POESÍA: Jorge Vargas Méndez
![]() |
ARTE: Rafael Varela (ESA). 'Memorias de guerra'. |
Amor, amor, nos estamos quedando solos.
Sólo tú y yo estamos quedando
en este peldaño del tiempo.
Acabaron impíamente con el cariño
que ascendía en espiral desde todos los rincones,
manosearon la sencillez que orlaba de pétalos
las manos fraternales y, todo lo demás,
ha sido enviado al paredón sin derecho a defenderse.
Nos estamos quedando solos.
Nos estamos quedando solos.
Tú, inasible y perenne
Yo, tangible y mortal, atrapados en esta condena
de a saber qué color y resistencia.
Necesitaremos teas, brasas, pavesas
o, quizás, un puñado de luciérnagas baste
para que esta porción de patria
no se quede sin rumbo después de la hecatombe
ni ahogada en nuestras manos sólo engendradas
para amar.
El desprecio nos está empapelando,
El desprecio nos está empapelando,
el escarnio al fin consolida su reinado.
Todo está plagándose de gusanos, carcoma
y mientras una oscuridad pulula esparciéndose
en cada pecho, no sé a qué tristeza acogerme
para que su tenue luz no choque contra mis ojos.
Nos estamos quedando solitarios, vacíos de tiempo vecino,
Nos estamos quedando solitarios, vacíos de tiempo vecino,
pero contundentes en el anhelo de seguir
aunque sin saber qué camino;
Y óigase bien, óigase:
Quien siga afilando puñales
que prepare su carne para morir
por su propio filo.
Amor, amor, nos estamos quedando solos.
Sólo tú y yo estamos quedando
y si te marchas de mí
¿qué palabras me verá el espejo?
¿qué brazos, manos y piel sabrán nuestro delirio?
¿qué dioses daré a la fe invocada?
Quedaré contuso, inanimado
revolcándome entre la grima,
confundido entre el mundo.
Elegía para un final de siglo
Y óigase bien, óigase:
Quien siga afilando puñales
que prepare su carne para morir
por su propio filo.
Amor, amor, nos estamos quedando solos.
Sólo tú y yo estamos quedando
y si te marchas de mí
¿qué palabras me verá el espejo?
¿qué brazos, manos y piel sabrán nuestro delirio?
¿qué dioses daré a la fe invocada?
Quedaré contuso, inanimado
revolcándome entre la grima,
confundido entre el mundo.
* * *
Elegía para un final de siglo
El enemigo duro, atroz, me obliga
A quererte completa; sola
Para partir tu soledad; amarga
Para poder volverte dulce; triste
Para hacer tu alegría
~ Rubén Bonifaz Nuño.
¿A qué cálido lampo atarme para olvidarte,
si vienes a mí, patria, izando tu bandera?
¿Y cómo cerrar los ojos si tu luz siempre penetra?
El tiempo está madurando y aún con gusanos
¿Sabes?
Y tú, pueblo que conduzco y me conduce,
vienes a mí con tanto silencio,
con tu voz pálida, temerosa, vacilante,
como si de repente nos arrancasen los recuerdos
y la sangre que nos pulsa
se inundara con veleros de amnesia
de un solo soplo.
¿Quién escuadronó la vida y nos puso trémulos
a sangrar alegrías en la hoguera inopinada?
¿Quién dejó una mano blanca en la puerta apolillada
del obispo que nos falta?
¿Quién nos quitó el derecho a respirar árboles?
Hablo de empuñar la justicia, de inocular
con nuestra voz esta tierra reseca
que olvida el duelo a pesar de los cipreses; hablo
de fundir espadas en el relámpago y su galope
para que su centelleo ilumine a tanta patria.
Porque si no vas tú con mi mano,
si no voy yo con la tuya
en qué consuelo empapelar la ausencia
y ¿dónde el castigo contra el escarnio y la bisoña humana
que puso nuestra angustia entre la sombra y el paredón?
Este tiempo es un espejo para que lloren sus ojos,
para que giman ellos, los esquilmadores,
mientras las tímidas cigarras aovan bajo la tarde
y encienden las trompetas de pascua
señalando los límites del silencio.
Hay que abrir los ojos, levantar el muro
con la contusión de cada mano si es preciso,
no vaya tornarse cada jade otro nido de serpientes.
Y para que no vaya a reírse el que se calla,
el que busca en mi palabra la oropéndola y el delirio,
el que me odia y reclama esta osamenta
para salvarse de mi peste y mis puñales,
que sepan que el tiempo está madurando y aún con gusanos,
que sepan
que aquí en mis ojos la luz siempre penetra,
miasmática, melancólica, rebelde
y que por ella, tromba y leve música que me impele,
marcho patria adelante sin detenerme,
sin detenerme.
mi padre ya traía en su carne la ignominia
que brotaba desde la madera; moría cada noche
undívago de embriaguez
y nacía de cualquier manera cuando el canto
fundaba gallos en el patio de la casa.
Estaba condenado a vivir, lo sé,
hasta que llegara sorpresiva la ausencia
y lo abrasara en un ataúd gris y sin salida,
ignorante de septiembre y sus banderas.
Mi madre no.
Mi madre se coronó de espinas, tórsalos inusitados
Y marchose involuntaria
hasta trocarse en la paranoica flor
que supo de cárceles
nunca por mí pronunciadas.
Fue por ella que amé los venados
y el llanto, el reposo y los ríos;
fue por ella que encontré mi rostro desbocado, extraviado
sin rumbo entre el monstruoso enigma de los caminos,
como cuando un fruto descubre la plaga, el granizo
pero también el tallo, la raíz que lo sostiene
y entiende luego el amor por dividirse.
Cuando mis padres hablaron o simplemente me vieron,
vi en sus ojos el mismo dolor de mis abuelos, la misma
cicatriz atribulada de los abuelos de los abuelos.
En la mirada de mi padre aún chirriaban los tranvías
cargados de hombres y mujeres de a saber qué tristeza
y limitación, habitantes de una ciudad entenebrecida;
cuando mi madre era ella detrás de sus ojos
brotaban de mí mazorcas y calles antiguas
sólo transitadas por tribus legendarias
hechas de carne y maíz.
Cuando sus hijos menores nacían y crecían
mi hermano mayor y yo, ya teníamos un montón de llanto
dispuesto a la lluvia, dispuesto a sumarlo con la humedad;
pero ya caminábamos indómitos los acertijos de la vida
y éramos también, algo así,
como un torrente tumultuoso de sangre y esperanza
llegado de otra sangre tumultuosa
pero sin esperanza.
¿Si no fuera así padre, dónde cabría tu sangre?
¿Y tú, madre, qué habrías hecho con tanta locura?
Voy pueblo adelante sin detenerme y quien se oponga
que se vaya a buscar orígenes –a tientas si es posible–
para que sea más grande nuestra marcha,
la vida.
Insisto en tu descripción
¿Y cómo cerrar los ojos si tu luz siempre penetra?
El tiempo está madurando y aún con gusanos
¿Sabes?
Y tú, pueblo que conduzco y me conduce,
vienes a mí con tanto silencio,
con tu voz pálida, temerosa, vacilante,
como si de repente nos arrancasen los recuerdos
y la sangre que nos pulsa
se inundara con veleros de amnesia
de un solo soplo.
¿Quién escuadronó la vida y nos puso trémulos
a sangrar alegrías en la hoguera inopinada?
¿Quién dejó una mano blanca en la puerta apolillada
del obispo que nos falta?
¿Quién nos quitó el derecho a respirar árboles?
Hablo de empuñar la justicia, de inocular
con nuestra voz esta tierra reseca
que olvida el duelo a pesar de los cipreses; hablo
de fundir espadas en el relámpago y su galope
para que su centelleo ilumine a tanta patria.
Porque si no vas tú con mi mano,
si no voy yo con la tuya
en qué consuelo empapelar la ausencia
y ¿dónde el castigo contra el escarnio y la bisoña humana
que puso nuestra angustia entre la sombra y el paredón?
Este tiempo es un espejo para que lloren sus ojos,
para que giman ellos, los esquilmadores,
mientras las tímidas cigarras aovan bajo la tarde
y encienden las trompetas de pascua
señalando los límites del silencio.
Hay que abrir los ojos, levantar el muro
con la contusión de cada mano si es preciso,
no vaya tornarse cada jade otro nido de serpientes.
Y para que no vaya a reírse el que se calla,
el que busca en mi palabra la oropéndola y el delirio,
el que me odia y reclama esta osamenta
para salvarse de mi peste y mis puñales,
que sepan que el tiempo está madurando y aún con gusanos,
que sepan
que aquí en mis ojos la luz siempre penetra,
miasmática, melancólica, rebelde
y que por ella, tromba y leve música que me impele,
marcho patria adelante sin detenerme,
sin detenerme.
* * *
Memoria familiar de una ciudad pobre con origen
Antes que yo nacierami padre ya traía en su carne la ignominia
que brotaba desde la madera; moría cada noche
undívago de embriaguez
y nacía de cualquier manera cuando el canto
fundaba gallos en el patio de la casa.
Estaba condenado a vivir, lo sé,
hasta que llegara sorpresiva la ausencia
y lo abrasara en un ataúd gris y sin salida,
ignorante de septiembre y sus banderas.
Mi madre no.
Mi madre se coronó de espinas, tórsalos inusitados
Y marchose involuntaria
hasta trocarse en la paranoica flor
que supo de cárceles
nunca por mí pronunciadas.
Fue por ella que amé los venados
y el llanto, el reposo y los ríos;
fue por ella que encontré mi rostro desbocado, extraviado
sin rumbo entre el monstruoso enigma de los caminos,
como cuando un fruto descubre la plaga, el granizo
pero también el tallo, la raíz que lo sostiene
y entiende luego el amor por dividirse.
Cuando mis padres hablaron o simplemente me vieron,
vi en sus ojos el mismo dolor de mis abuelos, la misma
cicatriz atribulada de los abuelos de los abuelos.
En la mirada de mi padre aún chirriaban los tranvías
cargados de hombres y mujeres de a saber qué tristeza
y limitación, habitantes de una ciudad entenebrecida;
cuando mi madre era ella detrás de sus ojos
brotaban de mí mazorcas y calles antiguas
sólo transitadas por tribus legendarias
hechas de carne y maíz.
Cuando sus hijos menores nacían y crecían
mi hermano mayor y yo, ya teníamos un montón de llanto
dispuesto a la lluvia, dispuesto a sumarlo con la humedad;
pero ya caminábamos indómitos los acertijos de la vida
y éramos también, algo así,
como un torrente tumultuoso de sangre y esperanza
llegado de otra sangre tumultuosa
pero sin esperanza.
¿Si no fuera así padre, dónde cabría tu sangre?
¿Y tú, madre, qué habrías hecho con tanta locura?
Voy pueblo adelante sin detenerme y quien se oponga
que se vaya a buscar orígenes –a tientas si es posible–
para que sea más grande nuestra marcha,
la vida.
* * *
Así me quedaste después de todo: desnuda,
tirada sobre la costa pacífica frutecida de chozas,
huérfana de collados, sonámbula, paranoica
y con tus calles más granates que nunca.
Yo te soñaba más erguida después de la vorágine,
después de tanta acumulación de brazos y ausencias,
de tanto duelo fugitivo refugiado en el tiempo.
Te soñaba diferente.
Pero ya ves, así de fuerte golpean los desencantos
y así de falsa viene la linda promesa
que nació diáfana entre los manantiales más puros
que me pulsan
y conduzco.
Hoy ya lo sabes:
toda alegría es una golondrina
de alas ligeras, toda tristeza
un asno decrépito que no claudica.
No puedo dibujarte de otra manera
ni tatuarte de versos con oropéndolas encantadas
para que luzcas más bella en la cima de tu tristeza
y aunque alguna vez te haya soñado entre tardes anaranjadas
cabalgando tu geografía diminuta
o entre carretas alegres promulgando calles
y mujeres y niños fundándome alegrías.
Pero no, mis manos corretean otros desaires,
otro racimo de motivos para seguir inventándote,
buscándote, amándote, amando.
Me quedaste más breve para la nostalgia, con menos ojos,
más hambre, pero con más corazón iluminándose, iluminando
este camino distinto,
banderamente distinto.

| Jorge Vargas Méndez (San Salvador, 1961), poeta y escritor salvadoreño. Es una de las voces más destacadas de la generación de poetas de posguerra, agrupados en el Círculo Literario Xibalbá de El Salvador. Es el autor de los poemarios Concertación Nacional y otras confesiones, Desde este animal bulle la ternura; las monografías historiográficas Historia de San Salvador, con la que obtuvo premio en los Juegos Florales de San Salvador, en 2000; y Tierra mágica del venado, San Pedro Masahuat. En la actualidad se dedica a la docencia y a la divulgación de la historia de la ciudad de San Salvador.
Comentarios