Optimismo entre promesas y gritos

FOTO: Jordi Molina (USA)

Entramos de lleno en el segundo trimestre del año y para las grandes mayorías la vida transcurre a trompicones entre promesas de una lejana recuperación económica que no asoma y malas noticias de desempleo y recortes presupuestarios. He ahí nuestro predicamento actual, que sería novedad de no ser por las señales de estabilidad que empiezan a percibirse en el ambiente. Si ponemos un poco de atención a los indicadores económicos del día, aquella ambivalente situación de vida promete ahora transformarse en una leve percepción de normalidad que ya es ganancia.

Para ilustrar lo anterior: el pasado mes de abril las cifras de desempleo que reportó la secretaría de Trabajo se mantuvieron relativamente estables en un 9.9 por ciento, a pesar de experimentar un leve incremento comparado con cifras de dos dígitos para estas mismas fechas el año pasado. Asimismo, el índice de gastos del consumidor subió dos pequeñas pero significativas centésimas el primer trimestre, todo ello si tomamos en cuenta el marco de la recesión económica actual. La nota positiva fue el aumento en el número de empleos, que el mes pasado ascendió a 230,000. Y si uno es un agudo observador de su realidad, podremos notar un poco más de movimiento en las tiendas, restaurantes y pequeños comercios en nuestro entorno local estos días.

Con la primavera vienen sensaciones de esperanza que nos endulzan el momento.

Pero como ocurre siempre y es de esperar, entre las pequeñas satisfacciones cotidianas la cruel realidad también asoma sus colmillos para recordarnos sin desearlo que todo lo bueno viene acompañado de una pizca de amargura.

Una mezcla de náuseas y coraje es lo que provoca la infeliz ocurrencia en Arizona con su retrógrada “ley” 1070, que amenaza con retrocedernos cuarenta años en la historia; inquietud y desconfianza ante el fallido atentado terrorista en Times Square. Frustración y ansiedad es lo que experimentamos ante el desastre ecológico que se despliega –literalmente– por la costa del Golfo de México y que nos hace pensar en el lúgubre legado que dejamos a nuestros hijos. Es la vida misma como una tragedia, recordándonos nuestra finitud y condición humana a cada instante.

Pero ¿soy yo el último en no poder tolerar más a tanto gritón quejoso y resentido en el tinglado de los medios en el mundo? Los conocemos bien: políticos escandalosos, analistas gritones, agiotistas resentidos, patrioteros vociferantes y quejosos, todos en busca de un fácil y vulnerable chivo expiatorio a quien montarle la carga de culpas que ahora afrontamos como sociedad; muchos de éstos problemas creados precisamente por la sempiterna ineptitud de los políticos en llegar a consensos basados en mandatos reales y no en intereses creados.

Pero justo cuando las rabiosas voces de disconformidad y xenofobia elevan su ruido al nivel nacional es cuando más atentos debemos estar a impugnar sus argumentos racistas. En estos asuntos no hay medias tintas; debemos defender nuestra dignidad ciudadana con argumentos contundentes, sin perder nunca la calma, dispuestos a llegar al fondo de las cosas de manera racional, y manteniéndonos alertas para aplastar a la víbora del racismo cuando ésta levante su odiosa cabeza en cualquier sitio.

A estas alturas no hay espacios a ceder en la lucha por un mundo más justo. No podemos dejar que el resentimiento de unos cuantos nos arrebate los espacios de libertad que hemos conseguido a pulso de sacrificios como ciudadanos de esta nación. Esto último es categórico.

Tal parece que los discursos de “inspiración” que el presidente Obama nos ofrece se ahogan entre los gritos de intolerancia y racismo que se manifiestan hasta en el Congreso (¿recuerdan el ladrido del congresista Joe Wilson de Carolina del Sur durante el anuncio de la reforma de salud en el Congreso?). Son más acertadamente descritos como aullidos de disconformidad e intolerancia en su versión siglo veintiuno.

Insistiría en que los latinos debemos aislar esas eventualidades del camino para retomar la ruta de avance que llevábamos, no permitamos que los gritos y aullidos nos distraigan con sus amenazas y gruñidos. Los latinos somos parte vital e importante de esta sociedad de luchadores, somos gente que “hace” con sus manos, que aporta a la sociedad los colores vivos de su creatividad e inteligencia. Mantengamos la constante del optimismo y nuestra versión propia de la felicidad. El premio de la prosperidad es también nuestro, y sobre todo de nuestros hijos.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California

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