Por los parajes de la luna y la sangre: Roberto Armijo (1937–1997)

El poeta Roberto Armijo en su casa de París / Foto de archivo.
 

A veintitrés años de su muerte

Roberto Armijo, «Tito» para sus amigos más cercanos, acaba de morir en París su ciudad adoptiva desde 1970. Poeta, dramaturgo, narrador y ensayista, Roberto Armijo ocupa un sitio de honor en la literatura salvadoreña del siglo XX, junto a sus compañeros de generación Manlio Argueta, Roque Dalton, José Roberto Cea y otros. Su muerte no es una noticia cualquiera. Armijo era un excelente ensayista, un ambicioso dramaturgo y un fino poeta. Acaecida en plena capacidad creativa, su inesperada desaparición a los 59 años deja un profundo vacío en el ámbito de la literatura centroamericana y en la de su país, El Salvador, al que defendió con todo el poder de su pluma.

Nacido en el departamento de Chalatenango, El Salvador, en 1937, Roberto Armijo fue integrante de la polémica Generación Comprometida, grupo de poetas del círculo universitario salvadoreño quienes comenzaron a escribir en la época de los años cincuenta y cuyo rasgo particular fue una voz poética identificada con las luchas sociales y políticas de su país. No obstante, en los últimos años Armijo había volcado su pluma hacia una poesía de corte lírico e intimista, sin dejar por ello sus preocupaciones de índole social.

Poeta que dialoga con la Historia y sus protagonistas, Armijo es también testigo y participante de la misma. Para Armijo diálogo, observación, síntesis, son fases que corresponden al conflicto entre las fuerzas de la historia y la subjetividad individual. Esta es la naturaleza de su lenguaje poético, un lenguaje altamente lírico que se hace evidente desde sus primeras obras, La noche ciega al corazón que canta (1959), Seis elegías y un poema (1965), y que culmina en una exaltada búsqueda por descubrir los detalles mínimos del misterio de la vida y la muerte, como se manifiesta en sus libros más recientes, Los parajes de la luna y la sangre (1996) y Cuando se enciendan las lámparas (publicado por Concultura de El Salvador).

La trayectoria de Armijo como ensayista comienza con una serie de brillantes trabajos literarios que le valieron en su época el reconocimiento a través de premios y galardones especiales, entre los que destacan: «Francisco Gavidia, la odisea de su genio» (Premio Nacional de Cultura 1965); «Rubén Darío y su intuición del mundo» (Primer Premio, Certamen 15 de Septiembre , Guatemala, 1967), «T.S. Eliot, el poeta contemporáneo más solitario» (Premio Especial, Nicaragua, 1967). Con estas obras, Roberto Armijo se proyecta como un escritor centroamericano de profundidad y erudición en el campo de las letras, a lo cual habrá de agregársele más tarde sus obras dramáticas, poéticas y narrativas, con las cuales también obtendría fructíferos resultados.

En narrativa, su única novela publicada, El asma de Leviatán, fue recomendada en su momento a UCA Editores por el Padre Ignacio Ellacuría, quien en una carta dirigida al poeta y fechada 27 de abril de 1989 opina a propósito de ella: "Leí tu novela hace rato y quedé muy impresionado de ella, tanto en lo que recoge en la vida del pueblo salvadoreño años ha: palabras, comidas, plantas, animales, fiestas, costumbres, problemas, etc. como en lo que expresa de la vida del intelectual revolucionario, que vive sin vivir en sí".

Y es que en esa novela Armijo despliega un formidable talento narrativo, tanto en la novedosa estructura novelística como en la virtuosidad del uso del lenguaje; rescatando a su paso, por medio de la recreación de su querido Chalatenango, un tesoro linguístico vernacular propio de la región centroamericana ―y en particular de El Salvador―, cuyos giros y uso están virtualmente desaparecidos hasta la fecha. Como él mismo ha dicho sobre la obra: "Me propuse escribir una novela que huyera del realismo para poder darle significación profunda a lo salvadoreño..." Valiéndose de distintos registros narrativos, en ella Armijo nos da una visión ostensible de la paradójica realidad en la vida del intelectual centroamericano en el exilio europeo, donde vive devorado por su entrañable amor por la mancillada patria lejana y su gente.

«Yo he tratado siempre de conocerme a mí mismo. En mi juventud, a veces, creí que me apagaría como un candil... Yo era Sinbad viajando por mares desconocidos. Ulises visitando islas paradisíacas. Después de cada naufragio, de cada descenso a los abismos, volvía a la superficie con ánimo para continuar mis ensueños... Cuando el odio remueve mis entrañas, empiezo a sentir mi cuerpo triturado en una piladera, o en un instrumento de tortura, y estas voces, en el aire, se vuelven fantasmas, y empiezan a prensarme, a despreciarme, a insultarme, según sean las circunstancias. Le dan vueltas a las tuercas, y yo, allí, entre los dientes de los instrumentos, veo a los fantasmas, dando vueltas con alicates a mis labios, con facturas del teléfono y hojas de impuestos municipales.., y entonces pienso en el "mestizo gigantesco" (alusión a Rubén Darío) y una sensación estoica como lluvia de oro baña mi cerebro, lo único pasable y robusto de mi cuerpo. Allí tengo un cofre donde guardo mis recuerdos. El viaje en alfombra voladora por ejemplo, de Chalatenango a Granada, de Granada a París, de París a Uxmal, de Uxmal a Estambul, de Estambul a París, de París a Xibalbá...»

Ahí están también sus obras dramáticas El príncipe no debe morir, Escenas negras, Los escarabajos y Jugando a la gallina ciega (obra teatral premiada en los juegos florales de Quezaltenango, Guatemala, en 1969). Pero es con su obra poética con la cual Roberto Armijo destacará por su erudición y originalidad vanguardista, y por su compromiso como intelectual preocupado por su tiempo.

Poeta del amor a los hombres y sus quimeras, amante del trópico y del mundo; observador atento del alma humana y los paisajes terrenales; intelectual y maestro poseedor de una imaginación fecunda, no es de extrañar su ascenso meteórico en el ámbito de las letras salvadoreñas en la época de los años sesenta, resultando de ello su partida hacia Francia en 1970, donde más tarde se desempeñaría como catedrático de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nanterre, en París.

En Réquiem por un poeta, Armijo nos habla en ese lenguaje lírico y profundo, para descubrirnos la posibilidad del recuerdo como forma de vida:

De nada vale la noche de vigilia
cuando la brasa del pensamiento
y los labios en la sombra
repiten el eco de un sueño
el escorzo perdido de una anécdota
que fue la delicia. La fuente de risas
de aquellos días cuando el corazón
ardía en el diamante del día
El aprendizaje de la palabra
era el cauterio de la espuma de cerveza
que regía la voz que afilaba el aire
sobrecogiendo la imagen que llegaba
gimiendo con su semblante
La imagen ponía en medio de las calles
repentinamente el mar de Ulises
como invitándonos a un viaje
¿De aquel tiempo qué tenemos ahora?
El rescoldo de la hoguera
en las piedras del silencio
El odio que nos persiguió.

La lengua Las garras El excremento
de la fiera ojos de víbora
que nos mordió las manos
que nos cerró las puertas de cedro de la casa.


El legado de Roberto Armijo es precisamente su sensibilidad y su lenguaje poético, su irrevocable compromiso social en el campo de lo humano así como sus dotes de excelente persona de las que han hablado sus compañeros en diferentes ocasiones. He ahí los elementos de la obra que Armijo deja para las nuevas generaciones de salvadoreños de quienes estuvo alejado durante los últimos 26 años de su vida, pero alrededor de las cuales gravitaron sus preocupaciones como escritor y ser humano.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California


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El viernes 18 de abril de 1997 se ofreció un homenaje en memoria del poeta Roberto Armijo en el barrio latinoamericano de La Misión, de San Francisco California. El evento contó con la participación de varios escritores salvadoreños y artistas locales. Este texto fue leido por su autor durante el homenaje.

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