Por muchos años (Cuento)



Estaba afeitándose tranquilamente, mirando aquel rostro que no le decía nada. Ni un pensamiento. Los trazos de la maquinilla de afeitar dejaban surcos trasquilados de un color rosado. Como la piel de un bebé. Remojaba la maquinilla a intervalos entre el vaho de agua caliente, y volvía a repetir la operación sobre su rostro. El agua se volvía turbia; una mezcla esponjosa de pelillos y jabón. Pensó que aquello significaba algo, pero no supo exactamente qué. El ruido del metro machacando los rieles a lo lejos, abortó sus reflexiones. Se miró en el espejo. Allá afuera, la vida. Aquí, ni sus pensamientos. Era todo tan distinto. Y aquel reflejo, allí, sin decir nada. Como una fotografía. Una sola idea atravesada de recuerdos. Sin dolores ni alegrías. Procesos cotidianos. Nada que valiera la pena. Y entonces decidió dejarlo para más tarde. Como siempre. Aquello era el colmo de los vicios.

Se lavó el rostro con agua caliente. Luego con agua fría. Con la palma de la mano limpió el sudor del espejo. Tal vez era el suyo. Volvía a ver su rostro. El de siempre. Se dijo que no tenía mal aspecto, pero no parecía del todo convencido. Se palpó las mejillas. Mientras se frotaba el rostro con los dedos y se alisaba las carnes fláccidas bajo el mentón, pensó en cómo se vería muerto. En cómo le arreglarían el rostro. Ese rostro que él había visto demasiado tiempo en ese espejo. En muchos espejos. Y en muchos ojos.

Se fue a su dormitorio. Con una mirada de desprecio, escudriñó sus accesorios. ¿Valía la pena ponerse todas aquellas cosas? ¿Cargar con aquella maleta llena de papeles inútiles? Pensó que debería tratar de hacerlo.

Como un animal domesticado se puso aquellas prendas. Se sentía disfrazado. Un impostor. Como siempre. Por muchos años. Se miró la punta achatada de los zapatos. Nunca sabría si todo esto valía la pena.

Cerró la puerta y le dio dos vueltas a la llave. Cerrada para el mundo. Miró la calle y quiso aspirar el aire con fuerza. Pero no lo hizo. Todo quedó suspendido en un deseo. Un deseo largo y desesperado. Suspendido. Como siempre. Por muchos años.

Echó a andar sin volver a mirar hacia atrás. Caminaba hacia allá. Adonde apuntaba una necesidad adquirida. Aquel viejo vicio.

... La mañana del martes le acogió en sus entrañas.




*            *            *




*** Tomado del libro "Almuerzo entre dioses y otros relatos", del autor, publicado por Editorial Solaris de California. 1992.


Publicado en revista ContraCultura, de El Salvador (12-04-2013).

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