VOCES: La nacionalidad, las culturas llamadas populares y la “identidad” ▪︎ Rafael Murillo Selva
ARTE: Rafael Varela (ESA). ´Mujeres´, acrílico sobre tela. 2018. |
La nacionalidad, las culturas llamadas populares y la “identidad”
Por RAFAEL MURILLO SELVA
1. LA NACIONALIDAD Y LA IDENTIDAD.
No es desde ahora, sino desde siempre, que los latinoamericanos estamos empeñados en diseñar un rostro que venga a otorgarle un perfil a nuestra cultura. Empeño necesario, por lo demás, ya que a las jóvenes naciones que emergen en la primera mitad del siglo XIX, les era indispensable darse un cuerpo de valores culturales a cuyo través, la nación en proceso de formación "se convirtiera en un ente orgánico capaz de construir por sí mismo su propio futuro". La "identidad" en este caso sería el soporte, el ideal por medio del cual se podrían diseñar y levantar las estructuras económicas, políticas y sociales que forjarían esa organicidad. Es bajo esa perspectiva de búsqueda que habría que situar y comprender las reflexiones y polémicas de algunos de nuestros mejores hombres del siglo pasado, muchos de los cuales, comprendieron la vital importancia que la cultura representa para el fortalecimiento de la nacionalidad. Aunque en muchas ocasiones se encontraron en posiciones opuestas y hasta antagónicas, los próceres y demás hombres significativos del siglo XIX aportaron contribuciones importantes, muchas de las cuales, en el día de hoy, parecen tener vigencia excepcional. En América Central son bien conocidas las tesis de Don José Cecilio del Valle, en cuanto al peligro que significaba imponer brusca y radicalmente nuevas instituciones: "...medir cada paso...", "La naturaleza no da saltos", decía.
Las recomendaciones prudentes del sabio habría que entenderlas como un alerta dirigido a las vanguardias de aquel entonces, para que consideraran, antes de lanzarse a cualquier cambio, las caraterísticas físicas y humanas (es decir, la "identidad") del contexto en donde éste debería efectuarse. En tanto que Barrundia y Molina, urgidos por su noble pasión revolucionaria, confiando quizás más en el poder de las ideas que en el de la propia realidad, reclaman una ruptura terminante y radical con el pasado.
Don Andrés Bello, siendo como fue el gran investigador y sistematizador del "español americano", afirmaba, sin embargo, que "los mejores elementos del período español" no deben desecharse por la prisa en construir un futuro independiente; en tanto que el argentino Esteban Echeverría insistía en señalar que "a las nuevas aspiraciones les hacía falta un arte y una literatura propias".
Simón Bolívar, Domingo F. Sarmiento, Francisco Bilbao, José Martí, Rubén Darío y muchos otros, expusieron sus ideas y asumieron posiciones en relación a la búsqueda de ese marco cultural necesario para el fortalecimiento de la nacionalidad. No es sino esta motivación la que inspira al libertador Simón Bolívar cuando, en el Congreso de Angostura expresa su famosa frase (la que me permito citar no textualmente): "No sabemos exactamente lo que somos. Que no somos blancos, ni indios, ni negros, sino que nueva síntesis de todos ellos", y también la que hace decir a Martí que "éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco de parisino, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España"; el desarrollo de nuestros pueblos, agregaba, "había sido deformado por la ciega imitación de pueblos ajenos". Sin embargo, el mismo Martí, en cuyos escritos no se encuentra una sola línea de "ciega imitación", señalaba a su vez la necesidad de "unirse con el mundo y no solamente con una parte de él", en tanto que Rubén Darío asevera que "nuestra inmensa sed de progreso nos impulsa no sólo a imitar, sino a absorber y adaptar".
En el siglo que corre, los debates y las reflexiones sobre el tema adquieren un carácter más beligerante. En esta época surgen innumerables "ismos" y escuelas, y también movimientos políticos de trascendencia tal, que harían sacudir las bases mismas de lo que algunos sectores consideraban ya como tradición institucionalizada.
El indigenismo, el modernismo, el muralismo, el creacionismo, el costumbrismo, etc., son algunas de las escuelas que en materia de creación artística polarizan actitudes e ideas. Por su parte, los movimientos sociales y políticos, independientemente de la actitud que asumamos en relación a ellos, podrían entenderse como eslabones o pasos (algunos de ellos trascendentales) en ese enorme esfuerzo histórico que hemos venido realizando los latinoamericanos por encontrarnos con nosotros mismos. La revolución mexicana, el movimiento aprista en el Perú, el corporativismo brasileño, la revolución socialdemócrata de Costa Rica, la guatemalteca, la cubana y últimamente la nicaragüense son, entre otros, movimientos impulsados por grandes sectores de la población, y en esa medida, marcan y modelan ese empeño histórico que ha significado la búsqueda de lo propio.
Sea como fuese, podría asegurarse que en los momentos actuales, en Latinoamérica y en todo lo que llaman el Tercer Mundo, es difícil encontrar un intelectual o artista que permanezca indiferente frente al problema de la "identidad". Quiérase o no, los hombres de esta región de América estamos obligados por las leyes de la historia (que de tanto estar presentes parecieran cosa del destino) a establecer un diálogo (en el cual las preguntas son quizás más frecuentes que las respuestas) con esa famosa "identidad". Sea para negarla, buscarla, asumirla o simplemente encontrarla. Esa escurridiza realidad empieza a interrogarnos desde el momento en que la conciencia llega a nuestros actos. Y es que no podría ser de otra manera; en este continente nuestro, por razones históricas de todos conocidas, no hemos podido hasta ahora alcanzar el grado de seguridad y libertad que nos permita construir nuestro propio futuro. "Libertad y seguridad" son condiciones necesarias para la producción de cultura, y a lo largo de nuestra historia estas condiciones nos han sido generalmente negadas. Es cierto que aún bajo estas circunstancias hemos podido producirla, y ello por la simple razón de que la cultura es como la vida misma; los hombres dejaremos de hacerla solamente cuando dejemos de ser. La hemos hecho a pesar de que nuestra historia siempre ha estado marcada por ese hecho antagónico e irreconciliable con la libertad y seguridad que es la dependencia, realidad ésta que le ha dado a la cultura que hemos venido forjando una marca indefectible que la distorsiona, la somete y explota. De esta manera, podría decirse que ésta ha sido y sigue siendo (tal como ha sido llamada) una "cultura de resistencia". Esta es la razón que podría explicar la preocupación, sea en un sentido u otro, que desde los albores de la independencia hemos tenido algunos latinoamericanos por el problema de la cultura y su "identidad".
Lo que está en juego es de importancia capital para nuestra "libertad y para nuestra seguridad", amén de que somos concientes de que para poder hablar como hondureños, como centroamericanos, como latinoamericanos, como miembros de una nación o más bien de un proyecto de nación, es necesario luchar para que ésta adquiera sus contornos, "se arraigue en su propia historia, se determine por sí misma", lo que sólo es posible en la medida que sea capaz de "adquirir una autoconciencia nacional, una fisonomía social peculiar, una personalidad colectiva", que nos permita poseer la capacidad de ir encontrando nuestras propias respuestas a las necesidades que las condiciones siempre presentes y modificables nos van imponiendo.
Esta "cultura de resistencia" no implica desconocer o negar "lo ineludible de la historia", como bien lo dice Leopoldo Zea, puesto que esa misma dependencia es historia real, y es solamente a partir de esa historia pasada y presente, que podemos partir para construir la historia que ha de hacerse. Proyecto hacia el futuro, cuyo primer objetivo debe ser romper con esa visión unívoca del etnocentrismo, que pretende convertir la cultura en un rasero universal programado, ideologizado y puesto al servicio de intereses, los cuales por su propia dinámica resultan opuestos a la expectativa y deseo más profundo de los hombres: vivir en una sociedad en donde la libertad sea la primera condición para que podamos crear la cultura que queremos, la cultura que necesitamos y para que ese pueda, como lo quería Marx, "hablar un lenguaje cuya autonomía y especificidad deriven del pleno empleo de la creatividad".
Rafael Murillo-Selva (Tegucigalpa, 1934) es un connotado ensayista, narrador, académico y dramaturgo hondureño. Este ensayo fue tomado del libro 1492-1992 La interminable conquista, una selección de ensayos de diversos autores publicado por Editorial Guaymuras con motivo de la fecha histórica del V Centenario de la llegada de los españoles a tierras americanas.
1. LA NACIONALIDAD Y LA IDENTIDAD.
No es desde ahora, sino desde siempre, que los latinoamericanos estamos empeñados en diseñar un rostro que venga a otorgarle un perfil a nuestra cultura. Empeño necesario, por lo demás, ya que a las jóvenes naciones que emergen en la primera mitad del siglo XIX, les era indispensable darse un cuerpo de valores culturales a cuyo través, la nación en proceso de formación "se convirtiera en un ente orgánico capaz de construir por sí mismo su propio futuro". La "identidad" en este caso sería el soporte, el ideal por medio del cual se podrían diseñar y levantar las estructuras económicas, políticas y sociales que forjarían esa organicidad. Es bajo esa perspectiva de búsqueda que habría que situar y comprender las reflexiones y polémicas de algunos de nuestros mejores hombres del siglo pasado, muchos de los cuales, comprendieron la vital importancia que la cultura representa para el fortalecimiento de la nacionalidad. Aunque en muchas ocasiones se encontraron en posiciones opuestas y hasta antagónicas, los próceres y demás hombres significativos del siglo XIX aportaron contribuciones importantes, muchas de las cuales, en el día de hoy, parecen tener vigencia excepcional. En América Central son bien conocidas las tesis de Don José Cecilio del Valle, en cuanto al peligro que significaba imponer brusca y radicalmente nuevas instituciones: "...medir cada paso...", "La naturaleza no da saltos", decía.
Las recomendaciones prudentes del sabio habría que entenderlas como un alerta dirigido a las vanguardias de aquel entonces, para que consideraran, antes de lanzarse a cualquier cambio, las caraterísticas físicas y humanas (es decir, la "identidad") del contexto en donde éste debería efectuarse. En tanto que Barrundia y Molina, urgidos por su noble pasión revolucionaria, confiando quizás más en el poder de las ideas que en el de la propia realidad, reclaman una ruptura terminante y radical con el pasado.
Don Andrés Bello, siendo como fue el gran investigador y sistematizador del "español americano", afirmaba, sin embargo, que "los mejores elementos del período español" no deben desecharse por la prisa en construir un futuro independiente; en tanto que el argentino Esteban Echeverría insistía en señalar que "a las nuevas aspiraciones les hacía falta un arte y una literatura propias".
Simón Bolívar, Domingo F. Sarmiento, Francisco Bilbao, José Martí, Rubén Darío y muchos otros, expusieron sus ideas y asumieron posiciones en relación a la búsqueda de ese marco cultural necesario para el fortalecimiento de la nacionalidad. No es sino esta motivación la que inspira al libertador Simón Bolívar cuando, en el Congreso de Angostura expresa su famosa frase (la que me permito citar no textualmente): "No sabemos exactamente lo que somos. Que no somos blancos, ni indios, ni negros, sino que nueva síntesis de todos ellos", y también la que hace decir a Martí que "éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco de parisino, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España"; el desarrollo de nuestros pueblos, agregaba, "había sido deformado por la ciega imitación de pueblos ajenos". Sin embargo, el mismo Martí, en cuyos escritos no se encuentra una sola línea de "ciega imitación", señalaba a su vez la necesidad de "unirse con el mundo y no solamente con una parte de él", en tanto que Rubén Darío asevera que "nuestra inmensa sed de progreso nos impulsa no sólo a imitar, sino a absorber y adaptar".
En el siglo que corre, los debates y las reflexiones sobre el tema adquieren un carácter más beligerante. En esta época surgen innumerables "ismos" y escuelas, y también movimientos políticos de trascendencia tal, que harían sacudir las bases mismas de lo que algunos sectores consideraban ya como tradición institucionalizada.
El indigenismo, el modernismo, el muralismo, el creacionismo, el costumbrismo, etc., son algunas de las escuelas que en materia de creación artística polarizan actitudes e ideas. Por su parte, los movimientos sociales y políticos, independientemente de la actitud que asumamos en relación a ellos, podrían entenderse como eslabones o pasos (algunos de ellos trascendentales) en ese enorme esfuerzo histórico que hemos venido realizando los latinoamericanos por encontrarnos con nosotros mismos. La revolución mexicana, el movimiento aprista en el Perú, el corporativismo brasileño, la revolución socialdemócrata de Costa Rica, la guatemalteca, la cubana y últimamente la nicaragüense son, entre otros, movimientos impulsados por grandes sectores de la población, y en esa medida, marcan y modelan ese empeño histórico que ha significado la búsqueda de lo propio.
Sea como fuese, podría asegurarse que en los momentos actuales, en Latinoamérica y en todo lo que llaman el Tercer Mundo, es difícil encontrar un intelectual o artista que permanezca indiferente frente al problema de la "identidad". Quiérase o no, los hombres de esta región de América estamos obligados por las leyes de la historia (que de tanto estar presentes parecieran cosa del destino) a establecer un diálogo (en el cual las preguntas son quizás más frecuentes que las respuestas) con esa famosa "identidad". Sea para negarla, buscarla, asumirla o simplemente encontrarla. Esa escurridiza realidad empieza a interrogarnos desde el momento en que la conciencia llega a nuestros actos. Y es que no podría ser de otra manera; en este continente nuestro, por razones históricas de todos conocidas, no hemos podido hasta ahora alcanzar el grado de seguridad y libertad que nos permita construir nuestro propio futuro. "Libertad y seguridad" son condiciones necesarias para la producción de cultura, y a lo largo de nuestra historia estas condiciones nos han sido generalmente negadas. Es cierto que aún bajo estas circunstancias hemos podido producirla, y ello por la simple razón de que la cultura es como la vida misma; los hombres dejaremos de hacerla solamente cuando dejemos de ser. La hemos hecho a pesar de que nuestra historia siempre ha estado marcada por ese hecho antagónico e irreconciliable con la libertad y seguridad que es la dependencia, realidad ésta que le ha dado a la cultura que hemos venido forjando una marca indefectible que la distorsiona, la somete y explota. De esta manera, podría decirse que ésta ha sido y sigue siendo (tal como ha sido llamada) una "cultura de resistencia". Esta es la razón que podría explicar la preocupación, sea en un sentido u otro, que desde los albores de la independencia hemos tenido algunos latinoamericanos por el problema de la cultura y su "identidad".
Lo que está en juego es de importancia capital para nuestra "libertad y para nuestra seguridad", amén de que somos concientes de que para poder hablar como hondureños, como centroamericanos, como latinoamericanos, como miembros de una nación o más bien de un proyecto de nación, es necesario luchar para que ésta adquiera sus contornos, "se arraigue en su propia historia, se determine por sí misma", lo que sólo es posible en la medida que sea capaz de "adquirir una autoconciencia nacional, una fisonomía social peculiar, una personalidad colectiva", que nos permita poseer la capacidad de ir encontrando nuestras propias respuestas a las necesidades que las condiciones siempre presentes y modificables nos van imponiendo.
Esta "cultura de resistencia" no implica desconocer o negar "lo ineludible de la historia", como bien lo dice Leopoldo Zea, puesto que esa misma dependencia es historia real, y es solamente a partir de esa historia pasada y presente, que podemos partir para construir la historia que ha de hacerse. Proyecto hacia el futuro, cuyo primer objetivo debe ser romper con esa visión unívoca del etnocentrismo, que pretende convertir la cultura en un rasero universal programado, ideologizado y puesto al servicio de intereses, los cuales por su propia dinámica resultan opuestos a la expectativa y deseo más profundo de los hombres: vivir en una sociedad en donde la libertad sea la primera condición para que podamos crear la cultura que queremos, la cultura que necesitamos y para que ese pueda, como lo quería Marx, "hablar un lenguaje cuya autonomía y especificidad deriven del pleno empleo de la creatividad".
Rafael Murillo-Selva (Tegucigalpa, 1934) es un connotado ensayista, narrador, académico y dramaturgo hondureño. Este ensayo fue tomado del libro 1492-1992 La interminable conquista, una selección de ensayos de diversos autores publicado por Editorial Guaymuras con motivo de la fecha histórica del V Centenario de la llegada de los españoles a tierras americanas.
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