El hambre (cuento) ▪︎ Ricardo Lindo

ARTE: Hugo Martínez Acuña (ESA). ´El Grand Majestic´, acrílico sobre lienzo.


L I T E R A T U R A  |  Dic 2025

El hambre

Él había estudiado toda su vida en colegios católicos. Recordaba un chiste gráfico de una revista de primaria donde un peludo profesor comunista en la Unión Soviética decía: “El hombre desciende del mono”. Una niña lo observaba en el recuadro siguiente y, en el tercero, ella decía: “Usted descenderá del mono, pero yo desciendo de Dios”.

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Un CUENTO de

     RICARDO LINDO

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Hubo una hambruna en Biafra y los periódicos mostraban niños cabezones y escuálidos con el pellejo pegado a las costillas, que se veían “como marimbas” según una expresión que hizo fortuna. Cuando los niños no se terminaban su plato las madres decían: “¡Cómo desperdician la comida! Piensen en los niños de Biafra…” Él reía con sus compañeros en el colegio ¡cómo si los niños de Biafra se fueran a beneficiar de que ellos comieran!

Los profesores les enseñaban que siempre hubo pobres y siempre hubo ricos. Les enseñaban que era lógico que ganara más un médico que se había quemado las pestañas estudiando que un campesino. Los que decían que a un campesino no se le daba oportunidad de estudiar y de crecer no entendían el orden de las cosas, proclamaban ideas subversivas que sólo al caos podían conducirnos. Les enseñaban también que ellos vivían en un país libre mientras la Rusia era una gigantesca cárcel de millones de kilómetros. Hubo una revuelta universitaria para esas fechas en El Salvador que fue brutalmente reprimida. Un tío suyo, joven y exitoso estudiante, fue a dar a la cárcel. Él sabía que su tío no era comunista ni ateo, pero los profesores les dijeron que todos los revoltosos eran comunistas y ateos y que no había que confundir libertad con libertinaje. Él prefirió no hablar de su tío.  

Ya estaba en secundaria cuando sucedió aquello, aquello otro que debía marcarlo para siempre. A él siempre le decían que a él no le faltaba nada pero quizás no fuera tan cierto. Sus padres peleaban mucho. Una tarde, al regreso de clases, encontró a su madre ahorcada. Había dejado una carta diciendo sus razones. Una profunda grieta se abrió en su interior, pero sacando fuerzas de flaqueza la tapó como pudo, fingió seguir siendo el simpático burlón de siempre. A un compañero que decía que al terminar su bachillerato conseguiría una beca para estudiar fuera del país, le dijo que la beca se la otorgaría sin duda CARITAS, célebre institución de caridad.

Él logró aun bachillerarse y el padre le regaló, a más del anillo de graduación, un reloj suizo de oro. También pagó su parte en la costosa fiesta de graduación a la que el de la beca no consiguió asistir.

Pero, después, la grieta se abrió de súbito. Acusó a su padre de haber asesinado a su madre, le arrojó el anillo y el reloj y se largó de casa. Más tarde el padre supo que le había robado una cuantiosa suma de dinero.


Tomó un cuarto en un hotel no muy caro y pronto descubrió lo divertido que puede ser el libertinaje. Tuvo pasajeros amigos, borracheras y los convenientes etcéteras. Se es joven una vez y es bueno ser un adolescente atractivo y rico. Pero la suma fue bajando y él pasó a un cuartito en un mesón de mala muerte, hasta que lo echaron por deudor. De ahí fue a vivir a la calle como tantos de nuestros compatriotas y a comer restos en los basureros como tantos de nuestros compatriotas.


ARTE: Hugo Martínez Acuña (ESA). ´Sivar Centro Histórico´, acrílico sobre lienzo.

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Entretanto, el padre se había vuelto a casar e iban creciendo sus medio hermanos, que ignoraban su existencia. Pero crecieron, devinieron profesionales, se independizaron honorablemente. Cuando supieron de él, se acercaron a darle ropa y lo ingresaron a una clínica de rehabilitación para drogadictos porque, entretanto… Él huyó de la clínica y unos días después lo encontraron en la calle, con la ropa que le habían regalado hecha girones. Ya no insistieron. Cuando el padre murió, sus hermanos se sintieron incómodos al ver entrar a la funeraria a un mendigo greñudo, andrajoso y maloliente, que parecía mono, que los abrazó uno a uno, mientras sus amigos contemplaban la escena sorprendidos. Se marchó enseguida, sin decir palabra.


Poco después encontró en un basurero media botella de vino francés y los restos de una suculenta langosta. Pensó, con su humor sardónico de antes, que era la última cena del condenado a muerte, y le dio buen fin. A la madrugada despertó con violentos dolores de vientre.

Para esos días había habido otra hambruna en el cuerno oriental de África y los periódicos sacaban fotografías similares a las que viera en su infancia. Un joven abogado, Kenny Bolaños, publicó un artículo en un periódico de bajo tiraje tildando eso de hipocresía. A diario vemos gente comiendo en los basureros y muchos mueren envenenados y eso es hambre, argumentaba. No había por qué ir a buscar tan lejos. Para la sociedad salvadoreña el artículo pasó, por supuesto, inadvertido. Él, por su parte, nunca supo que le estaba sirviendo de almohada.

Tras horas de dolores entró en un letargo. Pensó qué la calle le había dado una hermandad que desconocía, a él, que “lo tenía todo”. Recordó aquel mendigo que compartió con él su único pan, a aquella vendedora ambulante que le dio cabida en su lecho.

Se levantó, caminó y llegó ante una puerta. Sabía que tras esa puerta le esperaba algo grandioso, maravilloso o terrible. A ambos lados se hallaban dos ángeles niños de Biafra. No tenían alas renacentistas, cuyo peso los hubiera doblegado, sino alas de libélula. Ellos lo miraron con dulzura y dijeron: “No te preocupes. Nosotros somos tú”. Y la puerta se abrió.






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| Ricardo Lindo
 (El Salvador, 1947-2016), connotado poeta, dramaturgo, novelista y crítico de arte. Es el autor de los poemarios JardinesRara Avis, el libro de cuentos Lo que dice el Río Lempa y la novela histórica Tierra. Este cuento fue originalmente publicado en el portal LATINOVISION de California en diciembre de 2011. Falleció en su ciudad natal San Salvador en 2016.

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