ARTE: Miguel Antonio ´Toño´ Bonilla, un pintor clásico e irreverente
ARTE: Miguel Antonio´Toño´ Bonilla (ESA). ´Los intelectuales´, óleo sobre tela, 2009. |
A R T E
Miguel Antonio 'Toño' Bonilla, un pintor clásico e irreverente
Por ENRIQUE S. CASTRO
Miguel Antonio ´Toño´ Bonilla es un intelectual sarcástico de la pintura: los temas pueden permanecer mucho tiempo en su mente y van saliendo posteriormente en rápidos bocetos y en ideas transformadas en colores, en luces muy libres, en espacios perfectamente acondicionados por los planos y la composición.
Miguel Antonio ´Toño´ Bonilla es un intelectual sarcástico de la pintura: los temas pueden permanecer mucho tiempo en su mente y van saliendo posteriormente en rápidos bocetos y en ideas transformadas en colores, en luces muy libres, en espacios perfectamente acondicionados por los planos y la composición.
El pintor salvadoreño Miguel´Toño´ Bonilla. |
Las obras de Antonio Bonilla, a veces variaciones sobre el mismo tema, evocan en un mismo compás dramático y burlón la recreación, la sutileza, la hipocresía, los afanes y las ´tullidencias´ de la sociedad.
Su temática es inconfundible: está presente su sello y perfil sicológico por distintos que sean los trazos, pues las mujeres gordas, los cuerpos humanos con rostros de cerdos, las figuraciones clásicas, las figuras simbólicas, la ilusión del unicornio, los peces son hilos conductores y expresan sus propias virtudes, antojos y caprichos, de acuerdo con el estado de ánimo de su autor o la interpretación del coleccionista o el público que tenga la oportunidad de ver sus creaciones. No se trata de una simple ficción, sino que de una realidad pictórica, pues de una forma u otra es su manera de juzgar burlonamente a la sociedad. Es satírico, irónico y mordaz.
Bonilla es un pintor autodidacto, formado en la exigencia de la vida diaria, en el apremio de las bibliotecas y libros sueltos, en la irrenunciable disciplina y el estudio de los pintores clásicos, donde por supuesto no escapan artistas como Carreño, Goya, El Greco, El Bosco, Botero y tantos otros que han ironizado su tiempo y han profundizado en el perfil sicológico de la sociedad y de sus personajes.
Muchos de sus cuadros están ejecutados con improvisación, con veloz y precisa pincelada, para fijar “un estado de ánimo meditativo y de crisis interior, como una interrogación ansiosa y sin respuesta”.
Don Francisco Goya y Lucientes habría de ser uno de esos clásicos del estupor, el terror y la agonía por encontrar sentido no sólo a su pintura, sino que a la misma sociedad. Bonilla, estudioso de su obra, sabe de esa avidez por el irracionalismo ciego, tantas veces encadenado por pasiones elementales y hasta destructivas.
Don Francisco Goya y Lucientes habría de ser uno de esos clásicos del estupor, el terror y la agonía por encontrar sentido no sólo a su pintura, sino que a la misma sociedad. Bonilla, estudioso de su obra, sabe de esa avidez por el irracionalismo ciego, tantas veces encadenado por pasiones elementales y hasta destructivas.
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La vorágine de los 70 y de los 80 también impregnó y sacudió a este artista que emigró a México, a las sierras y etnias de Puebla, no sin antes aportar con sus creaciones al estímulo movilizador de grupos insurgentes organizados de esa época.
Mantas, postes y muros del gran San Salvador vieron la invasión de improvisados motivos, un poco al modo de los muralistas de Tlatelolco y de los jóvenes franceses del grafito. Allí se ilustraba la consigna del momento, de campesinos ufanos con sus herramientas y pechos defendiendo su tierra, y por supuesto la figura grotesca de los militares y del gobernante de turno.
Posteriormente Bonilla asume retos mayores con la observación y el estudio riguroso de los grandes de la plástica mundial. Se inicia un segundo momento en la caricatura pictórica y en la semblanza de sus personajes. El arraigo popular desaparece y se descubre en trazos y pinceladas fuertes el pintor de gran poder conceptual, sublime e irónico, lo que permite, al mismo tiempo, a los críticos y entendidos reconocer tanto en su época militante como en su nueva visión la justeza histórica de su modalidad expresiva, la que habla a las claras de la versatilidad de este creador de figuras grotescas, en las que subyace un consumado dibujante.
Es su trabajo un arte no necesariamente de combate, como podría haberse calificado en sus etapas primarias, pero sí abrumador, sicológico y profundo, no solo por su significado y significantes, sino por la composición más pura donde sobresalen los pincelazos, la luz y la fuerza de los colores. Una pintura sujeta a la destrucción de los creadores de símbolos, a los resquebrajamientos de los temblores, a la lluvia invernal, una obra inacabada que aparece como la reacción pictórica más inmediata al vigor de un proceso de efervescencia interna, llámese inconformidad, realismo o reacción desmedida a los convencionalismos.
Bonilla es reacio a los estilos, se inclina más por el tema, las ideas y la conceptualización de la realidad. Él sabe que lo mismo que un dibujo o una pintura no es un simple dibujo o pintura, por independiente que sea su elaboración. Es símbolo, también testimonio, y cuanto mayor es la profundidad (como ese su óleo “Bajo la sombra de los templos de la justicia”, con la que las líneas imaginarias de proyección llegan a dimensiones superiores), tanto mejor.
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Es un artista dotado de una fuerte imaginación, nunca trabaja con ideas preconcebidas, pues de antemano reconoce la finalidad de su trabajo. Al hacerlo sabe que las figuras tienen que reflejar y testimoniar ese “algo” que aqueja y perturba a los auténticos creadores. Por eso es que también en sus figuras grotescas está la belleza, no necesariamente referida al objeto, sino que a la representación plástica. De esta forma supera el arte lo feo sin eludirlo.
Y al conocer esta verdad universal lo inquieta en el presente la dualidad de los colores, no simplemente la suma plana de los mismos, los cálidos o fríos, sino la sonoridad que deben reflejar en una composición técnicamente bien lograda. Bonilla ha asumido esta responsabilidad cuando utiliza los tonos azules para la simbología, los rojos para resaltar lo grotesco, los rasgos deformes o los café-rosados para el fondo, pero al ser un estudioso de la teoría del color conoce que por sí solas las vivencias y los temas que se agolpan en su mente no pueden transformarse en líneas en la pantalla negra de la noche. Tiene su propia actitud frente a los colores, como a las formas y a los planos, pero como un proyectista e investigador de la antropología, de las ciencias sociales, de la sociología, la vida misma de la sociedad, pues, entiende que más temprano que el crepúsculo se insinúa habrá de dar con esa búsqueda. Recordando a Klee, Bonilla es feliz con el color, con la divagación, la luz y la libertad de creación. La antítesis del realista latinoamericano que es el dibujante José Luis Cuevas, pero cercano por su humanismo.
ARTE: Miguel´Toño´ Bonilla,´El Vía Crucis de la niña Florida´, óleo sobre tela. |
Con ello intentamos afirmar que si bien existen leyes para la combinación de los colores, para los planos, las formas y las mismas entradas y salidas de luz (tan magistralmente tratadas por Rembrandt, maestro del claroscuro y de los contrastes de luz y sombra) está la poderosa imaginación y la potestad libertaria de crear y de proyectar.
No se trata de anarquía en el arte, como muchos podrían pensar; simplemente se trata de búsqueda, de rigor, de no repetirse en la obra ni en el color, así sean variaciones sobre el mismo tema, pues el que “se atiene a las reglas con demasiado rigor se pierde en un campo estéril”.
ARTE: Miguel Antonio´Toño´ Bonilla. ´Ícaro´, óleo sobre tela, 2020. |
Bonilla no es moralizador, pero es ejemplo del cambio y de que se puede se debe cambiar el punto de vista y también de las cosas. De todos modos, “el movimiento libre es casi un deber moral”. Por lo general, siempre se puede representar algo solamente por el interés de la norma. Pero el artista no cumple de esa manera con su obligación, ya que la finalidad de un cuadro más allá de lo comercial o la de hacernos felices es testimoniar una época.
En síntesis, Antonio Bonilla ha recorrido un largo camino, estudiado, investigado, analizando los clásicos, aprendiendo de los mayores, observando lo contemporáneo, para plasmar su propia realidad en todas las esferas de la vida. Es un pintor de incidencia y ruptura, desenfadado y que propugna por una obra superior, cambiante, uniendo partes hasta llegar al conjunto. Su visión es sencillamente maravillosa, reflexiva, abundante en contrastes, pero concreta, real e inmediata.
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En su soledad interior, Bonilla profesa una paz colindante con los sueños, la magia y las pesadillas, pero lúcida y profética en el exterior de sus pinturas.
| ENRIQUE S. CASTRO, periodista y escritor salvadoreño. Por muchos años fue editor del suplemento Hablemos de El Diario de Hoy de El Salvador.
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Imágenes cortesía del pintor Miguel ´Toño´ Bonilla.
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