La larga espera

ARTE: Dagoberto Nolasco (ESA)

Entramos en la recta final de este 2009, año ambivalente y difícil de leer e interpretar desde todo ángulo que lo miremos. Comparado con el 2008 que fue sin dudas un año atroz para muchos, el presente ha sido uno de expectativas insatisfechas quizá debido a la magnitud de los retos definitorios que enfrenta nuestra exigente sociedad, y todavía sin resolver. Pero eso no significa que no debamos sentirnos bien y alegrarnos por otras cosas logradas durante el año, a pesar de todo lo abrumador o negativo que pueda permear ese entusiasmo.

No es preciso entrar en detalles de los problemas que nos aquejan como sociedad. Aun cuando no entendemos bien o tenemos muy claro sus orígenes estamos familiarizados más de lo deseado con la perniciosa naturaleza de sus efectos. La tragedia del desempleo y sus secuelas en la sociedad, la volatilidad y los vaivenes extremos de la economía, la pérdida de credibilidad de las instituciones financieras y la incapacidad del gobierno en dar respuestas efectivas; el congelamiento de los salarios y nuestra crónica inhabilidad de ahorro, todos estas calamidades nos llevarían a pensar en el posible final del sistema tal como lo conocemos.

Sin embargo, la historia nos demuestra otras situaciones tanto o más difíciles como la presente, y no obstante aquí estamos y seguimos empeñados en la consecución de nuestros ideales. Esta es una nación de optimistas, y por eso nuestro espíritu latinoamericano y su agudo instinto de supervivencia son las mejores herramientas para alcanzarlos. Después de todo somos una tribu de sobrevivientes. Pero jamás debemos olvidar las consecuencias y enseñanzas de la reciente historia por muy dolorosas que sean.

Diríamos que es cuestión de proceder con una mezcla de cautela y optimismo, manteniendo nuestras expectativas de vida y trabajo en el plano de lo práctico y evitando lo exuberante. Sí, lo sé, la receta no es nada agradable. Pero es preciso mantener el estandarte del optimismo ante el derrotismo de la incertidumbre. Las cosas cambiarán. Aunque eso no significa que volveremos a donde estábamos: una opulencia a crédito, sin fundamento ni contraparte real.

El consenso de muchos de los vociferantes analistas en los medios y en Internet –aún cuando sus opiniones no sean muy acertadas– es que la esperada ‘recuperación’ del sistema será un largo, moroso y nada inspirador movimiento socio económico plagado de peligrosos baches políticos y vicios de interpretación; una situación similar o igual a la recesión que ahora experimentamos. Entraremos en una especie de resaca económica y social prolongada, espartana y elemental.

Esto quiere decir que debemos alegrarnos con prudencia cuando los índices del mercado van en ascendencia y alegrarnos legítimamente cuando vemos nuestro presupuesto bien balanceado. Así, hasta podremos celebrar con genuino gozo un pequeño éxito personal de cuando en cuando.

Estos días se percibe en el ambiente un cierto optimismo que nos hace la vida tolerable aun cuando no parece materializarse del todo; y eso nos llena de aplomo para enfrentar cualquier reto futuro que se nos presente en el camino. Claro que de retos tenemos suficientes estos días; y sabemos que debemos resolverlos y no rehuirlos. Pero resulta increíble observar cómo hasta hace poco tiempo la sociedad premiaba la “apariencia” del éxito por sobre el “verdadero” éxito, condición virtual aquélla que venía sustentada con crípticas estadísticas que mostraban tendencias y predicciones de “ganancias futuras”.

¿Dónde ha quedado la vieja fórmula del trabajo arduo y honesto? Es tiempo de volver a los viejos días de aquello de “gozar del fruto de nuestro sudor”. Así de sencillo.

Razones para sentirnos mal siempre habrá. La nuestra es una época de desafíos, luchas y logros conquistados a pulso. Nada nuevo. Pero optimistas como somos preferimos enfocarnos en lo positivo de la mala situación dejando de lado los sinsabores cotidianos, fustigando a los políticos y sus falencias, y alertas a la estridencia venenosa de quienes no nos quieren.

El mundo todo es nuestro y nuestro paso por la historia es fugaz. Yo insisto en que debemos sentirnos bien y ser optimistas. Creo firmemente que las cosas cambiarán para bien. Que no será pronto es otra historia.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California

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