De utopías tropicales

FOTO: Kathleen Apodaca (USA). ´Antigua Guatemala´. 2010

Viajar siempre ha sido uno de mis placeres más queridos. Y estos primeros días del nuevo año cuestiones de turismo familiar y la constante búsqueda de nuevas oportunidades de trabajo me traen de viaje por el istmo centroamericano. Curiosamente, esta reciente oportunidad me vuelve a confirmar que viajar casi siempre resulta una experiencia reveladora, y sobre todo aleccionadora pues lo considero la mejor forma de romper con nostalgias sublimadas de lo que significa vivir en estas tierras meridionales donde a uno le tocó nacer. Pero más que todo, me confirma definitivamente que nada ha cambiado en estas heredades que parecen olvidadas por la mano de Dios.

Con la insistencia de un viejo vicio retorno a estas tierras optimista y deseoso de encontrar cambios substanciales que me indiquen que las cosas realmente han cambiado para bien. Y lo busco en todos los órdenes de la sociedad y la vida cotidiana. Lo que encuentro sin embargo es el predicamento de siempre para sus pueblos: las mismas iniquidades, injusticias y desdichas; las mismas promesas de siempre, y los mismos exquisitos protagonistas con sus diplomas extranjeros, sólo que con diferentes nombres.

No es muy difícil irritarse con ellos; es decir, con casi todos. La caricaturesca pomposidad, aquel ridículo postureo con sus aires de grandeza y una forzada actitud de venir-de-todo, les convierte en un insufrible grupo de cretinos. Aunque uno inmediatamente sospecha que más bien son personas que padecen de un exacerbado complejo de inferioridad que viene acompañado de ignorancia y crueldad. Por cierto, uno no deja de reconocerse en ellos.

No me estoy refiriendo a la selección de fútbol de Italia o Inglaterra, ni tampoco a los fanáticos republicanos de Texas o los demócratas de Nueva York que siempre dicen saber con certeza lo que yo necesito. Me refiero a mis paisanos latinoamericanos, más precisamente mis compatriotas centroamericanos (los otros ya sabemos quiénes son, los conocemos bien).

Y es que por donde quiera que se mire en tan apretado espacio de estas aporreadas tierras, sea en la televisión o en los periódicos, en la calle o en las iglesias, en el centro comercial o en la universidad, uno no está a salvo de su necedad y soberbia. Me hace ver bajo otra luz aquel exaltado verso del Poema de amor de mi compatriota Roque Dalton... ¿lo recuerdan?

Conste que ya antes de partir me lo habían advertido mis colegas en California: Ustedes los centroamericanos son más gringos que los gringos y más europeos que los holandeses. ¡Creen sabérselas todas! Definitiva sentencia. Y pienso: Al menos Bonaparte tenía justificación a su megalomanía y su ego súper inflado –¡el hombre era emperador de Europa! Pero, ¿y estos?.. Y no es mi hígado el que desvaría ni mi ego magullado el que escribe. Es más bien una mezcla de tristeza e impotencia, de tiempo y esfuerzo perdido ante tanta oportunidad desaprovechada de ser mejores personas, después de tantas luchas y sacrificios hechos por otros.

Pero luego pienso con triste alivio que al menos yo puedo darme el lujo de largarme de regreso al vientre de aquella utopía primermundista, ese ideal de vida que aparece en el imaginario de nuestra gente como un salón de fiesta adornado con colores chillones presto a dispensarnos sus sensaciones materialistas, que sin embargo también tiene su caro precio y sus nomenclaturas de oropel. Y estoy seguro que como yo, son muchos más los que pensamos igual. Porque, hermanos, la alternativa aquí hoy es aterradora. Y aterradora es la palabra justa para describir lo que aquí acontece, y tampoco creo necesario un listado de ruindades.

Esto me hace ver con punzante claridad el irrefrenable deseo del ciudadano común centroamericano de largarse de estas tierras de una vez por todas, aún y a pesar de la escalofriante amenaza de perder la vida en el lance. Pero insisto, la alternativa a no hacerlo es aterradora. El pueblo es sabio, dice la vieja máxima: Lo hace para darle a sus hijos un verdadero futuro. Pero no ese fetiche llamado futuro que se pregona por aquí, y sobre el que mucha cháchara se produce diariamente y que engendra camionadas de mentiras y falsas revoluciones.

¿Cuándo entenderemos que estos pueblos nuestros son sólo parcelas tropicales ubicadas en los bordes de la utopía? Que por hoy somos periféricos cinturones de miseria adonde apenas llegan por cable o por email las buenas nuevas de lejana prosperidad y los triunfos de otros. Que las promesas de esa utopía sólo pueden obtenerse a través del trabajo arduo, perseverante y colectivo, en un ámbito de libertad, justicia y tolerancia de nuestras diferencias y puntos comunes, y no por medio de falsas utopías tropicales prometidas por los farsantes de turno.


ARMANDO MOLINA
San Salvador, El Salvador

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Publicado en LatinoVisionSF.com (01-10-2011).

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