Actos de fe

ARTE: Martivón Galindo (ESA).

He visto el futuro. Y no es que yo posea el poder de la clarividencia. Es sólo que he sido testigo de lo que se puede lograr cuando juntos pensamos y trabajamos por un objetivo común, por proyectos vitales cuyos logros nos hagan la existencia más placentera. Es decir, por una significativa y completa calidad de vida de la que nos sintamos todos complacidos: nuestra versión propia de ese sueño latinoamericano que por ahora parece eludirnos.

Me estoy refiriendo a ciertos logros posibles en el contexto de la caótica realidad versión Centro América, este vertiginoso y confuso presente en el que a pesar de las ruindades cotidianas en materia de violencia, muerte y venalidad política, la sociedad funciona dentro de alguna normalidad posible, aunque demasiadas veces emponzoñada por el luto, la vergüenza y la tragedia.

Sin embargo lo que he visto y me produce optimismo últimamente, es que aún y a pesar de toda esa negra estela que nos impide encontrar un momento de solaz para el espíritu, algunas cosas aún son posibles alcanzar por estas tierras; cosas extraordinarias por las que vale la pena luchar con todas las fuerzas y la voluntad. Pienso en su cultura, su arte, sus historias.

A lo largo de mis viajes a Costa Rica he podido confirmar mi percepción inicial del apreciable nivel de cultura del ciudadano promedio costarricense. Y me refiero al prototipo de ciudadano del mundo que tiene solventadas sus necesidades de “funcionalidad” en todas sus dimensiones. Desde hace ya un buen tiempo, los centroamericanos en versión costarricense vienen padeciendo las consecuencias del posmodernismo que toda nación moderna sufre, y en materia política y económica, al igual que sus vecinos, también sudan las fiebres de la corrupción y la deshonestidad. Y a pesar de todas esas vicisitudes tan parecidas a las nuestras, los suyos son ciudadanos de buena cepa, apasionados protagonistas y partícipes en los menesteres del arte y la cultura de su país y del mundo. Admiro esas cualidades, y pienso que debemos emularles.

Este ejemplo quizás aún no ha sido apreciado en toda su dimensión y contexto por el resto de vecinos centroamericanos, tan ocupados como estamos lidiando con el vertiginoso postmodernismo que nos abruma en nuestra versión sui generis o por otros motivos menos elegantes. Y es que me refiero a producir y cultivar a ese ciudadano contemporáneo centroamericano y del mundo, ese individuo que tiene actualizado y afianzado el conocimiento de su realidad y el ideario de su persona. De manera que con la confianza de una pragmática formación cultural básica, los ciudadanos se muevan a cultivar otras arenas de su personalidad siguiendo ese delicado proceso que les convierte en individuos completos, en personas con identidad propia, plenamente conscientes de sus privilegios y responsabilidades sociales. El buen salvaje en versión centroamericana.

Del ejemplo de nuestros paisanos de Costa Rica emerge un corolario ilustrativo: Ese modelo, de características tan similares al nuestro, es del que debemos emular sus patrones de conducta, sus procesos. Pues nos ofrece la certeza de que más tarde el esfuerzo se traducirá en apreciables niveles de cultura para el ciudadano promedio: ese ciudadano que ve más allá del entorno de su subsistencia y se aboca a conocer, cultivar y apreciar las cosas del espíritu.

De eso necesitamos en Centro América, y en grandes dosis. Al menos para contrarrestar el griterío de los celebrantes del comercio que excreta el tubo de los idiotas, ese pernicioso chisme que nos vapulea la identidad diariamente y nos mantiene inmovilizados con su embeleso hollywoodense. Insisto: No todo está perdido. Y es Centro América el terreno que nos toca cultivar. Conozco a muchos que ya han tomado acciones concretas en esa dirección, y desde ya aplaudo y admiro su esfuerzo.

Y es que la mayor parte del tiempo lo que oímos de los bufones analistas en televisión es siempre hablar de aquello que “no podemos” lograr. Y claro, cuando país tras país, ciudad tras ciudad va haciendo recortes presupuestarios expulsando profesores y artistas, y se empieza por eliminar todo lo sospechoso de ser “inútil” o que huele a arte y cultura; cuando desperdiciamos año tras año enganchados en interminables discusiones sobre cual partido político debería desaparecer o cual de ellos nos traerá el tan deseado cambio y nos salvará de la próxima crisis, es justo entonces cuando percibimos los hedores de aguas estancadas.

Al discernir nítidamente nuestra identidad y cultura en el contexto del mundo contemporáneo y las apreciamos a profundidad, pronto llegamos a la conclusión de que todo esfuerzo por afianzar estos asuntos del espíritu siempre valdrá la pena. Nos da la confianza de saber que somos mejores personas que lo que proyectan todas esas discusiones estériles. La cultura nos hace comprender quiénes somos, qué queremos y hacia dónde queremos ir, en un diálogo constante entre nosotros mismos. Trabajar por ella para lograrlo es un acto de fe, que al final parecerá como un milagro.

Al final de la jornada el deleite de hacerlo será nuestro, y sobre todo tendremos la certeza de saber lo que verdaderamente somos capaces de hacer cuando lo deseamos con todas nuestras fuerzas.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California

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Publicado en el Suplemento Cultural Tres Mil (20-12-2014). Si quieres leer el enlace original, aquí

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