TEATRO: Una tragedia en blues

Luis Saguar y Delia MacDougall en escena de El Paso Blue (1994).

Las bases dramáticas sobre las cuales se sostiene la nueva pieza del joven dramaturgo de origen mexicano Octavio Solís son tan sólidas como las de las más antigua tragedia griega. Sobre esas bases se yergue una singular estructura teatral constituida de excelentes actuaciones, un montaje original y ambicioso en su concepción, y un lenguaje ágil y a la vez poético. En suma, noventa minutos de teatro excepcional.

A menudo se oye decir que la originalidad consiste en el hecho de ver las cosas ordinarias bajo una nueva luz, y ese parece ser el caso de “El Paso Blue”, tal es el nombre de pieza que está siendo presentada en el foro de Intersection for the Arts de la calle Valencia en San Francisco. Y es menester adelantar que la visión y alcance literario de Octavio Solís en El Paso Blue confirma su oficio de dramaturgo y de escritor comprometido con el medio que ha escogido. Su alcance literario si bien es cierto no es una nueva propuesta teatral, es sin embargo amplio, seguro y contiene matices de una madurez basada en la perseverancia del oficio de escritor, características esenciales de un buen dramaturgo y del buen teatro.

Elementos dramáticos conocidos, combinados con una nueva forma, dan paso a infinidad de posibilidades clásicas originales. Y en el caso de esta pieza, enclavada la tragedia con otros elementos “nuevos” como lo son la inclusión de aspectos culturales y religiosos ―lo que significa ser mexicano en contraste a la definición de lo que significa ser “americano”, las relaciones interraciales, el uso de la música en vivo, como ejemplos―dan paso a una meditación más profunda de los mismos (léase la vida, las relaciones humanas en diferentes contextos, de amistad, familiares, etc.) y tal es el propósito del arte.

La historia se desarrolla en El Paso, Texas y es aparentemente sencilla: Alejandro (Jesús Mendoza) es un méxico-americano (no necesariamente chicano) que tiene que ir a prisión por un robo que en realidad fue cometido por su mejor y singular amigo, Duane (Rod Gnapp), quien es blanco y portador de una placa de metal en el cráneo, resultado de un antiguo incidente sobre el cual se basa la amistad entre ambos. Antes de marcharse a prisión, Alejandro deja a su esposa Sylvie (Delia MacDougall en una excelente actuación y debut como cantante de blues al que hace referencia el título de la obra), una chica blanca, “americana”, antigua reina de belleza, “tercer lugar del certamen Miss Texas”, bajo el cuidado de su padre mexicano viudo, el grave y solemne patriarca Marcelo (Luis Saguar).

Los actores Jesús Mendoza, Mónica Sánchez y Rod Gnapp

La historia es narrada en una serie de ágiles viñetas que en cierto modo recuerdan la técnica de las obras de Arthur Miller. Comenzando por la salida de prisión de Alejandro y su encuentro con su amigo Duane, éstas dan la pauta sobre las relaciones filiales entre Alejandro y su padre basadas en tradición, respeto y expectativas familiares, por un lado; y por el otro, las relaciones raciales y culturales entre Alejandro y su esposa Sylvie, quienes, de manera sutil (a través de los diálogos), representan dos culturas en eterno conflicto.

Durante la ausencia de Alejandro, Sylvie y el patriarca han mantenido una tormentosa relación incestuosa entre suegro y nuera, y para la salida de prisión de aquél, ambos van de huida hacia la Jornada del Muerto, un lugar de la frontera entre México y Estados Unidos donde culminará la tragedia. Así comienza la persecución de Alejandro por encontrar a su padre, acompañado de su amigo Duane, por recuperar a su esposa y ajustar cuentas con su progenitor.

Durante la cacería se les une La China (Mónica Sánchez) “una vata con sangre mesoamericana… que es puro chocolate, cuate”, personaje que representa el papel de conciencia, herencia y tradición familiares y culturales, quien a lo largo de la puesta en escena trata de disuadir a Alejandro de recuperar a su esposa.

Un drama que abarca relaciones padre-hijo, marido-mujer, amigo-amigo; excelente música de guitarra en vivo por parte de Michael “Hawkeye” Herman; una visceral actuación de Delia MacDougall y Luis Saguar, lo mismo que de Jesús Mendoza, Rod Gnapp y Mónica Sánchez; un libreto fluido, coloquial, a veces solemne, grávido y altamente poético por parte del autor Octavio Solís y su asistente Nina Siegal; efectos de luz acertados y caprichosos de Gregory R. Tate. Y el resultado final es una extraordinaria puesta en escena, donde los elementos anteriores se conjugan para ofrecer un verdadero despliegue de talento teatral cuyo personaje principal es el arte.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California

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Publicado en el Suplemento Cultural VOCES, periódico Horizontes, San Francisco, California (03-06-1994).

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