El pensamiento latinoamericano y el indigenismo ▪︎ Martivón Galindo
FOTO: Sebastião Salgado (BRA), 'Amazonia'. |
El pensamiento latinoamericano y el indigenismo
“Al indio no se le predique humildad y resignación.
¿Qué ha ganado con trescientos o cuatrocientos años
de conformidad y paciencia?”
Manuel González Prada
"Nuestros Indios" (1904)
El indigenismo es un tema en la historia del pensamiento latinoamericano que indiscutiblemente se repite por su importancia y derecho fundamental. Los indígenas que poblaban América antes de la conquista y la colonia y que fueron brutalmente “civilizados” continúan durante los siglos XIX y XX después de los movimientos independistas, ocupando, junto con el negro, el ultimo nivel en la pirámide social americana.
Irónica e injustamente, los únicos verdaderos herederos de la tierra americana son los que no la poseen y los que la necesitan, no sólo por su supervivencia, sino también por inherentes razones místicas y de compenetración con la madre tierra.
Con el cubano José Martí (1853-1895) en el siglo XIX comienza una re-evaluación de lo indígena y lo negro como riqueza. Siendo esta complejidad étnica y racial lo que nos diferencia de otros continentes, comienza a discutirse por gobiernos y entre algunos intelectuales acerca del “problema indígena”, término que en sí es ofensivo y no real, ya que el indígena no es el problema ni el creador del problema, sino por el contrario, son los legados clasistas y racistas europeos los que nos siguen permeando al clasificar al indígena de esta manera. El problema real ha sido del conquistador, colonizador, cacique, caudillo, gobernantes, señores feudales, intelectuales que inmersos en el debate civilización versus barbarie, continúan situando al indígena dentro de la barbarie y aspiran a integrarlo, a “civilizarlo” y por supuesto, a exigir su asimilación.
El pensamiento latinoamericano, con marcadas excepciones, ha continuado su camino bajo estas pretensiones de ideas hegemónicas, verticales e irrespetuosas de la idiosincracia y cultura indígena. Los gobiernos deciden desde sus cimas liberales, los religiosos desde sus aspiraciones evangelizadoras, los humanistas desde sus conceptos morales, y los intelectuales desde su erudición, “cuál es lo conveniente y cuál debe ser” lo que el indígena necesita.
El movimiento indigenista que se desarrolló primeramente desde el romanticismo europeo con admiración y deleite por lo exótico y un sentimiento puramente emocional en América a principios del siglo XX, derivó en un paternalismo semejante al cristianismo caritativo mostrado en la colonia por algunos religiosos. Con ello, no estoy quitando el valor que en su tiempo y en sus circunstancias tuvo el esfuerzo de un Bartolomé de las Casas al defender a los indígenas contra la brutalidad y explotación de sus compatriotas colonizadores.
Sin embargo, como bien claro han mostrado los indígenas en momentos claves tales como en 1992 con motivo del aniversario de 500 años de resistencia indígena, son sus voces las que debemos oír, aun cuando sus reinvindicaciones se siguen apagando con violencia militar. Necesitamos comprender que el problema no son ellos sino los europeos y todo el sistema operativo estructural que nos dejaron en América, lo que ha sido un problema para la supervivencia, bienestar y autonomía del indígena americano. Esta supervivencia ahora agravada por la avaricia de Estados Unidos y las grandes corporaciones hacia la Amazonia a la que pretenden internacionalizar y arrebatarla así de sus dueños, los indígenas.
El indigenismo es un tema en la historia del pensamiento latinoamericano que indiscutiblemente se repite por su importancia y derecho fundamental. Los indígenas que poblaban América antes de la conquista y la colonia y que fueron brutalmente “civilizados” continúan durante los siglos XIX y XX después de los movimientos independistas, ocupando, junto con el negro, el ultimo nivel en la pirámide social americana.
Irónica e injustamente, los únicos verdaderos herederos de la tierra americana son los que no la poseen y los que la necesitan, no sólo por su supervivencia, sino también por inherentes razones místicas y de compenetración con la madre tierra.
Con el cubano José Martí (1853-1895) en el siglo XIX comienza una re-evaluación de lo indígena y lo negro como riqueza. Siendo esta complejidad étnica y racial lo que nos diferencia de otros continentes, comienza a discutirse por gobiernos y entre algunos intelectuales acerca del “problema indígena”, término que en sí es ofensivo y no real, ya que el indígena no es el problema ni el creador del problema, sino por el contrario, son los legados clasistas y racistas europeos los que nos siguen permeando al clasificar al indígena de esta manera. El problema real ha sido del conquistador, colonizador, cacique, caudillo, gobernantes, señores feudales, intelectuales que inmersos en el debate civilización versus barbarie, continúan situando al indígena dentro de la barbarie y aspiran a integrarlo, a “civilizarlo” y por supuesto, a exigir su asimilación.
El pensamiento latinoamericano, con marcadas excepciones, ha continuado su camino bajo estas pretensiones de ideas hegemónicas, verticales e irrespetuosas de la idiosincracia y cultura indígena. Los gobiernos deciden desde sus cimas liberales, los religiosos desde sus aspiraciones evangelizadoras, los humanistas desde sus conceptos morales, y los intelectuales desde su erudición, “cuál es lo conveniente y cuál debe ser” lo que el indígena necesita.
El movimiento indigenista que se desarrolló primeramente desde el romanticismo europeo con admiración y deleite por lo exótico y un sentimiento puramente emocional en América a principios del siglo XX, derivó en un paternalismo semejante al cristianismo caritativo mostrado en la colonia por algunos religiosos. Con ello, no estoy quitando el valor que en su tiempo y en sus circunstancias tuvo el esfuerzo de un Bartolomé de las Casas al defender a los indígenas contra la brutalidad y explotación de sus compatriotas colonizadores.
Sin embargo, como bien claro han mostrado los indígenas en momentos claves tales como en 1992 con motivo del aniversario de 500 años de resistencia indígena, son sus voces las que debemos oír, aun cuando sus reinvindicaciones se siguen apagando con violencia militar. Necesitamos comprender que el problema no son ellos sino los europeos y todo el sistema operativo estructural que nos dejaron en América, lo que ha sido un problema para la supervivencia, bienestar y autonomía del indígena americano. Esta supervivencia ahora agravada por la avaricia de Estados Unidos y las grandes corporaciones hacia la Amazonia a la que pretenden internacionalizar y arrebatarla así de sus dueños, los indígenas.
Joven indígena de la nación Qahatika, Canadá, circa 1907. |
Las fronteras ficticias creadas entre culturas indígenas similares fueron obras de criollos durante el período independentista, cuando se erigieron las naciones separando así pueblos Mayas entre Chiapas, México y Guatemala; pueblos Quéchuas entre Perú, Bolivia y Ecuador.
Los movimientos indigenistas en el siglo XIX y buena parte del XX –sobre todo después de la Segunda Guerra mundial- como bien lo expuso el peruano Sebastián Salazar Boundy (1925-1965), no pasaron de ser cantos, colores y palabras de nostalgia por una parte de nuestra herencia americana y por su mismo aislamiento y destrucción que los mestizos seguimos propiciando. Por su parte los gobiernos latinoamericanos con dictaduras civiles o militares, sin dejar el tema del indigenismo, persiguieron a los intelectuales acusándolos de promover levantamientos indígenas con su retórica. La investigación antropológica y arqueológica de nuestro pasado continúa con la dirección europea y los peones indígenas son los que siguen escarbando con sus uñas en busca de lo que les pertenece a ellos y que al final acabará, con suerte, en un museo en Europa o Estados Unidos, o en crecientes colecciones privadas.
Mariátegui (1895-1930), otro destacado intelectual peruano enfatizaba en los años 20 y 30 en una interpretación política-social y en cómo el indígena necesita de la tierra y es ésta su principal preocupación: “El nuevo planteamiento del indigenismo consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra”. Sin embargo, aún las reformas agrarias bien intencionadas que se han dado en América latina han sido contaminadas de la mentalidad paternalista y “civilizadora”. No creo que en ningún momento se ha llamado a los indígenas -los directamente ofendidos-, para que ellos participen en discusiones o expresen lo que ellos realmente desean y cómo quieren vivir.
La Amazonia es la más grande zona de reserva forestal del mundo, aun cuando los europeos le hicieron gran daño después de la conquista. Es el ecosistema más diverso y exuberante que existe, donde las condiciones son ideales por la lluvia y la intensa luz solar. Tribus indígenas viven en partes felizmente desconocidas para la civilización. Sin embargo, las grandes compañías de petroleo a medida que avanzan en su penetración de la selva, presionan y engañan a grupos de indígenas para que den acceso a sus tierras. A tribus como la Huaoroni les demarcaron los límites de sus tierras, con la condición de no tener acceso al subsuelo. Ahora el territorio Huaoroni está surcado de calles construidas por las petroleras, a las que les siguieron la industria de la madera, mientras la tribu vive ahora en barracas hechas por las compañías. Dentro de veinte años los pozos producirán suficiente petróleo para satisfacer la demanda de Estados Unidos por dos semanas. Si se sigue destruyendo la reserva forestal, los pulmones del planeta también sufrirán y esto tendrá consecuencias catastróficas para el ambiente y para el indígena que vive en la selva. Parece que nuestra sociedad tecnológicamente avanzada no puede visualizar las consecuencias de sus acciones.
Antes que las máquinas niveladoras entren más profundamente en la selva amazónica destruyendo árboles milenarios y el habitat de tribus indígenas, antes que brillen los rótulos de luces anunciando las cadenas hoteleras internacionales y lleven la contaminación y la mal llamada civilización” a uno de los últimos refugios existentes, oigamos a los indígenas, escuchémoslos con humildad para que tal vez así logremos salvar nuestros pulmones forestales, el continente y, con ello, salvarnos todos “los civilizados”.
Los movimientos indigenistas en el siglo XIX y buena parte del XX –sobre todo después de la Segunda Guerra mundial- como bien lo expuso el peruano Sebastián Salazar Boundy (1925-1965), no pasaron de ser cantos, colores y palabras de nostalgia por una parte de nuestra herencia americana y por su mismo aislamiento y destrucción que los mestizos seguimos propiciando. Por su parte los gobiernos latinoamericanos con dictaduras civiles o militares, sin dejar el tema del indigenismo, persiguieron a los intelectuales acusándolos de promover levantamientos indígenas con su retórica. La investigación antropológica y arqueológica de nuestro pasado continúa con la dirección europea y los peones indígenas son los que siguen escarbando con sus uñas en busca de lo que les pertenece a ellos y que al final acabará, con suerte, en un museo en Europa o Estados Unidos, o en crecientes colecciones privadas.
Mariátegui (1895-1930), otro destacado intelectual peruano enfatizaba en los años 20 y 30 en una interpretación política-social y en cómo el indígena necesita de la tierra y es ésta su principal preocupación: “El nuevo planteamiento del indigenismo consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra”. Sin embargo, aún las reformas agrarias bien intencionadas que se han dado en América latina han sido contaminadas de la mentalidad paternalista y “civilizadora”. No creo que en ningún momento se ha llamado a los indígenas -los directamente ofendidos-, para que ellos participen en discusiones o expresen lo que ellos realmente desean y cómo quieren vivir.
La Amazonia es la más grande zona de reserva forestal del mundo, aun cuando los europeos le hicieron gran daño después de la conquista. Es el ecosistema más diverso y exuberante que existe, donde las condiciones son ideales por la lluvia y la intensa luz solar. Tribus indígenas viven en partes felizmente desconocidas para la civilización. Sin embargo, las grandes compañías de petroleo a medida que avanzan en su penetración de la selva, presionan y engañan a grupos de indígenas para que den acceso a sus tierras. A tribus como la Huaoroni les demarcaron los límites de sus tierras, con la condición de no tener acceso al subsuelo. Ahora el territorio Huaoroni está surcado de calles construidas por las petroleras, a las que les siguieron la industria de la madera, mientras la tribu vive ahora en barracas hechas por las compañías. Dentro de veinte años los pozos producirán suficiente petróleo para satisfacer la demanda de Estados Unidos por dos semanas. Si se sigue destruyendo la reserva forestal, los pulmones del planeta también sufrirán y esto tendrá consecuencias catastróficas para el ambiente y para el indígena que vive en la selva. Parece que nuestra sociedad tecnológicamente avanzada no puede visualizar las consecuencias de sus acciones.
Antes que las máquinas niveladoras entren más profundamente en la selva amazónica destruyendo árboles milenarios y el habitat de tribus indígenas, antes que brillen los rótulos de luces anunciando las cadenas hoteleras internacionales y lleven la contaminación y la mal llamada civilización” a uno de los últimos refugios existentes, oigamos a los indígenas, escuchémoslos con humildad para que tal vez así logremos salvar nuestros pulmones forestales, el continente y, con ello, salvarnos todos “los civilizados”.
MARTIVÓN GALINDO, poeta, narradora y pintora salvadoreña. Profesora emérita de Holy Names University de California y colaboradora editorial de revista VOCES de California. Es la autora del libro Retazos, publicado por Editorial Solaris de San Francisco, y de La tormenta rodando por la cuesta, ambas publicadas en California.
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