LIBROS: El Leoncavallo (...del amor trunco)


El Leoncavallo (...del amor trunco)
de Roberto Quezada
Yolocamba I Ta Ediciones
Novela. 1ª. Ed. 2003
San Salvador, El Salvador


Por MARTIVÓN GALINDO
Holy Names University, California

Finalizar una obra, un discurso, una novela o una película requiere de gran dosis de creatividad y al mismo tiempo de habilidad para redondear la idea esencial o proyectar la imagen exacta que ha venido vibrando a través de la pieza. Pero no son sólo las palabras o las ideas las que dan ese final tan buscado y no siempre obtenido, sino también el tono definitivo, la presencia de una imagen tan impactante que se queda con nosotros al final de una película o de una arenga. Cuando se trata de un discurso, es posible que las palabras no tengan un significado definitivo o conocido, pero la persona que las pronuncia puede darles esa solemnidad y la magia necesarias. Éste es el caso con “Debellare Superbos”, que Ettore, personaje inolvidable de El Leoncavallo utiliza al final de un discurso, de una celebración o de una despedida. “Debellare Superbos”, parte de la frase utilizada por Eneas al dirigirse al pueblo romano en La Eneida, y tiene un significado de desafío y de desprecio hacia los arrogantes, incitando al pueblo para que éstos sean desenmascarados y derrotados. “Debellare Superbos” se convierte en el leit motif de la novela de Roberto Quezada. Es el punto final, el “he dicho”, o simplemente la nota clímax de una gran sinfonía, pero además, es también la esperanza de que un día “los arrogantes” serán vencidos.

El Leoncavallo (…del amor trunco) es una novela postmodernista, híbrida y excitante. Roberto Quezada me impresiona por ser polifacético en su rica capacidad artística; y en la novela, todo esto sale a luz: el ritmo de la música en los diferentes momentos de la historia, las imágenes dentro de la integrada composición, y una narración movida y desgarrada. El libro, ganador del Premio Novela en los Juegos Florales de San Salvador en el año 2000, llegó a mis manos hace unos dos años, pero por la permanente y continua demanda de mi trabajo académico, había estado posponiendo su lectura, con la idea de que en la siguiente vacación lo leería. La ocasión se dio de maravillas este año, durante un retiro artístico en el que el tema era el hacer arte y por las noches, sin familia ni tareas de corrección de pruebas o preparación de clases, ni television, las horas eran propicias para leer el libro que escogí para llevar conmigo: El Leoncavallo.

El Centro Leoncavallo, núcleo donde se desarrolla la novela, es un lugar histórico ya que nació de una ocupación que un grupo de socialistas y anarquistas milaneses hicieron en un local propiedad del gobierno italiano en Octubre de 1975. Desde esa fecha el centro social se convirtió en un lugar de ayuda popular en forma de consultorio médico, biblioteca, espectáculos culturales, debates, y por supuesto, lugar sujeto a la vigilancia de la policía secreta para asuntos politicos de Italia. El personaje principal es Guillermo, que puede ser cualquiera de los miles de compatriotas que dejaron El Salvador durante los años de violencia y persecución, pero es Ettore, el anarquista empedernido y solidario con Centroamérica, el que nos atrapa con sus acciones, su discurso desafiante y su estremecedor “Debellare Superbos”.

La prosa de Roberto es de mucho color, picardía y humor salvadoreño de cara de callo ante el dolor y la tragedia. Todo el sentimiento acumulado ante las atrocidades que vivimos antes y durante la guerra es dado rienda suelta como necesario punto de partida para comenzar el proceso de sanación. Nosotros los salvadoreños arrancados del feudalismo y arrastrados desde nuestro trópico y sus bárbaras injusticias, hemos sido contradictoriamente forzados a vivir en el hielo y en la abundancia cultural, ya sea en Suecia, Italia o Estados Unidos. Esta experiencia nos hace dar el brinco de convertirnos en postmodernistas como escritores y artistas, sin haber sabido de la modernidad en nuestro ambiente de siglo XIX de donde venimos. Al postmodernismo experimentado con la vivencia en lugares tan diferentes a nuestro pobrecito tercer mundo, como Suecia e Italia, se une un sentimiento común de solidaridad humana que el personaje Guillermo encuentra y vive con tanta suerte.

En la novela hay diferentes lenguas y sublenguas, desde el italiano permeado con lo coloquial hasta lo popular lleno de modismos en el salvadoreñísimo español. Roberto sigue los pasos de García Márquez en El otoño del Patriarca con diferentes narradores y voces mezcladas, con tiempos y escenas que se narran paralelas creando suspenso en la lectura. Este hacer arte desde lo terrible como nos lo enseñara Goya con sus escenas de Guerra y muerte, crea otro tipo de belleza en esta estética del dolor. Y es que al leer esta novela sufrimos nuevamente lo ya vivido, pero también reímos con los dichos, expresiones y ocurrencias populares. Roberto Quezada nos va arrojando a la cara momentos críticos sin darnos pistas, sorprendiéndonos con esa habilidad de los grandes escritores como el sudafricano J.M. Coetzee.

Al abrirnos las heridas que creíamos empezaban a sanar, Roberto Quezada nos dice que la memoria no puede perderse y que debemos vivir entre la pesadilla del pasado y el presente. ¡Vivir como sea! Es una esperanza, una rendija abierta al futuro que otros, más afortunados, verán. A nosotros solamente nos queda imitar a Ettore, ese barbudo pelirrojo con su pata de palo cerrando su discurso con el detonante y mágico: “Debellare Superbos”.
 


Martivón Galindo, poeta, narradora, académica y pintora salvadoreña. Profesora emérita de Holy Names University de California y colaboradora editorial de revista VOCES de California desde su incepción. Es la autora del libro Retazos, publicado por Editorial Solaris de San Francisco, y de su poemario Solamor y La tormenta rodando por la cuesta, ambas publicadas en California.

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