Unidad ideológica latinoamericana en los Estados Unidos

Murales alusivos a la experiencia latinoamericana en el barrio de la Misión de San Francisco en California / Foto: Internet.


Cada vez que tratamos de profundizar en la problemática de identidad de la comunidad hispana en los Estados Unidos, nos vemos forzados a abordar una situación muy compleja y un tema extenso y escabroso. En primer lugar porque es necesario hacer un recuento geográfico e histórico de las distintas idiosincrasias envueltas en esta cuestión —y eso en sí es ya una tarea demasiado exhaustiva—; y en segundo plano, y no por eso de menos importancia, dos factores que juegan un papel decisivo en la definición de esta unidad ideológica, como lo son: la formación cívica de los grupos de individuos que componen la totalidad de la comunidad latinoamericana en los Estados Unidos; y el desarrollo económico actual de los distintos grupos.

No obstante esos formidables obstáculos planteados, de una cosa podemos estar seguros: la realidad inmediata que vivimos en este país, y en esta ciudad en particular, es difícil. Y su misma naturaleza nos obliga a enfrentarla de forma directa y racional, sin tener tiempo de objetarla con sentimientos decadentes o absurdos que carecen de solidez. En otras palabras: tenemos que solidarizar nuestros ideales a través de una ideología que nos permita establecernos como una presencia viva, y, sobre todo, efectiva ante aquellos que deciden las rutas de nuestro bienestar comunitario.

Al tomar como punto de partida nuestro idioma nativo, y al aludir literalmente aquel pensamiento filosófico que lee: "La conversación es el principio de todo entendimiento", podemos darnos cuenta con facilidad de que este primer punto es uno de los canales más directos y accesibles para conducirnos hacia una unificación ideológica comunitaria, que bien podría convertirse en una base firme sobre la cual edificar una cultura y una fuerza social con identidad definida. Es decir: la búsqueda constante a través del diálogo y el debate de ideas, de la definición de esa identidad que por hoy parece eludirnos

La historia de nuestros pueblos y nuestros antepasados nos demuestra desde cualquier punto de vista que la observemos la naturaleza apasionada y agresiva de nuestra cultura. Asimismo, nos revela el estado caótico de nuestras luchas sociales actuales y pasadas: democracias demagógicas, dictaduras militares interminables, un socialismo distorsionado o inadecuado a nuestras necesidades básicas. En fin, un ámbito político convulsionado el cual, en su arrastre, desfigura las ideas cívicas individualistas (si se le quiere llamar de esta manera) de cada una de las regiones que constituyen América Latina. Y en este sentido es sólo necesario echarle un vistazo a los actuales gobiernos, para poder darnos cuenta con más claridad lo que ocurre cuando no existen esos vínculos fundamentales que unen a los hombres y les permite cohabitar en armonía.

Este estado lamentable, que pareciera un requisito dolorosamente necesario para el desarrollo de cada pueblo, nación o comunidad, en este caso, América Latina, produce un efecto sutil pero profundo en la personalidad de todos aquellos de nosotros que, por cualesquiera que haya sido el motivo, emigramos a este país en busca de nuevos y mejores horizontes. Y es al llegar por primera vez a este país que nos enfrentamos a otra clase de problemas, los cuales, a pesar de no ser nuevos, se presentan de forma súbita en nuestras vidas e, inevitablemente, dejando efectos permanentes. Los ejemplos son obvios e inminentes: un nuevo sistema de vida, una burocracia con reglas y estatutos desconocidos que superficialmente parecen implacables; además de las barreras básicas como son el idioma, y el clima para aquellos que procedemos de regiones cálidas y tropicales.

Al enfrentarnos a esta clase de problemas —hasta ahora aparentemente desconocidos—, y al tratar de resolverlos, echamos mano de aquellos recursos y situaciones que si en realidad tuvieron efecto un día en nuestros países, bajo circunstancias completamente distintas, resultan a veces no muy prácticas para resolver los problemas del presente.

Mural en Balmey Alley en el distrito de La Misión de San Francisco California. / Foto: Internet.

Lo cierto sin embargo es que tanto los problemas como los procedimientos para resolverlos son los mismos allá como acá: la participación social y cultural, y la solvencia de nuestras necesidades básicas humanas.

Podríamos ahondar un poco más en el problema y observar estos conflictos desde un ángulo más subjetivo (pues cada quien resuelve sus problemas de acuerdo a sus circunstancias, dirían algunos), pero que requieren la misma atención ya que son parte de la misma problemática.

En primer lugar, una situación muy conocida y que puede ser observada fácilmente, es aquella en la que a menudo contemplamos con indiferencia las situaciones aflictivas que recaen con gran responsabilidad sobre nosotros como minoría activa en esta sociedad pluricultural. En otras ocasiones, cuando decidimos tomar iniciativas de acción ante situaciones inminentes y de efectos devastadores, lo hacemos de manera aislada, careciendo de los recursos necesarios para resolverlos, y, ante todo, ignorando las ventajas y los recursos eficaces para obtener resultados satisfactorios (aunque en este sentido han ocurrido profundos cambios en los últimos años). Y en última instancia, al encontrarnos muchas veces frustrados por no estar en capacidad de afrontar las nuevas reglas del juego de forma directa y consistente, recurrimos demasiado a menudo a sentimentalismos románticos que nos hacen recordar el pasado con cierta nostalgia patriótica. En palabras más simples: contemplamos el regreso a nuestra patria como único recurso a todas estas frustraciones.

Obviamente estas actitudes obstaculizan nuestro progreso y prosperidad como nuevos ciudadanos de esta nación, y, principalmente, como miembros de una comunidad que participa en los destinos de este país y de esta hermosa ciudad. Y es allí precisamente donde nuestra atención y energías deben ser dirigidas, con el objetivo final de erradicar esta clase de aberraciones de nuestras comunidades y dirigir nuestros destinos más efectivamente.

La pregunta de toda esta problemática es, pues, ¿cómo podemos juntos, encauzarnos hacia esa unificación ideológica necesaria e ideal para afrontar los retos del futuro de nuestra comunidad? ¿Cómo enfrentar estas situaciones aflictivas presentes, estas nuevas formas de vida, esta burocracia desconocida, de manera efectiva, inteligente y organizada, sin importar la índole que sean (ayuda financiera, estatus político, jurídico, prestaciones sociales, empleos, educación, etc.)? Las respuestas a estas preguntas deben ser encontradas en nuestros medios informativos, difundidas a través de nuestros medios de comunicación y en toda tribuna pública que pueda servir de vehículo para solidarizar nuestras ideas.

Deberían encontrarse en todo aquello que forme parte de nuestra manifestación cultural y nuestro legado histórico.

Se hace necesario entonces, a fin de caminar juntos hacia ese objetivo, que comencemos a preguntarnos ya quiénes somos como ciudadanos participantes de esa minoría latinoamericana; qué papel podemos jugar como individuos interesados por los destinos de esta comunidad, en esta ciudad y en este país; qué ocurre en nuestras calles que pueda generar interés en otros sectores y en otras comunidades, y qué apoyo estamos en capacidad de brindar a cualquier causa que beneficie nuestro bienestar comunitario. Es necesario que el individuo participe activamente en asuntos que le afectan como el animal social que personifica; es preciso que ese cambio comience en casa, donde todo realmente nos incumbe en su expresión más mínima. Podemos empezar por inculcar el sentido de responsabilidad en nuestros hijos, el sentido de superación. Los grandes sueños no son solamente las ilusiones de los tontos: son el privilegio de los hombres grandes, de los hombres de visión. En fin, de soñadores.

Es precisamente a nuestros hijos a quienes nuestra responsabilidad nos exhorta a responder. El legado está en desarrollo y en nuestras manos. Es cuestión de hacer de ese legado una ruta a seguir, para aquellos que nos sucederán.


ARMANDO MOLINA
San Francisco, California

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