VOCES: Max Frisch contra la resignación ▪︎ Valentín Popescu
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| Un joven escritor, arquitecto y dramaturgo Max Frisch en su estudio en Zúrich, Suiza, circa 1942 |
V O C E S Max Frisch contra la resignación
Por VALENTÍN POPESCU
Max Frisch falleció en Zúrich en 1991, casi en vísperas de cumplir los ochenta años. Con ello, Suiza registró en poco más de cuatro meses la defunción de tres grandes de la literatura –más correcto sería decir: tres grandes autores contemporáneos de la literatura inconformista–: Dürrenmat, el británico Greene y, luego, Frisch.
Como Dürrenmat, Frisch simultaneó en sus comienzos su camino hacia la literatura con el ejercicio de una profesión “segura”: en este caso, la arquitectura. Idealista rayando en la utopía a ultranza, empecinado “mejoramundos”, crítico de sí mismo, de su país y de los estamentos superiores de la sociedad, Frisch no dudó de cuál era su vocación.
En realidad, prácticamente todo lo que ha producido Frisch ha sido un éxito: sus novelas, sus cuentos, sus artículos periodísticos, sus obras de teatro y hasta sus polémicas políticas o las versiones cinematográficas, pues actualmente se está representando en los cines de la antigua República Federal Homo Faber, dirigida por Volker Schlöndorff y protagonizada por Sam Shepard.
Sus diálogos pacifistas (entre él y su nieto Jonás) redactados por mor del plebiscito helvético sobre la supresión del ejército de la confederación (1989) fueron su último gran éxito involuntario puesto que el autor se había despedido de la producción literaria con sus cuentos Barba Azul, publicados en 1982. Su militancia pacifista y su crítica sistemática de la sociedad helvética le hicieron objeto de una vigilancia muy atenta de la policía suiza (a Dürrenmat le sucedió lo mismo), lo que enardeció aún más las críticas del escritor contra su país.
En el paralelismo que se trató siempre de trazar entre Dürrenmat y Frisch (más de una vez se aludió a ellos como a “Cástor y Pollux de las letras helvéticas”) le corresponde a éste la postura más pesimista. Frisch observaba y reseñaba los problemas humanos con mano maestra, pero ni los resolvía (en su vida particular, tampoco; como queda registrado en sus fracasados matrimonios) ni ofrecía una visión alternativa que aportase una brizna de esperanza o, siquiera, una sonrisa. Frisch se recreaba hurgando en la crisis de identidad de los indivíduos; de orientación de la sociedad, de las naciones (URSS, RFA, la Confederación Helvética –especialmente a ésta, por su pragmatismo egoísta) o de simple convivencia de los matrimonios. Tan sistemático era ese mirar aberrante hacia la realidad que Dürrenmat no pudo contenerse de comentarlo (1990, “Turnbau”): “…Frisch fascina a los intelectuales que encuentran en sus escritos los problemas que los aquejan a ellos o que creen que les deben aquejar: problemas matrimoniales; de identidad; sociales…”
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| El escritor, dramaturgo y arquitecto Max Rudolf Frisch en su ciudad natal de Zúrich en 1951 |
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Max Frisch, acompañado por el éxito en cuanto escribió y colmado de premios (salvo el Nobel de literatura, que esperó en vano), acabó por ser víctima de su propio pesimismo. Con el paso del tiempo su personalidad y su pensamiento se fueron volviendo cada vez más introvertidos hasta el extremo de llegar a decir recientemente que “…sólo adquiero nuevas experiencias cuando escribo…”
Frisch, quien trabó amistad con Bertolt Brecht durante el asilo de éste en Suiza (1948), sentía una clara predilección por las novelas en clave –“parábolas políticas” dijeron los críticos– en las que se denunciaba las injusticias sociales tanto como la desorientación individual.
Poco antes de morir, Frisch se lamentó de que al hombre se le preparara para todo en la vida, menos para la muerte, ante la que sentía “como en un escenario sin saber el papel, mientras que todos los otros lo hacen simplemente”, informa Efe. El director alemán Volker Schlöndorff relató esta y otras declaraciones y vivencias últimas del novelista en una entrevista que concedió al semanario Der Spiegel, con ocasión del estreno, a finales de marzo de 1991, de su filme Homo Faber, basado en la novela homónima de Frisch. El escritor había intervenido en la preparación del guion y hasta había estado a punto de viajar a México para presenciar el comienzo del rodaje.
Schlöndorff relató que Frisch había estado muy ilusionado con ese viaje a México, que habría sido el tercero de su vida, pero que poco antes de zarpar el barco se sintió demasiado cansado y que pocas semanas más tarde le informó sobre su ingreso en la clínica para ser operado. “No me interesa nada, porque ya no tengo la fuerza de interesarme por algo. Todo me cansa, incluso la lectura. Lo peor: uno ya no hace planes, y por ello el gran aburrimiento que te lleva incluso a decir: date prisa enfermedad”, dijo.
Pero pasadas algunas semanas, Frisch recobró el interés por el filme, y en enero de 1991 hasta invitó a sus amigos viejos y jóvenes a una primera proyección privada de la cinta en una sala cinematográfica de Zúrich. Según relató Schlöndorff, esa velada le causó un gran placer, si bien no se quedó hasta el final de la proyección. Salió mientras la sala estaba aún a oscuras, sin comentar nada con nadie y sin despedirse. Pero esa misma noche recibió al director para hablar con él de la película, orgulloso de haber conseguido ver el fin del rodaje, pero no muy contento, al igual que el propio Schlöndorff, con el fin de la historia relatada. “Si tuviéramos otros seis meses de tiempo podríamos inventarnos tal vez otro desenlace”, se lamentó.
Frisch recordó que, al comenzar a escribir Homo Faber, después de un viaje a Sudamérica en 1954, “me dije que ojalá sea un libro con final feliz, porque no quiero aumentar aún más la miseria del mundo”. La obra acabó por ser una elegía con final trágico. Alegrándose de que el filme se hiciera 34 años después de escrita la novela, dijo: “Ahora que tantas ideologías han quedado trastornadas tan profundamente hemos vuelto realmente a la actitud existencialista de los años cincuenta”.
“¿Existe realmente la culpa o somos culpables por el mero hecho de haber nacido? Ya no tenemos utopía positiva, ya no tenemos realmente esperanza, pero no queremos resignarnos a aceptar la vida como es”: así resumió Frisch el tema de Homo Faber.
| Valentin Popescu (Bucarest, 1931), destacado periodista rumano afincado en Barcelona y articulista del diario La Vanguardia, y profesor de periodismo en la Universidad de Barcelona. Fue corresponsal de prensa durante 25 años en Alemania y redactor de la Agencia Efe y de Televisión Española. Falleció en Barcelona en 2022.
Frisch, quien trabó amistad con Bertolt Brecht durante el asilo de éste en Suiza (1948), sentía una clara predilección por las novelas en clave –“parábolas políticas” dijeron los críticos– en las que se denunciaba las injusticias sociales tanto como la desorientación individual.
Poco antes de morir, Frisch se lamentó de que al hombre se le preparara para todo en la vida, menos para la muerte, ante la que sentía “como en un escenario sin saber el papel, mientras que todos los otros lo hacen simplemente”, informa Efe. El director alemán Volker Schlöndorff relató esta y otras declaraciones y vivencias últimas del novelista en una entrevista que concedió al semanario Der Spiegel, con ocasión del estreno, a finales de marzo de 1991, de su filme Homo Faber, basado en la novela homónima de Frisch. El escritor había intervenido en la preparación del guion y hasta había estado a punto de viajar a México para presenciar el comienzo del rodaje.
Schlöndorff relató que Frisch había estado muy ilusionado con ese viaje a México, que habría sido el tercero de su vida, pero que poco antes de zarpar el barco se sintió demasiado cansado y que pocas semanas más tarde le informó sobre su ingreso en la clínica para ser operado. “No me interesa nada, porque ya no tengo la fuerza de interesarme por algo. Todo me cansa, incluso la lectura. Lo peor: uno ya no hace planes, y por ello el gran aburrimiento que te lleva incluso a decir: date prisa enfermedad”, dijo.
Pero pasadas algunas semanas, Frisch recobró el interés por el filme, y en enero de 1991 hasta invitó a sus amigos viejos y jóvenes a una primera proyección privada de la cinta en una sala cinematográfica de Zúrich. Según relató Schlöndorff, esa velada le causó un gran placer, si bien no se quedó hasta el final de la proyección. Salió mientras la sala estaba aún a oscuras, sin comentar nada con nadie y sin despedirse. Pero esa misma noche recibió al director para hablar con él de la película, orgulloso de haber conseguido ver el fin del rodaje, pero no muy contento, al igual que el propio Schlöndorff, con el fin de la historia relatada. “Si tuviéramos otros seis meses de tiempo podríamos inventarnos tal vez otro desenlace”, se lamentó.
Frisch recordó que, al comenzar a escribir Homo Faber, después de un viaje a Sudamérica en 1954, “me dije que ojalá sea un libro con final feliz, porque no quiero aumentar aún más la miseria del mundo”. La obra acabó por ser una elegía con final trágico. Alegrándose de que el filme se hiciera 34 años después de escrita la novela, dijo: “Ahora que tantas ideologías han quedado trastornadas tan profundamente hemos vuelto realmente a la actitud existencialista de los años cincuenta”.
“¿Existe realmente la culpa o somos culpables por el mero hecho de haber nacido? Ya no tenemos utopía positiva, ya no tenemos realmente esperanza, pero no queremos resignarnos a aceptar la vida como es”: así resumió Frisch el tema de Homo Faber.
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| Valentin Popescu (Bucarest, 1931), destacado periodista rumano afincado en Barcelona y articulista del diario La Vanguardia, y profesor de periodismo en la Universidad de Barcelona. Fue corresponsal de prensa durante 25 años en Alemania y redactor de la Agencia Efe y de Televisión Española. Falleció en Barcelona en 2022.




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