VOCES: Czeslaw Milosz

Czeslaw Milosz, poeta y escritor polaco Premio Nobel de Literatura 1980.

Dedicatoria

Vosotros, a quienes no pude salvar
Escuchadme.
Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Os juro que en ellas no hay hechicería.
Os hablo en silencio como una nube, como un árbol.

Aquello que me fortaleció a mí, para vosotros fue mortal.
Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva
–Odio confabulado de belleza lírica.
Fuerza ciega de forma completa.

He aquí un valle polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente
perdiéndose en la niebla. He aquí una ciudad vencida,
Y el viento arroja alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba
Mientras os hablo.

¿Qué clase de poesía es aquella que no salva
Naciones o pueblos?
Una conspiración de mentiras oficiales.
Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,
Una conferencia para señoritas.
He deseado la buena poesía sin saberlo,
He descubierto, ya tarde, su saludable objetivo.
En ella y sólo en ella, encuentro salvación.

Se solía esparcir millo o alpiste sobre las tumbas
Para alimentar a los muertos que volvían disfrazados de pájaros.
Aquí os dejo este libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis
Para que nunca más volváis.

          –Varsovia, 1945


*     *     *


Un pobre cristiano contempla el tugurio

Las abejas se aglomeran sobre un hígado crudo,
Las hormigas se aglomeran sobre un hueso podrido.
Ha comenzado: el desgarramiento, el atropello de las sedas,
Ha comenzado: un caos de vidrio, madera, cobre, níquel, plata, espuma.
De yeso, de hojas de metal, de cuerdas de violín, de trompetas, de hojas, de bailes, de cristales.
¡Zas! Un fuego fosforescente emanado de paredes amarillas
Arrasa cabello animal y humano.

Las abejas se aglomeran sobre la colmena de pulmones,
Las hormigas se aglomeran alrededor de un hueso blanco.
Se destroza papel, caucho, manteles, cuero, tejidos,
Fibra, retazos, celulosa, pieles de reptil, alambre.
El techo y la pared se derrumban en llamas y el fuego abrasa los cimientos.
Ahora sólo queda la tierra, arenosa, pisoteada,
Con un árbol desnudo.

Lentamente, excavando un túnel, un topo guardián avanza,
Con una pequeña linterna roja ceñida sobre su frente.
Toca cuerpos sepultados, los cuenta, sigue avanzando,
Distingue las cenizas humanas por su hálito luminoso
Las cenizas de cada hombre por la tonalidad peculiar de su espectro
Las abejas se aglomeran en torno a una huella de sangre
Las hormigas se aglomeran en torno al espacio abandonado por mi cuerpo.

Tengo miedo, tanto miedo de aquel topo guardián
Con sus ojos hinchados, como si fuesen los de un Patriarca
que ha estado mucho tiempo sentado a la luz de las velas
Leyendo las grandes obras de la especie.

¿Qué podré decirle, yo, judío del Nuevo Testamento,
que ha esperado el regreso de Jesucristo durante dos mil años?
Mi cuerpo vencido me llevará ante su presencia
Y él me incluirá entre los acólitos de la muerte
Los incircuncisos.
          
            –Varsovia, 1943


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[Versión de Armando Molina y Lalo Borja. Traducida del inglés. Abril 1992.]



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