Notas subversivas de un tango apasionado (cuento) ▪︎ Begoña Zabala
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ARTE: Grace Guirola (ESA). Sin título. Técnica mixta. 2025 |
L I T E R A T U R A
Sintió frío de repente y miró fuera. Era todavía de noche. El barómetro marcaba quince bajo cero. Palpó el radiador para cerciorarse de que funcionaba. Estaba excesivamente caliente. Lo bajó un poco. Volvió al teclado. Le apetecía quedarse extasiada mirando el cielo blanco que presagiaba otra tormenta de nieve. Pero se dijo faltaban horas apenas para finalizar el año del que quería despedirse.
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Un RELATO de
BEGOÑA ZABALA
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Y si lo dejaba para más tarde, para otro día, para otro momento, ese momento no llegaría nunca a lo mejor; y entonces las palabras quedarían prisioneras del ser o no ser; en el pude y no quise; en el pasado impreciso y manipulable; en todo aquello que no se puede olvidar; encarceladas en todo lo que al escribir, ocultan. Palabras disfrazadas, enredadas en la madeja del tiempo y de las horas, silenciadas entre interrogantes de cabos dispersos buscando el fin del laberinto.
Y otra vez esa sensación en la espalda de algo impreciso.
Miró hacia atrás, pero detrás sólo estaba a menos de veinte centímetros su pequeña biblioteca de pino quemado, al alcance de la mano. Encendió todas las luces de la habitación, puso música, se sentó de nuevo envuelta en un chal de Cachemira y siguió escribiendo.
Tiempo, era la última palabra escrita antes del sobresalto.
Había quedado en el tiempo. Eso es. Si fuera posible volver atrás en el tiempo, reeditarlo, transformarlo, corregirlo. Ella no sabía si éso era lo que querría, no arrepentirse de nada. Bueno, sí. Arrepentirse del tiempo perdido. Perdido. Lo demás no. Sólo el tiempo. Ese que le había sido arrebatado sin piedad en los momentos más cruciales de su vida, de la de sus hijos. Lo demás no importaba. Lo demás no. Nada de lo demás. Sólo el tiempo. Sólo el tiempo.
Todos dormían. Se acercó sin respiración hasta el quicio de la puerta abierta de su despacho, pues hubiera jurado que unos pasos se acercaban sigilosamente, pero no había nadie. Seguramente sería el ritmo desacompasado de su pensamiento y esa incapacidad en ella de volver a la zona ambigua donde se suele almacenar la vida a dentelladas, donde quedan al aire girones de la memoria viva. Una zozobra. Un frío más allá del frío, que cala el tuétano. Un atraganto punzante.
Así es que regresó al teclado para seguir escribiendo, y puso música con la intención de sofocar ese algo desapacible antes del amanecer. Eligió Trois Couleurs de Zbigniew Preisner, cuya cadencia dramática la arrastraba siempre a imágenes y sentimientos que se atraen y se repelen. Allí, donde todavía ruge la mar y el verde austero emborracha los sentidos, ella regresaba y se protegía en su lejano nido. Dormida al susurro de las mareas, soñaba con una ola verde de cristal que la arrebataba en su cresta brillante. Tan alta era que llegaba al cielo y se detenía cuando empezaba a romper, suspendida en el vacío, adornada por una cascada blanca semejante a velos de novia. Y bailaba la doncella, envuelta en gasas y espuma, el pelo lleno de flores, flotando descalza sobre las teclas de un piano de cola que coronaba la ola, poco antes del alba de un instante apacible. En la transparencia detenida de verde diáfano y sal, danzaba hasta renacer.
Pero otras veces, en el mismo mar del sueño verde, aparecía sombría la pesadilla recurrente.
Cuando ella era muy pequeña, muy pequeña, una ola negra gigantesca salida desde lo más profundo del Golfo de Bizkaia, al anochecer, amenazaba con engullirla a los pies de las peñas que fueron su cuna. Estába sola, no se atrevía a mirar atrás, presintiendo que algo monstruoso la acechaba, no podía andar ni correr, ni escapar. Al final, haciendo un esfuerzo supremo, se daba la vuelta, no sabría decir si para vencer el espanto o para entregarse a la fatalidad de la ola; pero al mirarla, la ola se desvanecía otra vez en el abismo vertiginoso.
Y a ella la despertaba su corazón enloquecido.
Después, Preisner seguía repitiéndose una y otra vez, obsesivamente, cuando ella decidió seguir mirando fuera, no continuar ahondando en los recovecos de la memoria, en las vivencias disfrazadas de sueños, en las fabulaciones y en los sobresaltos maquillados de realidad; y por unos instantes se dejó invadir por la música. La música y la nieve en la oscuridad de la noche.
Y se dejó arrullar por las notas subversivas de un tango apasionado al filo del año viejo.
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|Begoña Zabala Aguirre en sus propias palabras: nací y crecí en el País Vasco. Vivo en Québec desde hace muchos años. Soy una actriz que escribe, y una escribidora que actúa. Tengo un extenso curriculum profesional, pero prefiero esta síntesis de dos líneas.
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