La valentía de los medios
Imagen de carácter ilustrativo / FOTO: Internet. |
The Philadelphia Inquirer, The Oakland Tribune, The Rocky Mountain News, y más recientemente el Seattle Post-Intelligencer, conforman la lista de defunciones en el ámbito de la prensa escrita, en lo que pareciera una inexorable marcha fúnebre sin precedentes.
Aún más reciente y en nuestro ámbito inmediato, el San Francisco Chronicle anunció pérdidas por sobre los 50 millones de dólares el año pasado, y en la actualidad renegocia contratos con sus empleados so pena de irse a la quiebra en caso que éstos renegaran de las negociaciones, medidas que a estas alturas son más bien bálsamos de emergencia. Y entre las publicaciones hispanas en los Estados Unidos, ahí está el insólito caso de la revista de lujo Casa y Hogar de Miami, que desapareció (el eufemismo es ‘emigró’ a Internet) sin pena ni gloria el pasado mes de enero después de una breve pero exitosa trayectoria y una circulación cercana al millón de ejemplares mensuales. El problema: falta de inversionistas, publicidad y capital.
Aún más reciente y en nuestro ámbito inmediato, el San Francisco Chronicle anunció pérdidas por sobre los 50 millones de dólares el año pasado, y en la actualidad renegocia contratos con sus empleados so pena de irse a la quiebra en caso que éstos renegaran de las negociaciones, medidas que a estas alturas son más bien bálsamos de emergencia. Y entre las publicaciones hispanas en los Estados Unidos, ahí está el insólito caso de la revista de lujo Casa y Hogar de Miami, que desapareció (el eufemismo es ‘emigró’ a Internet) sin pena ni gloria el pasado mes de enero después de una breve pero exitosa trayectoria y una circulación cercana al millón de ejemplares mensuales. El problema: falta de inversionistas, publicidad y capital.
Heridos certeramente por la crisis económica actual, pero sobre todo por la dramática y vertiginosa metamorfosis que experimenta la profesión periodística estos días, los mencionados medios han desaparecido de la sociedad dejando truncados casi medio siglo de historia informativa –146 años en el caso del Post-Intelligencer, 100 del Rocky Mountain News y 157 años del Philadelphia Inquirer– y cientos de periodistas, operadores y técnicos en la calle. Esta es una tragedia real que se devela silenciosa en la blogósfera y entre millares de notas periodísticas cotidianas que circulan por el planeta.
Una acertada lectura de estos tristes acontecimientos sería la de asumir una dinámica de cambios en las actitudes de la profesión periodística y, sobre todo, de moverse al ritmo empresarial de las nuevas tecnologías y tendencias en la sociedad. Los medios de comunicación son empresas que operan dentro de un contexto económico y cuyo objetivo, aparte de su función comunicacional de informar y formar opinión, es el de generar utilidades tanto para sus propietarios como para sus empleados. Lo contrario a ello es la extinción. Y es justamente la huida de ganancias –o las pérdidas– lo que ahora experimentamos quienes laboramos en los medios escritos.
En medio de tan sombrío panorama, aún existen publicaciones que se resisten a desaparecer y persisten en sus respectivos nichos de mercado y sectores de experticia, forjados y obtenidos con base a perseverancia y arduo trabajo.
Pero más allá de lealtades –al fin y al cabo los medios son empresas y por lo tanto expuestas a los vaivenes del mercado en que opera–, lo ideal sería que el favor fuese correspondido por parte de sus interlocutores, clientes y amigos. Es precisamente en momentos difíciles cuando conocemos a nuestros verdaderos amigos y eso lo sabemos todos.
La opción alternativa a una lectura interesante, amena e informativa la conocemos todos: ahí siguen los medios anglo-parlantes en cuyas páginas con frecuencia encontramos refritos de nociones de nuestra cultura distorsionados por la falta de interés y conocimiento de nuestra trayectoria y presencia en esta nación. Espantosa alternativa que nos revierte el camino ganado a pulso y sacrificios.
Es ahora el momento preciso para apoyar y asumir nuestro compromiso con nuestros empresarios y comunicadores, enfrentados como estamos todos a la extinción y al olvido. Es un acto de reciprocidad que se traduce en nuestra propia viabilidad como cultura viva e influyente en la sociedad. Al fin y al cabo, ahí estarán siempre los trillados estereotipos de nuestra gente y nuestra cultura, esperándonos para ser corregidos y rescatados de manos ignorantes e inexpertas.
ARMANDO MOLINA
ARMANDO MOLINA
San Francisco, California
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