojos; al hecho de estar plasmado sobre un plano evocando mi humanidad. Su rostro se convierte en un archipiélago. Fragmentos de humanidad se transforman en retazos de vida ―efímeros segmentos de existencia que constituyen un mosaico absurdo: Mi vida ahora. ¿Será que se trata de un rostro que conforma la realidad? ¿Una realidad? ¿Y qué hace indispensable de mirar esa realidad? El retrato no dice nada. Pero conforma una realidad. Vibrante. Desnuda. Cargada de una intrínseca acción orgánica. Y aun cuando la distancia física que nos separa sea relativamente nimia al contemplarlo, la distancia que realmente nos separa sólo puede ser concebida en términos oscuros y fantásticos que se escapan a la rígida exactitud de la lógica. Porque lo cierto es que estamos unidos porque estamos juntos. Contemplándonos. Contemplo su humanidad, porque la suya evoca la mía. 

Jorge Argueta, poeta

¿Y qué de la última imagen? Hace unos años Borja me dijo: “La imagen que no se ve es la que me preocupa; la última imagen que se refleja en los ojos de mis sujetos”. La eternidad quizás. ¿La habrá finalmente aprehendido? Estos retratos en particular denotan con más vehemencia la necesidad de aprehender esa última imagen; en todo caso porque se trata de retratos. Y es que el rostro humano ha permitido siempre servir de mapa en los escabrosos terrenos del alma. Siendo así, el vínculo es obvio. Pero esa noción resulta demasiado elemental. Y estoy seguro sin embargo que se trata de un milagro elemental; del milagro que conlleva la esencia de los verdaderamente cósmico, lo naturalmente dramático, noción que traspasa el obstáculo de la razón. 

Guillermo Cabrera Infante, novelista


Enrique Chagoya, artista gráfico 
Enrique Chagoya, pintor y artista gráfic
Lo cierto es que en este esfuerzo todo indica que el artista ha arribado al umbral de lo eterno; y sabemos que una vez allí, sobre esa etérea plataforma, lo que se advierte con gran lucidez es el misterio de lo que por mucho tiempo le da coherencia a nuestra vida. En todo caso, la suya. Porque para Borja las fuerzas interiores del individuo se manifiestan sobre su rostro y se convierten en una sola cosa: es el efecto natural de la afirmación de la vida, de los poderes que rigen nuestros deseos. Porque de eso se trata. ¿Acaso la vida no es una suerte de círculo cósmico de deseos y afirmaciones? Es el recomienzo de lo andado.

Pero ¿qué hay realmente en esos rostros? El rostro de esa joven mujer, por ejemplo. Reconozco en ella la frescura de su sonrisa, el cuerpo ágil presto a la vida. Pienso que bien podría estar desnuda. Luego está la pared, y tres objetos sobre ésta. Eso es todo. Esto es lo que miro: Una joven mujer. ¿Qué efecto tiene en mi ánimo? No puedo hablar de dualidades. Mucho menos de mitología. Está allí, sobre la textura del papel fotográfico, para que sea mirada. O para que me mirase. Lo cierto es que estoy siendo confrontado por una realidad que no me pertenece. Y sin embargo, cuando estoy a punto de captar a sensación de familiaridad del misterio que casi inevitablemente suscita, es entonces que ésta desaparece. Borja capta lo que está allí, plasma lo que mira. Y a la vez me dice exactamente cómo lo mira. Porque ahí está la otra imagen, la última, que nos devela la humanidad de la mujer y su afirmación de vida. ¿Sonríe conmigo, o sólo tengo la momentánea impresión de que sonríe? Pero está claro entonces que yo pongo demasiada humanidad de mi parte en lo que miro. 

Carlos Loarca, pintor y muralista

Curiosamente, ese fenómeno ocurre casi siempre que observo lo que a menudo califico de “artístico”. La calculada precisión del rostro de la mujer me indica con más exactitud la necesidad de la visión de Borja. Y todo lo que ella implica. ¿Se trata de una ilusión? Hay que recordar que cuando hablamos de arte hablamos del imperio de los sentidos y su efecto sobre la imaginación. De la creación de ilusiones. De artificios. Y es entonces que nos asalta la duda de que si acaso lo que vemos son “monstruos ilusorios”. Fantasmas. La respuesta la encuentro al pie del retrato: Actriz. El fantasma de un fantasma. Entonces me doy cuenta… como para volver a empezar: Son retratos de artistas.

Pero no quiero perorar aquí sobre el “misterio del arte” o sobre el “carisma de artista”: me remito a lo que miro. Y lo que miro son rostros. Artistas ―tengo entendido. El vínculo aún no ha sido establecido en lo referente a mi realidad inmediata; ni ―en términos medievales― a su función utilitaria. ¿O será que simplemente no existen tales opciones? Y es muy posible que así sea puesto que un rostro nos deja entrever los deseos del alma; en el caso en cuestión, el alma del artista. ¿Y qué tiene esto que ver con “funciones utilitarias” o realidades inmediatas. Si una cosa podemos inferir con determinación de todos estos rostros es la “normalidad” de su función, en el sentido popular y en el más alto sentido de la palabra. Y ese es el vínculo fundamental que los hace asequibles a la sensibilidad del espectador. En esa accesibilidad se encuentra la virtud absoluta del arte de Borja. 

Pedro Jiménez Navarro, pintor

Aquí no se habla de la creación directa de ilusiones, del uso de trucos mecánicos que buscan efectos intelectuales incomprensibles o misterios subrepticios. Si miro uno de los retratos sólo sabiendo que es un artista ―cualquier clase de artista―, la primera impresión es la evocación de una humanidad que nos une. Más allá de eso, las posibilidades son infinitas. Allí es donde comienza el drama en la vida de cada uno de esos artistas, en este caso, artistas latinoamericanos. Y es también donde se comienza a vislumbrar la última imagen que con tanto afán busca Borja: esa imagen que es poesía, pues la poesía es cosa del alma. 

¿Acaso es posible asegurar que en ese rostro triste, o en aquel altivo, se pueda encontrar la poesía? Es muy posible. De sobra sabemos que los sentimientos simples y eternos: odio, amor, alegrías y tristezas, crecen en las vastas profundidades del hombre y modelan el rostro de su destino. Las líneas de su rostro que, a la larga, nos indican la profundidad de su intento y los abismos de su frustración.

Evidentemente, Borja ha buscado esa última imagen con una resolución rayana en obsesión. Cosa de artistas, me atrevería a decir. Yo así lo he entendido. Si se concluye que el intento de Borja ha sido infructuoso no le resta nada al arte que practica. Porque el intento bien vale la pena.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California, 5 de agosto de 1993.


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OJO AL ARTISTA fue un proyecto artístico del fotógrafo colombiano radicado entonces en San Francisco, Lalo Borja, consistente en 50 retratos de artistas de todas las disciplinas en las artes, cuyo objetivo era visibilizar y destacar el talento local latinoamericano descollante del área de la bahía de San Francisco en la década de los 90 en California.


Publicado originalmente en Suplemento cultural Voces, de San Francisco, California. Febrero 1994.


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