El destino de la cultura en El Salvador: del provincianismo al posmodernismo. Desencuentros e iniciativas.

Foto: Jordi Molina (USA)


Por ARMANDO MOLINA

I. El estado de cosas

Ponderar los planes del futuro es una tarea de hoy; axioma insoslayable que nos empuja a considerar con más apremio ciertos aspectos en la vida de un pueblo, especialmente cuando conciernen a su bienestar y su sobrevivencia como cultura. Enfrentados al fin de siglo sin más pertrechos culturales que aquellos que han logrado sobrevivir al arrasamiento causado por una guerra (ahora llamada civil) de más de una década, en estos días de causas globales, revisionismos culturales y tratados de libre comercio, el panorama cultural y artístico de El Salvador está virtualmente condenado a desaparecer. Las causas no son externas como bien podría sugerirse a manera de sucedáneo inmediato; de la misma forma que es menester asumir responsabilidades en este sentido; todo ello con el ulterior objetivo de evitar un malestar humanístico que, como una especie de sombra ominosa, se nos presenta en ese irrefrenable devenir llamado siglo XXI.

En forma alguna se pretende hacer aquí señalamientos, quejas o enjuiciamientos, que de todas formas resultarían superfluos. No hace falta mucha sagacidad para darse cuenta de las grandes lagunas culturales y de las carencias que se padecen en el medio cultural, artístico y académico salvadoreño, además de un rampante postureo intelectual provinciano disfrazado con grandes ropajes de afectación e hipocresía que envicia el ambiente. Lo que apremia a estas alturas y aquello que para muchos de nosotros que insistimos en la solitaria función del arte y la cultura es la necesidad de acometer de una forma acuciosa e inmediata la tarea sistemática de rescatar, documentar, resguardar, conservar y promover nuestro patrimonio cultural y artístico para las futuras generaciones de salvadoreños, y, por ende, para afirmar nuestra presencia cultural ante el mundo.

Si bien es cierto esta clase de postulados acarrean consigo grandes dosis de connotaciones retóricas de orden totémico, la verdad es que su valor semántico es invariable e inexorable. Esto nos lleva a considerar entonces la manera más práctica de demostrar su viabilidad, y de proponer iniciativas que, aun cuando no sean aceptadas en el medio, puedan servir de modelos para otras con mejor suerte.

II. Nuestro sitio en el medio cultural mundial

Sin más estandarte que un par de escritores de trascendencia internacional y algunos artistas plásticos que han logrado elevarse más allá de lo ordinario, El Salvador se presenta ante el despiadado mundo cultural con la irrefutable referencia de nuestra capacidad para matarnos, y, también hay que decirlo, de nuestra conocida capacidad de ingenio para sobrevivir la adversidad y las limitaciones —verdades amargas disfrazadas de eufemismo. No obstante, es imperativo echar mano de una dosis de verdad y mirarnos ante el espejo, para aceptar sin ambages el resoluto diletantismo que aqueja a nuestra cultura, lo mismo que para digerir nuestra insignificancia ante la hegemonía cultural que ejercen los países europeos, los Estados Unidos y otros de menor orden. A estas alturas de la historia sería una falacia creer que nuestros países centroamericanos han entrado a un período de madurez en lo referente a la innovación e imposición de estamentos artísticos en el mundo cultural de Occidente. En los Estados Unidos y Europa al menos, artistas de países como Argentina, Chile, Colombia, Brasil y México, herederos de tradiciones artísticas recién establecidas, aún sufren de profundos ataques de displicencia al verse reducidos a meros objetos de curiosidad y exotismo. En este sentido, mínimas excepciones se han visto en los últimos años hacia a los países centroamericanos en lo relativo al interés existente hacia su literatura, su pintura y demás artes; y es menester enfatizar que esos esfuerzos son mínimos, insuficientes y de poca trascendencia; y todos ellos plagados de un manifiesto racismo cultural de parte de las actuales hegemonías culturales.

No obstante, en El Salvador críticos ocasionales, académicos y reseñistas culturales (difícil hablar de historiadores) continúan la triste tarea de perpetuar religiosamente la farsa de nuestra importancia y trascendencia cultural, y de seguir ensalzando valores que dejaron de tener significado hace ya algún tiempo. Por otro lado, grupos de artistas e intelectuales que se ven arrinconados contra las paredes del olvido siguen insistiendo en erigir monumentos de barro en honor de sus paladines cuyas aspiraciones han sido consignadas a los panteones de la historia oficial.

Ante tan desconcertante situación, la mejor alternativa entonces es aquella de ofrecer nuevas iniciativas culturales y de proponer nuevos esquemas de análisis, autocrítica y renovación artísticos que no sólo sean aglutinantes en su enfoque, sino que se apeguen a una realidad más concreta de nuestra condición ante el mundo; y en las cuales la facultad de autocrítica haga a un lado a la autocomplacencia, el nepotismo y la ignorancia.

III. Intentos, deseos y necesidades

Pero no todo es tan oscuro como puede creerse. Acerca de la importancia de nuestro patrimonio cultural, ciertos intentos han generado ya los primeros destellos que vislumbran el camino hacia el entendimiento de su naturaleza y sus procesos; y sus aspiraciones se remontan a establecerse como alternativas a métodos caducos, impracticables o anquilosados. Se han visto en El Salvador en años recientes, opciones culturales que se perfilan con grandes deseos de cambiar viejos esquemas y maneras de hacer los menesteres de la cultura, los cuales podrían o no convertirse en respuestas a las apremiantes necesidades que ahora se observan en la arena cultural y artística. No es que los ejemplos abunden en nuestro medio; no obstante, existen hoy día varias propuestas que se perfilan con justas dosis de aspiraciones.

Un ejemplo entre ellos es la propuesta cultural y artística ofrecida por el Diario Co-Latino a través de su Suplemento Cultural Tres Mil (1) en cuyas páginas se le ha brindado espacios a pensamientos diversos y a propuestas alternativas, sin detenerse a hacer enjuiciamientos ideológicos o estéticos, aunque sin absoluto rigor en su metodología editorial. Allí está también el caso de la revista Tendencias, en cuyas modernas páginas aparecen con frecuencia análisis sesudos sobre la actual situación política, social y económica de El Salvador, pero en las cuales demasiado a menudo encontramos someros compendios de ideas tan viejas, vacuas y tan carentes de imaginación como las antiguas estructuras que se intentan criticar. Ni siquiera es necesario hacer mención de los organismos estatales y publicaciones "oficiales", donde la práctica del "buen gusto" es prioridad y donde los despliegues de un manierismo autoindulgente son motivo de admiración. Aunque también es posible encontrar ejemplos de individuos y entidades (2) que aspiran a solventar esos escollos culturales (o poder subsistir en un medio hostil y agreste para la cultura), echando mano de grandes dosis de buenos deseos: no obstante, manteniéndose a flote con esquemas, infraestructuras y métodos culturales que dejaron de tener vigencia hace ya medio siglo (e.g. casas de la cultura, agrupaciones fantasmas de escritores, tertulias caseras, juegos florales, etc.).

IV. La topografía del terreno y otros accidentes

Obviamente, estas son verdades amargas pero necesarias de examinar para poder afrontar con mayor lucidez la serie de retos que constituye la formidable tarea de reivindicar los asuntos de la cultura salvadoreña. Por otro lado, existen otras circunstancias e individuos tan intrínseca e inflexiblemente aferrados al terreno (ya los conocemos), que hacen difícil el proceso de transición de la verdad hacia la aceptación. ¿A qué se hace referencia ahora? A las actitudes inflexibles del conglomerado involucrado, a la irregular topografía estructural del medio, y a la larga nómina de apoderados y sacerdotes que dictan la exégesis del patrimonio cultural.

Entremos en materia. En cuestiones culturales, ¿es necesario hablar de quién hizo la guerra o quién hizo la paz, o de quién hizo nada al respecto? ¿Tienen prioridad esta clase de argumentos en un ambiente cultural arcaico y enrarecido, a falta de mejores opciones? ¿Qué tienen que ver estos argumentos con los aspectos de la cultura? Si algo puede inferirse de ellos es la esterilidad de su dialéctica. Ciertamente esta clase de preguntas y actitudes nos dan una idea más o menos exacta de la faena por delante. ¿No será mejor preguntarse cuáles son las opciones de los artistas en cierne ahora que nos acercamos al fin de siglo? Preguntarse por qué es que no existen (o padecen de grandes carencias) plataformas culturales de proyección, infraestructura (dinero e instituciones), documentación o interés público en los asuntos del arte salvadoreño. Por qué la incoherencia y cacofonía en el discurso cultural salvadoreño. Y en última instancia, ¿por qué es más fácil estos días encontrar hamburguesas, pizza y pollo frito que pupusas, shuco y chilate? Estas preguntas no son gratuitas, aunque sí un tanto banales, pero ilustran con más exactitud esos accidentes en la topografía del medio cultural. ¿O será que sólo padecemos de un arraigado complejo de inferioridad intelectual que se manifiesta en una exacerbada autoestima cultural?

La experiencia nos dice otra historia: usualmente nuestros alcances y desplantes culturales crecen y mueren en el contexto de veintiún mil kilómetros cuadrados. Y no es necesario elaborar más sobre este tema.

V. La insufrible tarea de llevarlo a cabo

A estas alturas cabe mencionar la necesidad de apegarse a ciertos métodos históricos (odiosamente llamados "tradicionales") para lograr la sistematización y estructuración de la cultura. Es decir, que se debe hacer uso de las mismas armas (en sentido figurado) con las cuales las potencias culturales pretenden aniquilarnos, o, en el peor de los casos, ignorarnos del todo. O como mejor alternativa, proponer opciones propias, autóctonas, desarrolladas en casa, que funcionen dentro de los esquemas de nuestra realidad, manteniendo en mente el objetivo primordial de reunir bajo un solo abrazo todos aquellos valores culturales que juzguemos y justifiquemos convenientes y necesarios. Si hemos de rescatar y promover nuestra cultura, tendremos que echar mano de aquellos sistemas críticos de análisis (e.g. Objetivismo, Deconstructivismo, Revisionismo Histórico, Psicoanálisis, etc., etc. —aunque como escritor o artista no esté de acuerdo con la mayoría de ellos), con conocimiento de sus procedimientos y métodos, buscando siempre opciones, y manteniendo en primer lugar la imprescindible facultad crítica y autocrítica como herramientas de análisis y renovación.

En El Salvador esta tarea ya ha sido echada andar, y no vamos a pasar por alto sus intentos. Prueba de ello es la incipiente disposición para el diálogo público —político y cultural— y la disquisición académica en los medios (3). Es fácil encontrar hoy día foros de diálogo en los medios de comunicación, proliferación de análisis y estudios de parte de académicos y expertos en materias tan diversas como la ecología, la gerontología y la vida sentimental y espiritual de Roque Dalton y Salarrué. Y podríamos decir entonces que la obra ya está en marcha y la vida cultural en perfecta salud. No obstante, muchos sabemos que esto es sólo el comienzo de un proceso que, en otras naciones tan parecidas a la nuestra, lleva ya años como modo de vida y como proceso natural en la vida cultural; no exento por supuesto, de graves fallas y carencias. No obstante, en nuestro medio estas graves fallas son el proceso natural por seguir y perpetuarse. La mediocridad, la ignorancia, la ampulosidad, el arribismo y el oportunismo intelectual son la norma y no la excepción.

VI. Iniciativas

He arribado entonces a la parte crítica de este texto con características de libelo (pensarán algunos). Habiendo expuesto todo lo anterior es ahora justo y necesario proponer alternativas e iniciativas sobre la situación descrita. A manera de reiteración: no se trata de soluciones; las siguientes son sugerencias y reflexiones de un individuo que todavía se aferra al concepto puro de la esperanza y a la utópica idea de la luz de la cultura a plenitud. Obviamente mucho de lo expuesto anteriormente no será bienvenido en el medio, o será tomado con grandes dosis de indiferencia; o simplemente pase desapercibido, y hasta es posible que sea visto por muchos con ojos displicentes y que vuelvan entonces a hacer presencia las voces de disensión y a emerger los viejos argumentos de siempre (no es menester describirlos). Pero lo cierto es que nunca las ideas nuevas han sido aceptadas sin su justa medida de sospecha inicial, y ese es un proceso natural en el curso de las cosas. No obstante, en alguna parte escribí alguna vez de que es en correr riesgos donde radica la belleza de la vida y el arte. Pero esa es otra historia. Lo que más nos concierne ahora es el proponer alternativas, y a eso vamos.

Tomando como punto de partida las condiciones culturales actuales en El Salvador, podemos inferir los siguientes aspectos —no como problemas inmanentes sino como circunstancias apremiantes— vistos desde un ángulo cultural:

1. El deterioro de la fibra cultural futura manifestado en un pernicioso deterioro social de la juventud (inestabilidad social, crimen, vandalismo, maras, desconocimiento o desprecio casi total de valores culturales autóctonos, etc.)

2. La situación precaria de la cultura indígena de El Salvador. La erradicación sistemática, el abandono y desconocimiento de su cultura, lengua, artes y tradiciones (falta de una institución que proteja sus intereses culturales).

3. La falta de "profesionalización" de los medios culturales.

4. La insuficiencia de metodologías en la valoración, documentación, resguardo y sistematización del patrimonio arqueológico e histórico nacional (usualmente establecidos, supervisados y en manos de "expertos" extranjeros; y altamente deficientes e inseguros).

5. La casi total falta de imaginación en los esquemas estatales para la promoción y cultivo de las artes en El Salvador (las funciones de los organismos gubernamentales tales como Concultura, Biblioteca Nacional, Dirección de Publicaciones, etc.)

6. Las estructuras educativas en El Salvador (en particular la educación superior).

7. El rol y función deficientes y arcaicas de Radio Nacional de El Salvador (utilizado como órgano de propaganda del gobierno de turno).

Y otras que bien podrían entrar dentro de este esquema, tales como la preocupante condición de la Ecología y todo lo que el tema conlleva. No obstante, pienso que esta área podría dejarse para un análisis aparte, un estudio que produzca un debate más concienzudo de parte de expertos y entendidos, quienes ya han hecho su aparición en el ámbito salvadoreño.

Habiendo establecido las premisas anteriores, veamos ahora algunos esquemas de aproximación a estas dificultades:

1a) A finales de los años 60 y a principios de los 70, el entonces ministro de Educación, Walter Béneke, arribó a la escena salvadoreña con un ambicioso programa educativo que pretendía revolucionar el estado de cosas relacionadas con la educación en El Salvador. Estableció para la juventud una serie de instituciones y programas cuyo objetivo era reunir, literalmente bajo un solo techo, a la juventud salvadoreña (yo fui beneficiado por esos programas). Se creó y construyó entonces el Círculo Estudiantil de El Salvador (llamado antes El Polvorín, localizado en las inmediaciones de la Colonia Costa Rica), donde diaria e ininterrumpidamente se ofrecían en sus instalaciones programas completos tanto educativos, como deportivos y de esparcimiento. Se estableció también, con un ambicioso y diverso programa artístico, el Bachillerato en Artes, cuyo objetivo era iniciar, cultivar y capacitar a los futuros artistas y maestros de la cultura salvadoreña (4). ¿Sería descabellado pensar en restablecer y actualizar esos programas? Si bien es cierto muchas objeciones surgirán a la primera oportunidad debido a la convergencia de las condiciones políticas operantes durante los años setenta y la eventual confusión de objetivos de esta última institución mencionada, los argumentos a favor de un análisis concienzudo podrían en su momento revelar mejores alternativas. Si existen instituciones de este tipo en la actualidad es obvio que no están produciendo los resultados estipulados en su cometido. El establecer una institución que origine y supervise programas culturales y artísticos orientados directamente a la juventud salvadoreña, tales como promoción de becas, concursos artísticos, talleres de artes plásticas, literatura, danza, teatro, música, etc., con el objeto de cultivar y promover la cultura salvadoreña, es una tarea que sería razonable contemplar como una solución o alternativa viable y práctica ante la ominosa ola de violencia juvenil que en la actualidad acosa nuestra sociedad.

2b) Siguiendo el ejemplo de otros países del continente, bien se podría establecer un Instituto Indigenista que establezca las bases de una estructura institucional que rescate, proteja y documente los aspectos más relevantes de las etnias existentes en El Salvador (si es que aún quedan algunas). A través de la creación de becas de estudios para profesionales, entendidos e indígenas, tanto de El Salvador como de otros países (a través del intercambio cultural y profesional, como el que ha existido en México desde la creación de su Instituto Indigenista), que contemplen el estudio, análisis y documentación de esos sectores, es posible que aún pueda rescatarse parte de ese patrimonio irremplazable (5). Asimismo, es posible establecer los cimientos de una infraestructura (a través de incentivos estatales) que pueda resolver la autodeterminación económica de las etnias salvadoreñas y facilitar un mejor control del intercambio comercial de su artesanía (6).

3c) En lo relativo a la profesionalización de los esquemas culturales de El Salvador, la tarea es compleja y difícil debido a la raigambre arcaica en la forma de hacer los menesteres culturales en nuestro medio. En todo caso, podría resultar beneficioso tratar de establecer un diálogo con los escritores, artistas, intelectuales y trabajadores culturales, tanto de los sectores privados como gubernamentales de El Salvador (de forma ideal: haciendo caso omiso de ideologías, clase o credos) a través de una Convocatoria Nacional dirigida a debatir y establecer la "mejor medicina" tal como lo requiera la "enfermedad y el enfermo". La experiencia histórica demuestra que el tratar de imponer sistemas que si bien es cierto resultan efectivos en medios más avanzados de diálogo y debate, cada país y cultura debe buscar las formas más efectivas para el establecimiento de los propios. (Este punto daría para una disertación académica, y no es eso lo que se persigue en estos apuntes).

4d) En lo relativo a los numerales 4, 5 y 6 especificados arriba, se vuelve a hacer referencia a la analogía del enfermo, la enfermedad y la medicina idónea. Se podría argumentar que esta aproximación es de orden simplista al aludir a esta analogía. Pero sería demasiada presunción de mi parte el tratar de ofrecer soluciones a situaciones cuyos orígenes son en gran medida de tipo históricos y cuya solución no puede especificarse en dos o tres párrafos. En todo caso, un análisis o estudio objetivo, serio, crítico y juicioso de las actuales estructuras de las instituciones existentes podría generar una serie de alternativas plausibles, las cuales eventualmente pudieran concretarse en métodos más eficaces de capitalizar en las áreas de restructuración de la educación, la sistematización del patrimonio arqueológico e histórico nacional y de las funciones de los organismos de promoción y documentación cultural salvadoreños. O al menos arrojar luz sobre la naturaleza exacta de las fallas actuales, sin hacer enjuiciamientos o inquisiciones de tipo ideológico o político.

5e) El rol de Radio Nacional de El Salvador en la divulgación de la cultura es uno de gran envergadura y de considerables resultados, si es que se utiliza y desarrolla a su máxima expresión. En otros países del hemisferio, las funciones y objetivos de un órgano tan importante como el de la Radio Pública (como se conoce normalmente en los países desarrollados, debido a que su infraestructura es subvencionada por el Estado y dirigida a sus ciudadanos) tienen como prioridad, por un lado, el de crear foros de debate público, de opiniones e información; y por otro, el de promover y divulgar las diferentes manifestaciones y aspectos de la cultura o culturas que componen un pueblo o nación.

Una ilustración esquemática como las que funcionan en la actualidad en muchos países sería el siguiente: establecer una transmisión radial de 16 horas diarias (o menos, pues en un país como el nuestro la primera objeción sería la falta de presupuestos para esta clase de organismos), los 7 días de la semana. La transmisión podría ser dividida en segmentos de varias horas de duración cada uno. Estos a su vez, pueden convertirse en programas semanales con distintas características y funciones, tales como:

• Foro público. Debate de tipo cultural o político, con invitados especializados en distintas disciplinas.

• Música Autóctona / Contemporánea No-comercial. Como su nombre lo indica, música de aquellos grupos nacionales o regionales de relevancia cultural, que no gocen de una amplia difusión comercial debido a la naturaleza de su música o manifestación cultural (e.g. música indígena, ejecutantes de instrumentos específicos de música). Programa conducido por locutores y programadores culturales con conocimiento en la materia, con invitados ocasionales.

• Cultura Nacional. Tribuna pública para la divulgación de las distintas manifestaciones de la cultura salvadoreña (e.g. Programa para el conocimiento de las lenguas indígenas, fiestas o artesanías características a distintos pueblos del territorio nacional, etc.).

• Noticias. Noticias de interés de carácter mundial, regional y nacional.

• Poesía / Disertaciones culturales / Música clásica / Entrevistas / Conciertos / Jazz / Radioteatro, etc.

Como puede observarse entonces, es posible establecer una infraestructura que considere la creación de programas radiales cuyo objetivo sea el de amplificar, divulgar y promover la cultura, el conocimiento y el debate; logrando a su vez establecer una plausible plataforma a nivel nacional cuyo amplio espectro de intereses e información provea y satisfaga el deseo de conocimiento de nuestra idiosincrasia nacional y de otras culturas.

VII. Consecuencia de un argumento

Es obvio que no se puede pretender resolver todos los problemas culturales de El Salvador en unas cuantas páginas. Reitero: la disquisición anterior es el resultado de una concienzuda reflexión de mi parte en lo relativo a esos aspectos. No obstante, el juicio ulterior que me mueve a levantar mi voz es el hecho de desear el resurgimiento de nuestra vida cultural nacional del oscurantismo y la apatía. De sobra conocemos los ejemplos históricos de aquellas culturas que dejaron esos menesteres en manos de otros o pasaron por alto su importancia: el olvido o el museo son los destinos de las civilizaciones muertas. Eso, o el repudio y la completa ignorancia de nuestro origen. No nos podemos remitir a ninguna de esas funestas alternativas. A estas alturas de nuestra historia el camino ha sido largo y escabroso como para dejarlo perecer a manos de nuestro abandono.

En relación con el contenido de esta propuesta, ninguno de los puntos expuestos ni mi actitud es parcial. Todo lo expresado nace de una preocupación personal muy arraigada, que, humildemente y sin pretensiones, insiste en provocar un diálogo entre aquellos de nosotros que bajo la misma noción de la cultura y el arte bregamos con la idea de aportar algo nuevo a lo que se ha dado por llamar la mayor felicidad del hombre: las manifestaciones de una humanidad que aún es posible recuperar. En todo caso la nuestra, la que nos corresponde: El Salvador.


San Francisco, California, julio de 1996.



Notas:


1. Hasta el pasado mes de febrero de 1996 funcionaba como coordinador uno de sus fundadores originales, el escritor César A. Ramírez, mejor conocido por su nombre de pluma Caralvá. Será interesante observar el giro potencial o el impacto que el cambio de coordinador pueda ejercer en el futuro de esta publicación.

2. Otra interesante opción fue la propuesta editorial de UCA Editores que funcionó con gran auge durante los años críticos del conflicto salvadoreño. Según se entiende, la entidad ha entrado ahora en una suerte de lapso creativo y su propuesta se pone en tela de juicio en lo relativo a su sobrevivencia. También está el caso del académico Rafael Lara Martínez cuyo discurso especializado evidencia ese deseo de remontarse a otros niveles más amplios de espacios críticos. Otro ejemplo de iniciativas interesantes es la del poeta Salvador Juárez y su proyecto Puente el cual tuve la feliz oportunidad de traducir al inglés; plan ambicioso en su enfoque y visión cultural; hasta la fecha no sabemos el destino de este. También tuve la oportunidad de tener en mis manos el libro de arte salvadoreño Arte bajo presión, estimable publicación de enjundiosos textos especializados y de alta presentación y factura, subvencionada por la Universidad de Arizona, de los Estados Unidos.

3. Muchos alegarán que el discurso académico ha estado en vigencia por muchos años. Pero entonces cómo explicar la falta tan evidente de estudios serios (o en extremo deficientes), monografías o biografías del mundo cultural y artístico salvadoreño. Tanto como la falta de interés en esos menesteres.

4. Otro de los objetivos del Bachillerato en Artes fue el de establecer Festivales Estudiantiles de Teatro; de allí surgieron entidades artísticas como el grupo Sol del Río.

5. El intercambio cultural debe ser proporcionalmente justo en su especificidad y desarrollo. Es decir, nuestro involucramiento en sus esquemas debe ir por igual (aquí entra en vigor el examen crítico de las actuales estructuras educativas del país contemplado en el numeral 6), y no como hasta la fecha ha ocurrido: personal académico extranjero, mano de obra salvadoreña.

6. Hasta la fecha no existe ningún control de este tipo. Hasta donde se sabe, cualquier individuo o entidad puede adquirir artesanía indígena salvadoreña, y venderla como crea conveniente.


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ARMANDO MOLINA, novelista salvadoreño. Autor de diversos ensayos, novelas, relatos y artículos periodísticos aparecidos en publicaciones de Estados Unidos, Europa y América Latina. Es el director de la revista VOCES Internacional.

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