VOCES: Heinrich Böll

Heinrich Böll, escritor alemán Premio Nobel de Literatura 1972.

La escritura de Heinrich Böll estuvo marcada profundamente por su experiencia como soldado y, después, por la reconstrucción de Alemania circunscrita en el enfrentamiento Este-Oeste y el predominio conservador europeo. Böll criticó con dureza a las instituciones, muy especialmente a las políticas y eclesiásticas, en una firme defensa de las minorías y de los valores humanos. Nacido en Colonia en 1917, en 1939 fue reclutado para la Wehrmacht y estuvo destacado en diferentes frentes de guerra durante la Segunda Guerra Mundial; luchó en Francia, Rumanía, Hungría y la Unión Soviética, hasta ser capturado y hecho prisionero del ejército de los Estados Unidos y detenido en Francia y Bélgica. Autor de novelas (El honor perdido de Katharina Blum, El tren llegó puntual), cuentos, ensayos, artículos periodísticos y una gran actividad como crítico social, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1972. Falleció en 1985 en Langenbroich, Alemania. A continuación uno de sus cuentos de su serie de "literatura de los escombros" como se dio por llamar a la producción literaria de la posguerra en Alemania.
                — Armando Molina

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▪︎ Heinrich Böll
Mi carísima pierna

Me dieron una oportunidad. Me hicieron una tarjeta para que me presentase con ella en las oficinas. Y fui a las oficinas. Allí estuvieron muy amables conmigo. Miraron mi fecha y dijeron:–Hmm

–Hmm –dije yo también.

–¿Qué pierna es? –me preguntó el funcionario.

–La derecha.

–¿Del todo?

–Del todo.

–Hmm –repitió.

Se puso a buscar entre varios papeles y me dijo que podía sentarme. Por fin encontró el papel que le pareció podía ser el adecuado y me dijo:

–Creo que aquí hemos encontrado algo para usted. Un buen trabajo. Podrá estar sentado: Limpiabotas en un urinario público de la Plaza de la República. ¿Qué le parece esto?

–Yo no sé limpiar zapatos. Siempre se me ha criticado por llevar los zapatos mal lustrados.

–Puede usted aprender –me dijo–. Todo se puede aprender. Y un alemán lo puede todo. Si usted quiere, puede seguir un cursillo gratuito.

–Hmm –dije.

–Así pues, ¿de acuerdo?

–No –respondí–. No estoy de acuerdo. Quiero que se me aumente la pensión.

–Usted está loco –me replicó muy tranquila y amablemente.

–No estoy loco. La pierna que he perdido no me la pueden devolver. Ni siquiera me dejan seguir vendiendo cigarrillos; me ponen dificultades.

El hombre se recostó cómodamente en su sillón y aspiró una buena cantidad de aire.

–Mi querido amigo –dijo mientras expelía el aire–, su pierna nos va a salir carísima. Veo aquí que tiene usted diecinueve años, el corazón sano, y una salud excelente aparte de lo de la pierna. Usted vivirá hasta los setenta años. Calcule usted, setenta marcos al mes doce veces al año, o sea, cincuenta y uno por doce por setenta. Calcule usted esto, sin los intereses, y tenga en cuenta que su pierna no es la única. Tampoco es usted el único que probablemente vivirá muchos años. ¡Y aún quiere usted que se le aumente la pensión! Pérdoneme, pero usted está loco.

–Señor mío –dije, recostándome a mi vez en el asiento y haciendo una inspiración profunda –, creo que subestima usted gravemente el valor de mi pierna. Mi pierna es mucho más cara, es una pierna carísima. Y no sólo tengo sano el corazón sino también la cabeza. Escúcheme con atención.

–Dispongo de muy poco tiempo.

–Escúcheme usted –repetí–. Mi pierna ha salvado la vida a una gran cantidad de personas que hoy perciben una bonita pensión. La cosa fue de la manera siguiente: yo estaba completamente sólo en una posición muy avanzada, y estaba encargado de vigilar de cuándo se aparecieran los del otro lado, para que los nuestros pudieran irse a tiempo. Los altos mandos se estaban preparando para retirarse, y no querían hacerlo ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Al principio éramos dos, pero al otro lo mataron, y éste ya no les costará nada. Estaba casado, pero su mujer está sana y puede trabajar, no se preocupen. Así que ése salió muy barato. Sólo hacía cuatro semanas que le había movilizado, y sólo gastó un sello postal y un poco de pan y munición. Él sí que fue un buen soldado; por lo menos se dejó matar como Dios manda. Después quedé yo allí solo; tenía miedo y frío, y tenía ganas de largarme; sí, quería largarme, pero...

–Dispongo de muy poco tiempo –dijo el hombre, fingiendo que buscaba su lápiz.

–No, escúcheme usted. Ahora viene lo interesante. Precisamente cuando me disponía a largarme, ocurrió lo de la pierna. Y como igualmente tenía que quedarme allí tendido, pensé: Ahora puedo transmitir el mensaje. Y lo transmití. Y se largaron todos, por orden: primero la división, después el regimiento, después el batallón, y así sucesivamente, por orden y bien. Y fíjese usted lo que pasó: ¡se olvidaron de recogerme a mí! Con las prisas... Así pues, si yo no hubiera perdido la pierna ellos estarían todos muertos, el general, el coronel, el comandante, siempre según el orden, y ahora ustedes no tendrían que pagarles pensiones. Ahora calcule usted lo que cuesta mi pierna. El general tiene cincuenta y dos años, el coronel cuarenta y ocho y el comandante cincuenta, y los tres están sanos, del corazón y de la cabeza, y, con su régimen de vida militar, alcanzarán por lo menos los ochenta años, como Hindenburg. Calcule usted ahora: ciento sesenta por doce por treinta, porque podemos poner tranquilamente que les queda como menos unos treinta años de vida, ¿verdad? Así pues, mi pierna ha resultado carísima. Difícilmente puedo imaginar que nunca una pierna haya salido tan cara. ¿Comprende usted?

–Usted está loco –dijo el hombre.

–No –respondí–. No estoy loco. Desgraciadamente, estoy tan sano del corazón como de la cabeza, y es una lástima que no me mataran dos minutos antes de ocurrir lo de la pierna. Habríamos ahorrado mucho dinero.

–¿Acepta usted la colocación? –volvió a preguntarme el hombre.

–No.

Me puse en pie y me fui.


© Heinrich Böll 
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