Las nuevas batallas de los lisiados de guerra de El Salvador



La siguiente es una vieja crónica mía que ningún periódico en El Salvador quiso publicar en los tempraneros años 2000, por calificarla de “incómoda” o por no “estar de acuerdo a la línea editorial de nuestra publicación”, como me dijeron eufemísticamente los “valientes” editores locales. Fue publicada poco después en San Francisco y en Los Ángeles bajo la etiqueta de “derechos humanos” y venía ilustrada con magníficas fotos históricas ahora perdidas.

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“¡Bienvenido a su país, ingeniero!”, me dice Daniel casi a gritos, mientras pone en el piso la maleta que me ha ayudado a subir los cuatro tramos de gradas del apartamento que será mi casa por las próximas tres semanas. Con él viene otra persona y los tres venimos sudando bajo un bochornoso mediodía de noviembre en San Salvador. Al llegar, su acompañante se dirige al refrigerador en busca de algo fresco para beber, pero es en vano: el congelador está desconectado. Mientras, Daniel se ha sentado en la salita de estar y comienza a frotarse la pierna derecha con suavidad, casi con ternura.

De cuerpo recio como un toro, con un aspecto bonachón y de ademanes que a veces rayan en lo rudo, Daniel Hernández es un salvadoreño joven, de unos 37 años; es esposo y padre de tres niñas pequeñas. Su plática es franca y sonora y en ocasiones su voz tiende a dominar la conversación, especialmente cuando la plática es sobre la pasada guerra y sus secuelas en la actualidad.

Daniel Hernández es en realidad su antiguo nombre de guerra. Su verdadero nombre es otro, aunque él prefiere olvidarlo. Daniel es el nombre de su hermano mayor, quien cayó en combate peleando contra el ejército salvadoreño en la pasada guerra civil. Era el comienzo de los años ochenta y Daniel y su hermano se habían incorporado a las filas de la guerrilla en el frente de San Vicente. Su hermano murió recién comenzado el conflicto. Daniel lo sobrevivió, y con él sobrevive su espíritu.

El recuerdo constante de la guerra para Daniel es otro: en una absurda escaramuza perdió el pie y parte de su pantorrilla derecha.

“Sí, hombre, fue una jodida”, me dice Daniel frotándose la pierna a la altura de la rodilla; “es que fíjese que una mañana que yo patrullaba por el lado de una quebrada en el frente de San Vicente, encontré a un bato bañándose en una poza. Pensando que era uno de los nuestros, yo vine y me le acerqué a pedirle fuego para un cigarro que iba a fumarme. Entonces el bato se dio media vuelta, y sin decirme media palabra me rafagueó el pie y la pierna.”

El percance ocurrió a mediados de la guerra civil salvadoreña.

Daniel me lo cuenta sereno, sin rencor, mientras con los dedos de su mano derecha tamborilea la basta bota donde antes estaba su pie completo.



Esta vez ha venido a esperarme al aeropuerto como el recién estrenado presidente de FUNDELIDDI - 22 de Agosto (Fundación de Lisiados de Guerra para el Desarrollo Integral) una ONG que trabaja y aboga por los lisiados de guerra del pasado conflicto allí en El Salvador. Daniel viene con el secretario de la organización, otro ex-combatiente del FMLN, aunque no lisiado de guerra. Vienen entusiasmados los dos, y cargan teléfonos móviles, tarjetas de teléfono, libretas, cantidad de lapiceros, y un gastado bolsón de cuero que parece contener el asunto que nos concierne. Me aseguran que todo está listo.

Yo les pregunto sobre la fecha que lleva el nombre de la organización. Ellos me cuentan que la fecha del 22 de agosto es en memoria a los muertos de la masacre de El Calabozo, ocurrida en 1982. En esa bella e impresionante poza de uno de los afluentes del río Titihuapa en San Vicente fueron asesinadas más de doscientas personas, entre ellas mujeres, ancianos y niños que trataban de esconderse del ejército salvadoreño.

El horrible crimen quedó impune y en el olvido luego de la amnistía general. Pero otra clase de masacres ocurren ahora en ese mismo sitio. Y también siguen impunes.

Después de contarme de sus días difíciles durante la guerra hablamos de los días difíciles de la actualidad. La guerra continúa, me dicen, pero ahora tiene otra forma de operar. Son otros los rostros del enemigo: rostros abstractos a veces, fantasmales—neoliberalismo, posmodernismo, tratados de libre comercio, asocios público-privados; o los ojos ceñudos de un burócrata. Pero todos igual de implacables.

Los niños mueren de dengue y diarrea en el municipio de Santa Clara, tiernitos, pues no hay clínicas ni cuidado médico cercano. La palabra prenatal allí no tiene significado. Las tierras están casi abandonadas, existe poca agricultura, o la de siempre: maíz y frijoles; no hay mucha imaginación para el cultivo. La delincuencia es rampante y no hay casi nada que hacer por esos lados. Los más jóvenes quieren emigrar al norte. Esto me lo contó Daniel Marín, otro ex-combatiente y actual secretario de Fundeliddi, quien vive en carne propia ese tétrico prospecto de vida.

Es decir que en el municipio de Santa Clara, San Vicente, como en muchos otros sitios de El Salvador, el futuro es todavía algo incierto y lejano.

ARTE: Romeo Gilberto Osorio

“Esta sociedad salvadoreña se ha olvidado de nosotros los lisiados de guerra,” me declara Daniel al otro día con su natural franqueza mientras nos dirigimos al local donde se desarrollará el seminario. Viene hojeando uno de los diarios del día que trae su carga de miseria. “Ni los nuestros quieren hablar ya más con nosotros. Quizás se les olvidó quienes se dieron verga para que ahora ellos sólo lleguen a votar y a cobrar a la Asamblea”.

Lo dice como bromeando, sin medir el alcance de sus palabras y sin que le importe. Él sobrevivió la guerra y con eso le basta por hoy. “Pero quizás con este nuevo plan de Fundeliddi vamos a entrar a una nueva fase de vida,” agrega, mirando el bolsón de cuero donde asoma un fajo de papeles. En el tono de su voz hay urgencia. Habla del asunto que me ha traído a San Salvador.

El asunto en cuestión fue un seminario intensivo de capacitación en las áreas de administración pública y comunicaciones que impartí en noviembre de 2001 para la entonces joven organización y otras ONG’s salvadoreñas. Este seminario-taller era la fase preliminar de un plan más ambicioso cuya culminación está programada para finales de 2004. La nueva batalla de Fundeliddi por librar es la de construir un centro de capacitación y desarrollo integral para los lisiados de guerra en el Norte de San Vicente, área de donde son la mayoría de ex-combatientes organizados bajo Fundeliddi. Este es un plan más grande y ambicioso que el de la desdichada guerra.

El plan de Fundeliddi se llama Proyecto Ocho Ríos, y este incluye la consolidación de varias metas en las áreas de educación, salud, vivienda y cultura para los lisiados de guerra y sus familias en el municipio de Santa Clara, San Vicente. El proyecto fue diseñado en conjunto con el Proyecto Cultural Encuentros de San Francisco, California, y tiene un estimado tiempo de implementación de tres años. El programa contempla la construcción de un edificio administrativo para efectos de alfabetización, educación y adiestramiento; la implementación de un módulo de programas de salud natal, prenatal y preventiva—labor que lograrán en conjunto con Médicos Solidarios, otra ONG que también participó en el seminario; y un módulo de cultura y deportes, que incluye un parque de esculturas que conmemora la masacre de El Calabozo.

La última fase del proyecto Ocho Ríos y quizás la más ambiciosa es la construcción de un complejo habitacional moderno y estructuralmente solvente para los lisiados y sus familias. “Nosotros también tenemos derecho a soñar con vivir mejor,” declara Daniel con gran convicción en lo que dice. “Si para eso nos jodimos más de doce años en el monte. Para cambiar las cosas. No como el fulano ése del diario, que dice que lo que él buscaba era ser empresario y mandar a sus hijitos a colegio privado. ¿Qué le parece ese baboso?”, me pregunta Daniel chasqueando la lengua como en señal de desaprobación.

Fundeliddi es el resultado del esfuerzo tenaz de un pequeño grupo de personas, casi todos ex-combatientes del FMLN. Pero la persona clave tras el esfuerzo de Fundeliddi es el artista Romeo Gilberto Osorio, también ex-combatiente del FMLN, y mejor conocido como el compañero «Gerardo Zelaya». Osorio, quien nació y vive en San Francisco, ha logrado incorporar la colaboración de reconocidos artistas salvadoreños y extranjeros. “Siempre hemos contado con la solidaridad del gremio de los artistas,” declara Osorio, “Camilo Minero, Francisco Zayas, Antonio Bonilla y otros de El Salvador; y gran cantidad de artistas norteamericanos quienes se identifican con la causa de los lisiados de guerra salvadoreños. Todos han donado su arte desinteresadamente.”

“Fundeliddi nació de la cólera”, agrega Osorio con seriedad. “Es que la organización surgió luego de experimentar en carne propia el olvido y la indiferencia de políticos y burócratas corruptos”. Después de varios años de militar y hacer cuerpo en varias organizaciones oficiales de lisiados de guerra, los lisiados de Santa Clara empezaron a sospechar que solamente eran usados para “hacer bulto político” cuando convenía. Allí comenzaron las sospechas. Pero lo mejor: también de ahí nació ese sueño que ahora se llama Ocho Ríos.

Fueron unas intensas tres semanas aquel noviembre de 2001, durante las cuales cubrimos territorio desconocido para los lisiados de guerra de Fundeliddi y la Fuerza Armada. Adquiriendo las nuevas armas para encarar las nuevas tempestades por venir: Administración, contabilidad, presupuestos, gestión financiera, cómo hablar en público y hasta cómo vestirse para triunfar (ésta última se convirtió en una broma al fin de curso). En el seminario también participaron otras siete ONG’s y hacia el final éramos todos una gran familia: Fundeliddi, Médicos Solidarios, Radio Izcanal, Movimiento Salvadoreño de Mujeres, Asociación de Campesinos del Norte de San Vicente, Lisiados de la Fuerza Armada y otros que se me escapan. Fue un verdadero experimento de solidaridad salvadoreña.

Hace unos días recibí un correo electrónico de Daniel en el que comentaba un artículo mío publicado recientemente. Allí me decía que Fundeliddi está a punto de finalizar la compra del terreno en Santa Clara y que confían en comenzar pronto la construcción del edificio administrativo. Que ahora trabajan en conjunto con Médicos Solidarios y algunas alcaldías para llevar atención médica gratuita a las familias de Santa Clara... Que siguen empeñados en no dejarse vencer por el olvido y la apatía de su pueblo por el que muchos ofrendaron su vida.

Yo lo recuerdo con su vozarrón sonoro y sus rudos gestos, contándome de sus lances a muerte durante la guerra civil salvadoreña... de su hermano muerto y del futuro de sus hijas. Pero sobre todo recuerdo la ternura con la que acariciaba su pie ausente aquel día de noviembre.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California, abril de 2003.


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